Tras este comienzo algo escabroso, lo que continúa posiblemente os vaya a decepcionar. Mi vida no dio para mucho más en un tiempo, vaya. Aunque yo consideré que ya había vivido bastante y suficiente en una sola noche.
Al día siguiente le conté a mi madre y a mi padre —como pude— lo ocurrido. Traté de obviar el asunto de la nota para intentar no preocuparles más. Y a partir de aquella confesión surgió un debate a dos bandos en nuestra mesa del comedor: por un lado, mis padres defendían la posición de que tenía que denunciar aquella agresión y, por el contrario, yo insistía en que aquello sería una locura.
—Pero tienen que atrapar a esa bestia —casi gritó mi padre, exasperado al comprobar que mi decisión era inamovible.
—Pero papá, ni siquiera le vi la cara. No sé quién es... ¿cómo le voy a denunciar? —susurré tan alto como mis cuerdas vocales me permitieron. Aquel contraargumento le golpeó directo en el orgullo. Se sentó derrotado, recapacitando lo que le había dicho, y esa fue su manera de reconocer que yo tenía razón. Lo cierto es que estaba orgullosa de mi razonamiento, pero sinceramente, todo eran excusas para no complicarlo todo más. Tenía miedo. Ahora que con el tiempo he crecido y madurado después de aquello, lo único que siento hacia mi yo de entonces es pena por sentir pavor al aplicar justicia ante mi agresor.
Mi madre, que hasta entonces había guardado silencio, intervino:
—Diana, si lo que dices es verdad —porque aunque no había sido sincera del todo, ella había sido capaz de avistar un atisbo de miedo en mi mirada—, es cierto que no podemos hacer mucho. Solo puedo decirte que a partir de ahora, tengas los ojos más abiertos. Me parece genial que ayudases a una persona en peligro, pero la próxima vez, intenta tener más cuidado. O mejor, piénsate tu manera de ayudar dos veces antes de actuar... —había mantenido los brazos cruzados mientras tanto, simulando una pose de tranquilidad que solo sus dedos temblorosos rompían, pero entonces, se levantó—. Por lo pronto hoy no irás al instituto, te firmaré un justificante.
Yo se lo agradecí, porque sentía la garganta fatal. Y la sola idea de tener que contar lo ocurrido más veces me agotaba. Mi padre se levantó también y ambos se fueron a su habitación para "terminar de arreglarse", o eso me dijeron. En realidad yo sabía que estarían sopesando la información que acababa de darles y que aquello traería más coba que otra cosa; que discutirían lo ocurrido y al final terminarían decidiendo por mí. Cuando estuve sola, únicamente me limité a sacar la misteriosa nota del bolsillo de mi pantalón y a leerla incalculables veces. No pude evitar sentir algo de culpa por habérsela ocultado a mis padres.
El año pasado, cuando estaba en primero de Bachillerato, el profesor de filosofía nos contó una vez un episodio un tanto escabroso de su vida. Resultó que estaba cruzando un paso de cebra cuando, de repente, un coche lo atropelló. Nos dijo que casi hubiera muerto a causa de aquel accidente, del que había salido muy mal parado: se rompió una pierna, ambos brazos y tuvo numerosas heridas internas. Aquello dejó a la clase sin aliento durante varios minutos.
"—Y cuando te recuperaste, ¿qué hiciste? —preguntó un compañero.
—Volví al paso de peatones donde había tenido lugar el incidente.
—¿Qué dices, en serio? Yo hubiera sido tú y no solo no me acercaba a ese lugar, sino que no pasaba por ningún paso de cebra nunca más —contestó mi compañero y la clase entera, incluído el profesor, nos reímos ante aquella respuesta.
—Ya, ya... Pero sabía que o volvía a aquel lugar y cruzaba aquel paso de peatones solo o no lo superaría nunca".
Aquel razonamiento de mi antiguo profesor se instaló en mi mente aquellos días y me hizo pensar. Mi cuello había mejorado y ya lograba hablar casi con normalidad.Llevaba cuatro días enclaustrada en casa y lo único que hacía era poner excusas cuando me ofrecían salir de ella. Mis padres se daban cuenta de ello y me miraban con cara de preocupación, casi desolados ante mi respuesta tan cobarde a aquel suceso. Yo no soportaba aquella mirada, mucho menos seguir encerrada allí, pero no sentía las fuerzas suficientes como para enfrentarme a aquello. Quería —más bien necesitaba— que pasase el tiempo. Mis padres incluso me habían ofrecido su ayuda proponiéndome que podían acompañarme a dar un paseo y pasar por allí solo si yo quería, pero lo rechacé. En casa me sentía segura y era lo que necesitaba, pero eso no quitaba para que echara un poco de menos el contacto con el mundo exterior.

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Skumfuk
Fanfic"Todo lo que necesito es tiempo para respirar, para soltar lo que llevo dentro. Todos mis pequeños sueños confunden y emborronan aquello que viví. Quiero creer en que mi pasado fue real, pero siento que todo fue tan precipitado que apenas fue a...