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Poco a poco, comencé a darme cuenta de que ella ahora sí se percataba de mi presencia, o al menos, ahora se empecinaba menos en ocultarlo(o eso quería creer, que hacía bastante tiempo que me conocía). Una mirada de reojo, un giro de cabeza antes de marcharse. Ahora al menos ya no era un contemplador invisible, ella me devolvía algo, aunque fuese mínimo.

La vi marcharse otra vez, deseoso de detenerla, de pedirle que tomase algo conmigo que no fuese café, porque sabía que no le gustaba. Pero no lo hice.

Aún así, el mozo se acercó a mi y me dejo un muffin sobre la mesa, del mismo sabor que el que yo le había dejado. "Un día me gustaría ver tus dibujos. ¿Alguna vez me has dibujado?". Eso decía el papel que acompañaba el delicioso postre.

Y así lo supe, supe que ella tenía intenciones de seguir con aquel juego mudo, en donde los gestos y las miradas valían más que las palabras.

Mi chica de la librería al fin me dirigía unas palabras. Por primera vez en más de 7 meses...

La chica de la libreríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora