Una sombra sigilosa

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Una intensa lluvia resonaba como murmullos demoniacos y perversos ensordeciendo el silencio y la soledad de las calles de un tranquilo suburbio, casas de dos pisos con colores y formas parecidas entre sí, construidas en serie y alineadas de tal forma que podías perderte sin saber que casa es cual. Como si fuera una colmena humana donde todos perdían sus individualidad para convertirse en parte del resto.

La sociedad se conformaba con vivir en pequeñas celdas, prisiones, cuartos diminutos, fomentando la represión, estructurando reglas y restricciones. Restricciones que ellos mismos rompían en secreto, hipócritas que se jactaban de ser lo contrario a sus contrapartes oscuras que despertaban en la seguridad que proporcionaban las sombras.

Qué asco me daban, que repulsión y ganas de vomitar me provocaban.

Que ansias de asesinar en mi despertaban.

Podía ver sus jardines, vacíos, sin alma, sin ningún tipo de cuidado. Vivían para el consumismo material al que se aferraban como perros con hueso.

Tienen tanta belleza fuera de sus prisiones y aun así prefieren no perderse una serie de televisión basadas en asesinos y desastres. Regodeándose del sufrimiento ajeno pensando que están protegidos por una fuerza invisible.

Intocables, invulnerables.

Siempre les tocara a otro, pensarían.

El mundo solo se estremece ante lo que pueden ver en pantalla y se hacen ciegos ante lo que tienen en frente.

Otra vez le daría al mundo algo de lo que puedan conversar mientras desayunan, almuerzan o cena.

Sintiendo morbo y hasta empatía por alguien como yo que disfrutaba de asesinar, desmembrar y violar.

Me daban asco, repulsión más de lo que me daba a mí mismo. Solo podía sentir un infinito desprecio ante la raza humana, ante esos cerdos mórbidos, pérfidos e inhumanos.

La lluvia caía sobre mí, se sentían pesadas las gotas que caían sobre mi impermeable oscuro como la noche, me había encargado de vestir totalmente de negro envolviéndome en el manto nocturno ocultándome de la vista curiosa de la gente.

Entre rápidamente hacía una de esas malditas casas, no había perro, ni cerca, era ridículamente fácil entrar sin ser visto, entre por un pequeño pasillo producido por lo absurdamente cerca que estaba una casa de la otra, trepando una pequeña cerca al final del pasillo podía entrar en su patio trasero y así poder forzar la cerradura de la puerta del patio.

No era difícil, había practicado con una antes durante un largo tiempo hasta memorizar las vueltas que debía darle al trozo de alambre que sostenía en mi mano, empujando el mecanismo de la cerradura pude escuchar el chasquido de la victoria.

Entré sigilosamente por la cocina, algunas gotas de agua resbalaban de mi impermeable al suelo haciendo un ligero sonido de salpique, habían platos sucios de la cena, estaba a oscuras y solo se iluminaba cuando los relámpagos destellaban sobre el cielo. Los estruendos de los rayos ayudaban mi atrevida campaña al cubrir los posibles sonidos que pueda hacer en mi recorrido.

La cocina era muy chica y apenas podían entrar dos personas al mismo tiempo y la sala no era especialmente grande, era una casa pequeña, sobre una repisa de madera que estaba arriba de una televisión de pantalla plana reposaban las fotos familiares. Todos sonrientes, juntos, en familia.

Un hombre de tez clara, con algo de sobrepeso y cabello rizado mostraba una sonrisa de oreja a oreja mientras abrazaba a una mujer morena de cabellos negros y largos de estatura baja que llegaba a duras penas a los hombros de su esposo. Ella sonreía mostrando sus dientes.

Un mundo fragmentado: El rincón de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora