IV

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Carehm 

Su madre no despertó esa tarde, y mucho menos cuando los tres hermanos tuvieron que salir esa noche de la habitación cuando llegó el médico. Otra revisión. 3 cada día; por la mañana, a mediodía y en la cena.

Los tres se sentaron al lado de la puerta, en el suelo. Carehm y Keira uno junto al otro, y la pequeña Aisha en las piernas de su hermana, mientras dejaba que su hermano le dibujara en la mano. Había pedido un bolígrafo antes de salir, y ahora lo usaba para dibujar en la mano de su hermana pequeña los símbolos que Aymee le había enseñado desde pequeña. Éste se parecía a un símbolo que se usaba en una de sus sagas literarias favoritas. Simbolizaba la fe; no específicamente la fe en Dios, o en cualquier dios. Sino la fe en cualquier cosa. En que todo iría a mejor, la confianza que depositas en tus más queridos y allegados. 

Resultaba enternecedor conservar la fe en un momento así. En ese instante en el que todo parece empezar a desmoronarse. Ese instante en el que sabes que lo peor está por llegar... pero aún así te resistes a ello. Y te mantienes firme, esperando a la tormenta.

Aisha había aprendido a no preguntar qué significaba todo lo que su hermano mayor dibujaba. Sabía que tenía en su habitación un cuaderno con todos los símbolos. 

«Es para que no se me olviden»; decía.

Aisha sabia que esa no era la verdadera razón; sino que era algo que todavía no podía explicar.

Esa noche, su padre les reunió a todos en su despacho; una sala colindante a la habitación de su mujer, que había adaptado cuando ella cayó enferma.

Las paredes seguían de un marrón oscuro. Lo que había cambiado era que anteriormente se usó como trastero, y habían tenido que trasladar las cosas a otra habitación. Ahora, un escritorio de caoba se había situado en el centro de la habitación, con dos sillas de espaldas a la puerta, y otra enfrentada a ellas al otro lado de la mesa.

Había estanterías y archivadores cubriendo las paredes. También un gran cuadro de la familia, en la pared derecha, colgado sobre un sofá de color verde oscuro con motivos geométricos dibujados.

Esa vez, Arim arrastró su silla ante el sofá, que ocuparon sus hijos, y se sentó frente a ellos. Suspiró varias veces, preparándose.

Keira tomó la iniciativa.

—Papá —dijo, con voz suave pero firme—. Papá, dinos qué ocurre.

Él respiró hondo.

—Acabo de hablar con el médico. Zeina... —se paró un segundo y luego continuó—, vuestra madre, está peor, y... no creen que vaya a recuperarse —suspiró, quitándose el peso de haber lidiado con esa certeza durante tanto tiempo—. Dicen que no hay nada que pueda hacer que mejore...

Se notaba que era duro para él confesarlo. Estaba viendo al amor de su vida morir poco a poco, delante de sus ojos, y no podía hacer nada para remediarlo.

Keira suspiró ruidosamente, soltando todo el aire de sus pulmones, un aire que parecía haber estado aguantando durante mucho, mucho tiempo.

Carehm, de una forma u otra, ya lo sabía. O al menos, una parte de él sentía que cabía la posibilidad. Por supuesto, Keira y su padre también conocían esa posibilidad. Pero nunca ninguno lo habría admitido en voz alta; no sin saber que toda la esperanza se había perdido. Aisha... era posible que no tanto. Ella jugaba con el dobladillo de su camisa de bordados.

—Tiene... que haber algo, papá —él levantó la vista hacia su hijo, con un pequeño brillo en su ojos marrón oscuro—. Algo que no se haya probado ya, o que no tengamos aquí, o...

Faith [Fe]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora