Elián Olivero I

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Una densa niebla lo cubría todo, apenas podía ver mis pies y mis recuerdos eran difusos, sentía algo pesado en mi brazo izquierdo, era la cabeza de una chica que dormía a mi lado, tenía los pechos descubiertos y una minifalda de mezclilla, ambos estábamos acostados en un sofá rojo bastante sucio, sus piernas estaban encima de las mías y apartándola con las manos rodé hacia el suelo sintiendo un pequeño dolor en el costado por el golpe, intente levantarme pero mis piernas no respondían.

Haciendo un esfuerzo por ver mejor a través de esa niebla de olor amargo pude distinguir que habían otras personas en el cuarto aunque parecían inconscientes.

En el suelo habían toda clase cosas, pipas, porros, cigarrillos, monedas, botellas de cerveza, condones y zapatos.

Había comenzado a toser, aquella niebla no era más que humo, había dejado las ventanas cerradas para que los vecinos no sospecharan. La melodía de un tono con tintes de hip hop comenzó a sonar y hacer eco en toda la habitación, mi pierna vibraba así que la fuente de origen debía venir de mi bolsillo.

Metí mi mano en mi bolsillo derecho para sacar mi teléfono móvil, la pantalla me indicaba mis peores temores, Antonio me llamaba.

Algunas personas comenzaban a quejarse y a gritar «¡Apaga esa puta mierda! »

Sin embargo no contestar significaría algo peor que ser sacado a patadas de un vertedero de drogos como este.

Corrí hacia la puerta de la cocina sorteando con dificultad a una pareja semi desnudas que al parecer se había quedado dormidas en el bello acto de amor, estaban entrelazadas de brazos y piernas, latas de cerveza y basura irreconocible cubrían sus cuerpos. Simplemente romántico, pensaba en sacarles una foto pero tenía cosas más importantes que hacer en ese momento.

Al salir al patio la llamada se había perdido y tuve que marcar por mí mismo, respirando un poco de aire fresco me prepare mentalmente para una buena excusa.

Lamentablemente el saldo telefónico se me había agotado, buscando en el historial de llamadas aparecía una larga lista de llamadas a números que no conocía.

No tengo ni la más mínima de idea de que mierda hice ayer pero casi puedo asegurar que esas llamadas no eran mías.

Regrese dentro de aquella casa llena de humo y drogadictos para buscar el resto de mi ropa, mi abrigo se encontraba debajo de hombre barbudo y confundido, después de convencerlo que ese abrigo pertenecía a la realeza y que nuestras vidas dependía de que aquel abrigo llegara a salvo al reino de donde había salido me dejo recogerlo y tras hacerlo casi hubiese preferido no hacerlo, estaba viscoso y húmedo, olía asqueroso y lo volví a dejar debajo de aquel extraño y honorable hombre.

Busque mis zapatos en un revoltijos de cosas en una esquina, entre cinturones, calcetas sucias y zapatos diferentes encontré un par, agachándome debajo de los sofás encontré el segundo.

Y tras haberme acomodado el cabello frente a un espejo empañado por el vaho me dirigí a la puerta principal.

—Oye viejo, ¿ya te vas? —Me preguntó una voz familiar a mis espaldas.

Era Oscar, si no fuera por qué su registro señalaba que tenía 16 años podía jurar que tenía 30. Era obeso y tenía unos ojos diminutos como de rata. Era prieto, mucho más que yo. Usaba la casa de sus difuntos padres para realizar pequeñas fiestas donde el atractivo principal era la marihuana que el mismo regalaba. Afirmaba tener un tío con un plantío de marihuana. No le creía del todo, pero tampoco me importaba de donde la sacaba, siempre tenía a su disposición algo de hierba y eso era lo que importaba. Al final del día su casa terminaba lleno de vagabundos y drogadictos perdidos. Un par de veces la cosa se ponía violenta y terminaban peleando dentro de la casa. Hasta ahora no había pasado a mayores.

Un mundo fragmentado: El rincón de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora