Por los siglos de los siglos

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Era un domingo de tormenta. De esas tormentas que te hacen volver a respetar el poder indomable de la Naturaleza. Julián, como buen devoto, se dirigía a la iglesia. Las calles estaban vacías, el viento silbaba en sus oídos ensordeciéndolo, y la lluvia le impedía ver a lo lejos. A duras penas, Julián atravesó las gruesas puertas de la iglesia, cerrándolas al entrar. El salón estaba vacío y tenía el presentimiento de que así se quedaría.

Lanzó un suspiro cansado y pensaba en sus quehaceres del día cuando encontró una mancha oscura en el piso. Una gran mancha líquida formaba un camino hacia las casillas de los confesionarios. Julián se arrodilló y tocó el líquido. Al analizarlo de cerca, su rostro palideció al reconocer aquel camino oscuro como un rastro de sangre. Lo siguió hasta llegar a los confesionarios y abrió la puerta de golpe. Esperaba encontrarse con un vagabundo accidentado o un criminal baleado. Sin embargo, al abrir la puerta lo que vio fue a un adorable chico de cabellos blancos y ojos grises con sangre manando de su espalda y el rostro bañado en lágrimas.

-Cassiel...

-¡Julián! -Cassiel se lanzó sobre Julián y lo abrazó con mucha fuerza-. ¡Perdóname, Julián, perdóname! Haré lo que quieras, pero déjame estar contigo -rogaba, ocultando su húmedo rostro en las ropas mojadas de Julián.

-¿Qué...? -Julián le devolvió el abrazo, y en el proceso obtuvo una vista cercana de la herida. Las dos alas de Cassiel habían sido cruelmente arrancadas-. ¿Qué te sucedió? ¿Quién te hizo esto?

-Luzbel -respondió entre llantos-. No quería... No quería que abandonara la Tierra, así que me arrancó las alas.

Julián sintió una puntada de odio hacia el susodicho. ¿Cómo podía alguien atreverse a herir a Cassiel? Era una molestia la mayor parte del tiempo, pero en el fondo... En el fondo era bueno. No entendía por qué lo echaron del Paraíso. En un principio, podría haber pensado que su mal carácter y sus malos hábitos eran suficientes para condenarlo, pero al conocerlo se había dado cuenta de que era tan solo un niño aprendiendo. ¿Quién podría herir a un niño? De repente, Julián comenzó a odiar a todos. Al Cielo, al Infierno, ¡a todos! Abrazó con más fuerza a Cassiel, tratando de tranquilizarlo.

-Ya, tranquilo. Ya estoy aquí.

-Julián, quiero quedarme contigo -confesó-. Todo lo que hice fue para que me echaran y tener la oportunidad de conocerte. Conocerte antes de...

-De ir al Infierno -completó Julián-. Te dije que te fueras al Infierno. Pero no quise decir que...

-Solo -lo interrumpió Cassiel-... dime que puedo quedarme contigo. Prometo ser bueno y ayudarte. Julián, Julián -dijo su nombre con algo de desesperación antes de sujetar el rostro de Julián entre sus ensangrentadas manos y acercar sus labios a los de otro-. Quiéreme, Julián. Quiéreme tanto como yo te quiero a ti -suplicaba, mientras su conciencia se escapaba con la sangre que caía al piso.


Un ángel cayóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora