Lena.
Parecía ser que el motivo de mis pesadillas y yo estábamos destinados a estar cerca sin importar qué, como dos imanes de polos opuestos.
Hace ocho años, cuando Raquelle se fue a Francia, yo sabía que probablemente sería la última vez que la vería. Yo ya sabía que sus padres se divorciarían y que ella, su madre y su hermano se quedarían en Nantes a vivir.
Había pensado en cortar el contacto de golpe. Sin dolor ni remordimiento, y así lo hice.
Pero el remordimiento vino después.
Yo no sabía que iba a acabar en el hospital. Yo no sabía que me iba a debilitar tan rápidamente. Por eso tal vez me sorprendí al verme allí, alimentada por suero, ya que había llegado a un punto en el que vomitaba todo lo que ingería.
Y entonces me di cuenta de que la culpa no era mía.
Leo.
El tintineo del artefacto entrando y saliendo del recipiente con agua y jabón me empezaba a poner nervioso.
Alexa lo llevaba consigo a dondequiera que fuese, y se pasó todo el trayecto soplando por el orificio de la barra de plástico, creando pompas sin parar. El viento las llevaba hasta Noah, y este, las explotaba.
Recorríamos el trayecto a casa los tres juntos casi siempre. Me dejaban justo en mi portal y seguían su camino. Noah se solía quedar en casa de Alexa, probablemente y únicamente para follar.
Estábamos a unos aproximadamente tres minutos de llegar al apartamento. Yo saqué un cigarro de una cajetilla tricolor.
-Noah, ¿Tienes fuego?-Murmuré con el asesino a largo plazo entre mis labios.
-Que va, tío, ya no fumo-Dijo intercambiando una larga mirada de complicidad con Alexa. Ella le miró de reojo, sonrió y siguió soplando para crear pompas.
Yo arqueé una ceja y seguí caminando con el cigarro en la boca. A Alexa nunca le había gustado que Noah fumara, y por mucho que se lo pedía, él nunca había dejado el vicio. Supongo que las cosas habían cambiado, o quizás había sustituido el vicio por otro.
Ninfomanía, tal vez.
Lena.
Todo aquello empezó como un juego.
Cuando entramos en el instituto, Raquelle empezó a desarrollar. Más bien, a engordar.
Sí, sin lugar a dudas, estaba gorda. Bastante. Además, también tenía muchos granos. Claro que, aquello nunca había importado.
Sin embargo, a mitades de curso de segundo, aquello cambió. Raquelle empezó a alimentarse bien. A hacer ejercicio. La pubertad le dio una patada de lleno en el estómago que la cambió para siempre.
Adiós acné, adiós muslos fácilmente confundibles con los de un hipopótamo, adiós tripa.
Hola figura de reloj de arena, hola culo respingón, redondo y muy buen puesto, junto con un pecho no demasiado voluminoso, pero que aún así llamaba la atención.
Y en ese momento, la Lena Gabana del espejo, quiso darse contra él hasta romperlo y clavarse todos los cristales en su piel.
Yo nunca había estado gorda. Nunca había llegado al metro sesenta de largo y nunca había llegado a acumular demasiada grasa en mi cuerpo.
Pero al igual que no tenía apenas grasa, tampoco tenía curvas. Ni tetas. Ni culo. Nada de nada.
Empecé a comerme la cabeza cuando empezamos a ir a la piscina de Alicia, porque me di cuenta de que su cuerpo era puro arte.
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No todos los rusos se llaman Dimitri
Teen Fiction(Continuación de Fideos al Horno) En el momento en el que Lena despierta en aquel enfermizo hospital, decide que es hora de dar un vuelco a su vida. Corta los lazos con todo el mundo a su alrededor y se encierra en un caparazón del que promete no vo...