Prologo

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La sangre escurría lentamente de los cadáveres hinchados y putrefactos del techo, colgados con un gancho metálico que atravesaba sus nucas sobresaliendo de sus bocas abiertas. Como una horrida pintura del más perverso demonio, aquellos cuerpos colgaban apaciblemente como si durmieran una siesta.

Sus cuerpos se veían pálidos y viscosos con un color azulado, sus caras deformes carecían de ojos y en su lugar había una delicada capa de piel de apariencia frágil, sus mejillas abombadas parecían estar llenas de pus y sangre, algunos de esos cientos de cuerpos que colgaban del techo tenían las caras reventadas supurando un pus amarillento y viscoso.

En otros cuerpos podía observar como el cuello se iba desprendiendo del cuerpo, sus cuerpos desnudos y ensangrentados parecían bailar con el viento que entraba de las tristes y oxidadas ventanas protegidas con una malla plastificada de color verde, bailaban en una danza ominosa bajo el ritmo de la peste y el zumbido de miles de moscas que se alimentaban de los cuerpos. De las entrañas de los muertos colonias de larvas blanquecinas se retorcían en un amasijo de carne, cientos de moscas cubrían los cadáveres más descompuestos llegando a ocultar por completo el cuerpo en una suerte de collage inquietante.

El piso de metal hacía un eco metalizado a cada pisada, todo estaba cubierto de sangre seca y cuajada, la sangre adquiría una textura gomosa y pegajosa, pedazos de carne humana y órganos se pegaban en los zapatos como chicles al caminar.

La sangre goteaba de distintas partes que era imposible contarlas, tan solo se podían escuchar la salpicaduras de la misma al caer sobre el suelo llano.

El olor era nauseabundo, toda esa podredumbre se combinaba en un intenso y penetrante hedor que hería las fosas nasales como gas venenoso. Respirar aquello era lo más cercano a oler el infierno. El hedor lograba colarse por la boca logrando saborear la esencia misma de la muerte.

Desde las tristes ventanas oxidadas y a través de las mallas plastificadas de color verde que estorbaban la vista se alzaba una luna llena de un intenso color hueso testigo silenciosa de mi mayor obra de arte.

Solo la luna guardaría el secreto de una infame escena como esa. Y bajo la luz de la luna me bañaría sobre la mórbida vanidad que emanaban aquellos cuerpos sin vida. La belleza de la muerte retratado bajo la tenue luz de mi cómplice morbosa cobraba vida a cada segundo que se deslizaba sobre la fuente del tiempo que giraba inclemente sus manecillas con la sorna más impura y socarrona.

Los cuerpos de los pecadores se retorcían ante tal metáfora, lloraban y gemían para sus adentros. Pero yo podía escucharlos, solamente yo podía entenderlos.

Y sus secretos eran reveladores, envueltos en deseos carnales y pasionales se comprimían a sí mismos y se tiraban al abismo para no ser nunca más oídos.

Desperté abruptamente rodeado de las sibilantes sombras de mi habitación, una tenue luz verde en lo alto de la pared indicaba que el aire acondicionado estaba prendido pero el calor que sentía en ese momento era comparable al de un caluroso día de verano. Estaba empapado de sudor, respiraba entrecortada y me sentía asqueado. Sentí unas inmensas ganas de vomitar, podía sentir el sabor amargo del vomito en mi boca y en un acto aún más repulsivo trague de vuelta aquello. Las sabanas que me envolvían parecían sofocarme, las aparte de mi cuerpo en un intento de refrescarme.

Aún podía oler aquel hedor, esa sensación de caminar entre los muertos. Una tranquilidad perturbarte y satisfactoria por asesinar y ver mi propia obra.

Me levante y sin poder ver nada en la densa oscuridad prendí la luz, había memorizado el lugar exacto en donde se encontraba el apagador.

Busque en la mesita de noche a lado de mi cama la libreta en la que anoto mis pesadillas en una suerte de terapia personal.

Noche tras noche, soñaba terribles y siniestros asesinatos, sintiendo tan real y de cerca las obras que delante de mis ojos aparecían.

Tengo estas pesadillas desde que tengo memoria, mis padres siempre pensaron que se trataban de miedos infantiles originados por ver películas de terror, razón por la cual me prohibieron ver cualquier contenido de ese tipo.

Yo también lo creí durante un tiempo, me aleje de cualquier historia terrorífica y me encerré en las historias con finales felices, mentalizando así un mundo donde aquello no existía.

Pero las pesadillas no paraban y cada vez eran más claras y detallistas. Sin embargo jamás les dije a mis padres que mis pesadillas continuaban puntualmente cada que cerraba los ojos.

Y guardé el secreto para mí mismo, a los 11 años vi a mi padre suicidarse en uno de mis sueños, acostumbrado a esa clase de imágenes en mi cabeza lo tomé como otra horrorosa pesadilla, días después mi padre efectivamente acabo con su vida tal y como lo vi en mi sueño, desde entonces una gran culpa comenzó a acumularse dentro mí y con ello también comencé a temer de que todas mis pesadillas en realidad se trataran de muertes futuras.

Como no tenía pruebas mas que la muerte de mi padre como referencia decidí anotar todos mis sueños con todos los detalles que recordara. No sabía el motivo exacto del porqué lo hice, pero tenía la esperanza que pudiera ser útil algún día.

Pero los años pasaban y lo único que hacía era engordar el grosor de aquella libreta conforme más hojas agregaba a sus resortes.

¿Pude evitar todas esas muertes? Implicando que pudiera ver de alguna forma el destino de personas aleatorias.

Esa pregunta me atormentaba antes de dormir. La incertidumbre me carcomía. Con el tiempo acepte que no había forma alguna de hacer algo al respecto y solo lo deje pasar.

Al final las personas tenían que morir.

Y con ese pensamiento nihilista me daba por bien servido limpiando mi subconsciente. Todos estamos muertos desde que nacemos. Eso pensaba y me lo repetía como mantra.

Y así quería seguir viviendo mi vida.

Un mundo fragmentado: El rincón de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora