Prefacio

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Todo parece estar bien alrededor del caos que soy. El sol brilla imponente en un cielo sin manchas blancas, las flores lo admiran de lejos mientras unos cuantos apoideos las picotean y los pájaros cantan felices.

Hoy, soy una regular inglesa de ojos celestes, cabello corto y moreno llamada Marilyn Harrison. Se supone que tengo veinte y cinco años, los luzco gracias a mi maquillaje y estoy a punto de conseguir un doctorado en historia del arte. Soy lesbiana, mi novia se llama Katie Morgan y lo más cercano a un mejor amigo que tengo es Orca, mi pez dorado.

Las huellas dactilares que traigo corresponden a los papeles que llevo en mi bolso, como siempre. Mis personajes estan todos minuciosamente trabajados.

Durante mis primeros años en este ámbito solía usar pegamento, guantes o incluso cortaba las extremidades de mis dedos para evitar dejar cualquier rastro que podría delatarme después de cometer mis fechorías. Era muy joven e inexperta en ese entonces y, aun así, era mejor que muchos.

Me permito decir, con algo parecido a la modestia, que mi técnica ha mejorado bastante.

Me he vuelto increíblemente buena en esto del disfraz. He aprendido a convertirme en lo que se me de la gana cuando sea que lo necesite.

Convencí un maravilloso y temerario cirugano amigo mío que borrar mis crestas papilares era algo indispensable para mi, bueno, medio millón de dólares lo hicieron. Lo admito, el hombre es algo tonto pero muy bueno en lo suyo. Usó un método láser inventado por él mismo. Fue algo muy eficaz, la piel de mis manos es impecablemente lisa.

También le pedí que me fabricara una gran cantidad de guantes de latex extremadamente delgados, semejantes al epidermis de manos de personas inexistentes.

Las lineas de cada par de guantes corresponden a un personaje diferente que yo creé. Todos tienen una personalidad, una apariencia, papeles, una historia y están registrados en el sistema. El único parecido entre ellos es el género, son todos mujeres.

Son todos yo, imperfectos y a la vez exactamente lo que necesito.

Soy alguien diferente en cada misión y, cuando llega el momento de entrar en acción, no soy nadie.

Tengo una identidad de respaldo, por si llego a ser revisada, atrapada, interrogada o lo que sea sin ningún disfraz. Es una chica francesa de diez y nueve años de pelo castaño claro, muy largo y ojos avellana llamada Elise Dupont que sufre de adermatoglifia. Es la que más se parece a quien era, a quien soy en verdad.

Miro la piedra una vez más, tratando de atravezarla, queriendo entender y conteniendo las ganas de destruirla en un intento de restablecer el orden en mi vida, el que yo solía controlar hasta en el más mínimo detalle.

Intento tomar una profunda respiración, reteniendo las lágrimas o cualquier signo de tristeza, de debilidad o de emoción alguna, pero no puedo.

Así como no pude protegerla, así como no pude controlar mis sentimientos y los dejé actuar en estos últimos meses, no puedo retener más las lágrimas.

¿Y qué pasa con todos los juramentos que hicimos? ¿Las promesas, los compromisos?
¿Se quedarán así, pendientes, como palabras flotando en el aire para luego simplemente desaparecer en el olvido?

Siempre moví tierra y cielo para que ella este bien y feliz. No me salte ni un cumpleaños suyo, ni una navidad, ni un año nuevo...
La amaba con toda mi alma, la amaba mas que a nadie. Hice todo lo posible para que, estemos donde estemos, ella esté protegida, tenga una educación escolar que le correspondiera, tenga unos cuantos amigos, una vida aunque sea algo normal y todo lo que necesitara.
Sonreía, aunque estuviera gritando de dolor en mi interior, por ella.

Le enseñé todo de mi, todo lo que nadie sabía...
Yo... ¡Se lo dí todo maldita sea!
¿¡Qué mierda hice mal!?

- Sabía que te encontraría aquí, Charlotte. - interrumpe mi lamento interior haciendome voltear rápidamente, sorprendida.

- ¿Para qué me buscabas, Michael? - miro con envidia la preciosa sonrisa que se dezlisa por sus labios y, aun sin sentirlo ni un poco, le sonrío de vuelta, en una actuación ejemplar, como solo nosotros dos podemos hacerlo.

- No para arrestarte, sabes que jamás sería capaz. - rio falsa y ligeramente a su tonta broma, lo cual le hace mostrarme aún más sus dientes y su supuesta felicidad - Quería verte. Y activaste el chip de localización que te di así que no me costaba nada venir.

- En realidad, sí. Te costó un vuelo de cinco horas. Y no me diste ese chip lo inyectaste en mi cuello.- ruspeto burlesca, con un sabor amargo en la boca. Pierde su hermosa sonrisa dandose cuenta que yo, al igual que él, no estoy tan bien como dejo parecer.

- Tenemos que hablar, en privado. - su tono serio y demandante me da gracia a la vez que produce cosquillas en mi vientre, como siempre.

- El lugar es seguro. - revolotea los ojos. Como respuesta hago un puchero - ¿No confías en mí, Miki?

- No debería, al igual que tú tampoco deberías confiar en mí. - hago una mueca, aún burlándome.

- Es algo tarde para tener esta conversación, ¿no crees?

Sonreímos, agria pero sinceramente.
Corto la estrecha distancia que nos separa para besarlo con intensidad, mientras permito unas últimas gotas escaparse de mis ojos.

Y así, cumplo mi promesa, la de siempre regresar, como solia decirselo a ella.
Pero esta vez, durante mi viaje, hice mucho más que robar y dudo que Michael Johnson, un agente especial del FBI, cierre los ojos como acostumbra hacer conmigo ante eso.

Ladrona de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora