Capítulo 6 Un nuevo amigo

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Ya por los últimos días de su estancia en el barco, Anna se debatía en varios sentimientos. Por un lado, contenta de llegar a su nación, y por otro lado, preocupada por John, ya que este tomaba una actitud fría y dura. Aún hablaba, pero con desinterés.

El último día en el barco les pareció eterno. En la tarde llegaron y antes de desembarcar John retrocedió. Anna lo siguió. Volviendo a su camarote le dijo a Anna:

—No debo bajar al descubierto.

—¿Por qué? —le interrogó Anna.

—Porque alguien podría reconocerme y con ello nos podrían encontrar, pues los periódicos no tardan en salir con la noticia.

—Entonces, ¿qué hacemos?

—Cubrirme. Necesito una capa o algo que me cubra el rostro.

Llegaron a la habitación y, con algunas mantas, lograron hacerle a John una clase de thaub, que es la vestimenta que usan en el desierto. Esta le cubría el rostro y le envolvía el cuerpo. Así vestido bajó del barco.

Anna podía ver en John tranquilidad, pero por dentro él estaba muy preocupado ¿qué pasaría si los descubrieran? Esa persona, ¿qué podría hacerles? Tenía miedo, pero no lo demostraba. Era ese sentimiento de horror que no había sentido en años. Era extraño pero real.

Pasaron a través de las calles de San Francisco hasta la Jack London Square Station para tomar el tren del día siguiente. Compraron los boletos y no durmieron, a pesar de su cansancio. Cuando llegó el tren subieron a un confortable vagón con bancos puestos mirándose uno al otro de manera vertical y con una mesa en medio, formando una columna. En total habían dos columnas paralelas.

Se sentaron en uno de los últimos bancos, con una gran ventana, y no tardó en sonar el silbato de salida. A su lado se sentó un hombre delgado y alto, vestido muy elegante, y detrás de ellos se sentó un hombre robusto y rubio.

Anna y John se durmieron poco tiempo después de sentarse y se perdieron los magníficos lagos, ríos y montañas con apreciable vegetación. Las horas pasaban y no había nada que los despertara.

Cuando John despertó después de varias horas Anna seguía dormida, por lo cual, aburrido de ver montañas, empezó una conversación con el hombre de al lado.

—Buenas tardes —saludó John.

—Buenas tardes —respondió el hombre volviendo de sus pensamientos.

—¿Cómo se encuentra?

—Relativamente bien. Y ¿usted?

—He estado mejor —respondió John suspirando. El extraño lo observó detenidamente y empezó a anotar algunas palabras en su libreta.

—¿Cuál es su nombre? —preguntó John después de un rato.

—George Le Bon. Y ¿el suyo? —susurró el hombre, lo que sorprendió a John.

—Miguel... —dijo John en voz alta, pero dudoso, pues su invento de apellido era el mismo que el del hombre.

—No me mienta—interrumpió George.

—Soy... John Dalton—le susurró John a George—, pero no lo cuente, por favor.

—No lo haré.

Así fue como se conocieron los dos amigos de viaje. George siempre sorprendía a John con su poder de deducción. Por ejemplo, al cuarto día de viaje, en un vagón de conferencias vacío, George le dijo a John:

—¿Por qué se cubre el rostro?

—Por... por nada—respondió John.

—Está claro que usted no es Arabe ni ha vivido en el desierto, pues su rostro es blanco como la leche y, además, habla perfecto Inglés —John quedo boquiabierto— . Y también tengo pruebas para pensar que usted es inglés. Pude deducir esto de sus zapatos de suela desgastadas pero de la que pude apreciar la letra B que es una fábrica Inglesa.

—Pues... sí lo soy —respondió John con simpleza.

—Me lo suponía.

John no respondió a aquello y George también calló. Volvieron al vagón donde se encontraba Anna.

Por fin llegaron a la gran Union Station en Washington D.C. Pararon un momento y siguieron con la ruta. A mitad de camino, después de pasar New York, se encontraron en una gran espesura, cuando estaban comiendo, y entonces oyeron un disparo que hizo que se levantaran. John estaba a punto de gritar "nos han descubierto" cuando George gritó:

—¡Me encontraron! —Y salió corriendo a través de los vagones.

Anna y John los siguieron con rapidez. Lo alcanzaron con dificultad por la gente que se levantó y John le gritó:

—¡¿Quién te sigue?!

—¡Los crimínales! —respondió George.

En ese momento una bala atravesó la ventana y alcanzó a George en su hombro izquierdo. Otro disparo se oyó y antes de que la bala pasara la ventana John empujó a George evitando que los hirieran. Al levantarse, ambos vieron a los perseguidores a caballo.

—Tenemos que acelerar el tren —dijo Anna.

Se precipitaron a la locomotora y no sabían cual pieza mover, cuando George, viendo una palanca desgastada, gritó:

—¡Es esa! ¡Empújala!

John hizo lo que le pedían, logrando acelerar el tren y dejando atrás a los hombres. George estaba bastante herido y se sentó en la caja de carbón. Anna lo atendió intentando detener la sangre. Así pasaron las horas hasta llegar a Boston.

Un rescate imprevisto (historia vieja)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora