[2]Cero diecisiete: Eres un egocéntrico.

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Dos semanas después.

Los días siguiente son reconfortantes. He tratado de buscar cosas que me entretegan, he evitado el contacto con ciertas cosas para no tener que enfermarme, pero también he llegado a deprimirme por ese mismo motivo. Es tedioso cuando deseas hacer algo, ayudar e incluso comer lo que más te gusta, sin embargo, recuerdas que el tratamiento y la dieta que llevas te lo ha quitado todo. Para mi mala suerte, debo aprender a vivir con ello, al menos hasta que me den la noticia de que ni siquiera tendré metástasis.

Suelto un suspiro, poniéndome los zapatos de medio tacón negros. Llevo puesto un vestido azul, a la vez que mi cabello se encuentra suelto; es la ceremonia de graduación y miento si no digo que tengo los nervios de punta. ¡Ni siquiera sé lo que diré delante de todos! Es una tortura el simple hecho de pensar en ello.

—¿Por qué llevas esa sonrisa desde hace rato? Me asustas —digo, mirando a Cristián a través del espejo. La veo reír, sentándose en la cama.

—Te ves tan hermosa, Zara —sus ojos se llenan de lágrimas y me sorprende que quiera llorar por tal motivo. Cris no deja que su rímel se corra por tonterías.

—¿Dices que cuando estaba gorda me veía fea? —Me burlo, logrando que se carcajee.

—¡No! Siempre has estado hermosa, es solo que hoy te ves diferente. Pareces un ángel —suelto un bufido, abrazándola.

—¿Estás segura que no son tu hormonas las que hablan? —Levanta el rostro indignada.

—Apuesto a que no desconfías de Arthur cuando te halaga —encojo mis hombros —. ¡Lo sabía! ¿Cómo pude ser tan ingenua? Amiga de una niña ingrata —su boca se abre, a la vez que su rostro opta por una mueca bastante cómica.

—Mejor amiga —corrijo.

—Nunca más voy a decirte palabras bonitas —esta vez soy yo quien fije tristeza e indignación.

—Pero yo te quiero —musito, como niña pequeña.

—A otro Arthur con ese hueso, mala amiga —ambas reímos, escuchando que tocan la puerta de la habitación.

—Es hora de irnos —vocifera mi hermano desde afuera. Mi amiga y yo nos ponemos de pie, caminando a la puerta con una sonrisa en nuestros labios.

En la sala encontramos a mi madre junto a Daniel, quien lleva un esmoquin negro y una camisa blanca por debajo. Me acerco a él, arreglando su corbatín.

—Todo un caballero —me burlo, palmeando su pecho. Resopla, quitando mis manos.

—No dudará mucho —refuta, sonriendo con malicia —. Él aprenderá lo que es ser un caballero esta noche. Lo entrenaré tan bien que la marca nunca será quitada de él —frunzo el ceño, tratando de interpretar el mensaje.

—¿¡Vas a jugar con tu traje!? ¿Estás loco? —Me da un beso en la mejilla, aún observando mi mueca de pura indignación —. ¿Mamá? ¡No puede hacer eso! —Baja la cabeza, apenada.

—No invertí un solo centavo en la compra de ese traje, Zara. No puedo hacer nada —emite. Con esas palabras, salimos de la casa y subimos al auto de mi hermano para dirigirnos al Instituto.

El trayecto se sume en silencio, pero no uno incómodo, sino acogedor. Tengo los nervios un poco disparados en cuanto llegamos al lugar y buscamos dónde se encuentra nuestro lugar. Cuando tomamos asiento, Cristián me toma de la mano, dándole un apretón para tranquilizarme; me conoce demasiado bien y sabe que este tipo de cosas me sobrepasan.

En el momento en que llega la hora del discurso, sintiendo que un mareo me azota. Puedo asegurar que ni siquiera voy a lograr ponerme de pie al instante que llamen mi nombre, así que busco más maneras de calmarme para no sentir que muero cada que se acerca la pronunciación de mi nombre.

Volviendo a amar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora