Lena.
Estuve dándole vueltas a lo de quedarme. Pero me aburriría tanto...
Tras terminar los estudios y haber hecho varios intensivos de prácticas en idiomas, nunca se me había presentado la oportunidad de trabajar. En Francia tendría muchísimas más oportunidades. Además, tampoco es que me fuese a encontrar con Raquelle ni nada. Francia era muy grande.
Me puse una falda larga negra con un cinturón de cuerdas color caoba. Sin duda, mi favorita. ¿Quién dijo que a las bajitas no le quedaban bien las faldas y vestidos largos?
Bajé la maleta junto con las dos de mi madre y los maletines de mi padre. Lo dejabamos casi todo atrás.
Mi padre se miraba en el espejo mientras se colocaba la corbata. Siempre iba en traje de chaqueta. Se echó hacia atrás un pelo mal puesto a pesar de la gomina, juntándolo con los otros mechones, cortísimos y negros.
-¡Julia! ¿Has cogido mi...? Mi...¿Eso?
No lo quería decir delante mía por verguenza, pero Sergio Gabana había empezado a perder el pelo con una rapidez impresionante, por lo que había empezado a usar un producto especial. Lo intentaba llevar en secreto, pero no se le daba muy bien.
Mi madre se asomó por la puerta de la cocina. Dulce y jovial como siempre, fina y delgada, pero sana.
-Lo he metido en tu maletín, cariño. ¿Tienes los billetes y pasaportes preparados? Lena, ¿Lo llevas todo?
-Sí, mamá. Anda, deja que te peine.
A pesar de su pelo corto (castaño claro, precioso) seguía encantándome peinar, sobre todo a ella.
La obligué a pararse y la peiné suavemente con los dedos. No tenía tiempo de sacar el cepillo para una completa sesión de peluquería.
Mi madre esperaba, callada y nerviosa.
-Lena, no hay tiempo, nos vamos ya.
Yo suspiré y retiré los dedos de su cabello.
Fui la última en salir de la casa. No era demasiado grande, pero había estado bastante bien vivir allí veinticuatro años de mi vida.
Observé las paredes vacías, llenas de cuadros y de fotos nuestras de antaño. Fotos de una Julia con el pelo largo y con una sonrisa no hundida, ni cansada. Un Sergio desestresado. Disfrutando.
Una Lena feliz.
Leo.
Allí estábamos, a las cuatro, los cinco en la puerta del museo de Bellas Artes.
Con un cigarro entre los labios y con el ceño fruncido, sentado en los escalones frente al gran portón del edificio, esperaba a que alguien preguntara algo. Pero nadie preguntó. Sólo esperaban a que yo dijese algo. Max me dio un suave puntapié.
Me retiré el cigarro de los labios, con suavidad. Tragué saliva.
-Tengo una buena y una mala noticia.
Noah se sentó. Alexa hizo lo mismo, muy pegada a él.
-Dispara-Dijo Barbara. Vestía una falda larga y unas botas de tacón de charol muy llamativas.
-Han cerrado nuestro estudio. Con nuestras máquinas dentro.
-Si se podía llamar estudio...-Murmuró Maxine, envuelta en un jersey que ponía 'Kiss the artist'
-¿QUÉ?-Alexa se levantó, como movida por un resorte y se tapó la boca con ambas manos, teatrera. Llevaba un vestido rosa muy pálido, con muchos volantes y lazos, y el pelo recogido en dos coletas con lazos a juego.
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No todos los rusos se llaman Dimitri
Ficção Adolescente(Continuación de Fideos al Horno) En el momento en el que Lena despierta en aquel enfermizo hospital, decide que es hora de dar un vuelco a su vida. Corta los lazos con todo el mundo a su alrededor y se encierra en un caparazón del que promete no vo...