Pompa 4

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Leo.

Nos tiramos en el sofá, con un malestar en el vientre horrible. Las cuatro de la mañana.

-¿Qué coño le echaste a la pasta, Gabi?-Gemí, con los ojos cerrados, apretándome la barriga con los brazos.

-No lo sé...Bechamel...Queso...Champiñones...

Yo me ajusté el septum que había tenido que lavar un millón de veces para librarlo de la maloliente mezcla de ácido y puré de espaguetis. Como pude, me levanté a la cocina y rebusqué en la cocina el bote de nata para cocinar que había utilizado Gabriel para hacer la bechamel.

-¡Tío! ¡Que esto está caducado desde el año pasado!

-No me fijé...Estaba al fondo del armario-Berreó.

Yo suspiré. Me acababa de acordar que ese día me tocaba a mí ir a limpiar el estudio.

Lo llamábamos estudio, pero era una casa abandonada, con agujeros en el techo, a la que con un pequeño generador habíamos aplicado una corriente de electricidad. Muchas sillas, una mesa gigantesca y dos máquinas de coser que escondíamos bajo unas telas.

Sí, era una mierda de sitio para trabajar, pero no teníamos otra cosa. La casa de Alexa ya estaba abarrotada de las cosas de Jade, Barbara no vivía aquí, ¿En casa de Noah? ¡Ni hablar! Y ni en nuestro apartamento ni en el de Maxine, en el que vivía con su madre, cabíamos.

Pude dormir al menos tres horas gracias a un ibuprofeno, aunque vomité un par de veces más. Sacando fuerzas de donde no las tenía, me enfundé en una camiseta negra con las mangas naranjas. Gabriel seguía allí tirado. Me miró de reojo.

-Por dios, Leo, ¿Cuántas veces te he dicho que no te pongas cosas naranjas? Te quedan fatal con tu pelo.

Yo fruncí el ceño. Era cierto que el transcurso de los años había hecho a mi pelo cobrizo tornarse más pelirrojo que castaño, y Gabriel nunca se cansaba de decirme que tirase toda la ropa de mi armario que tuviese algo naranja (o que se lo diese a él) Pero jamás tiraría aquella camiseta. La compré en la estación la primera vez que vine.

-Oye, ¿Mañana es el cumpleaños de tu hermana, ¿No?-Preguntó justo antes de que yo saliese por la puerta.

Asentí.

-Veinticinco años-Murmuré-Todo pasa demasiado rápido...

-¿Le vas a regalar algo? ¿Vendrá, como el año pasado?

-Supongo, pero ahora tiene mucho lío, está traduciendo un libro y el plazo termina dentro de poco, así que vendrá dentro de un par de semanas. Y sí...Le regalaré algo...Pero no sé el qué.

-Bueno, limpiadora, te veo luego. Te estaré esperando con un buen plato de pasta-Se despidió.

Yo hice una horrible mueca.

-No, por favor.

-Es broma, pediré pizza.

Me mostré conforme, aunque ahora no tenía hambre y probablemente después tampoco, aunque ya me había limpiado estomacalmente.

Salí del diminuto solar, para dirigirme al estudio, para el cual había que coger el metro hasta la última parada y después caminar unos diez minutos hacia la nada.

Pero allí no encontré la casa abandonada tal y como la dejamos unos días anteriores.

Lena.

Veinticuatro años.

Veinticuatro años, viviendo con mis padres, sin estudios más allá del bachillerato, que había pasado por los pelos.

No todos los rusos se llaman DimitriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora