CAPÍTULO 2

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Un bocinazo me despierta de golpe de mis preciosos sueños. Miro por la ventanilla, es de noche. ¿Qué hora es? Cojo el móvil. Las diez y media. 

—¡Hemos llegado chicos! ¡Bienvenidos a Los Ángeles!— Dijo mi madre con mucho entusiasmo. Salimos los tres del coche corriendo a saludar a nuestra familia. Mis tíos, mis primos y mis abuelos se mudaron a California hace ocho años. Siempre hemos mantenido el contacto, pero no es lo mismo como tenerlos a una calle de distancia de tu casa. 

—¡Cuánto tiempo! ¡Estáis muy grandes!— Dijo mi abuela abrazándonos. —¡Carol te ha crecido mucho el pelo! Alex , ¡has crecido mucho!— Me causa gracia ver a mi abuela sorprendiéndose tanto, nos vio el mes pasado. 

—Abuela, nos viste el mes pasado...— Dice mi hermano.

—¿Y qué? Estáis en una etapa de crecimiento.— Ya ya, claro. Yo dejé de crecer hace tres años. No soy una persona alta, pero tampoco baja. Soy delgada, pero he de decir que me ha costado lo mío. De pequeña era ... una bola de sebo, después entré en la adolescencia y me di cuenta de que no quería seguir así. Hago ejercicio, salgo a correr tres veces por semana, me ayuda a desconectar del mundo. Soy más morena que blanca de piel, pelo largo y castaño y por último, mis ojos marrones con un toque verdoso. Los ojos es lo que más me gusta de mi cuerpo, los he heredado de mi abuelo. 

— ¿Qué tal conduce mamá? ¿Os habéis mareado mucho?— Comienza a decir mi abuelo. —La última vez que me subí a su coche acabé vomitando en una gasolinera. —¿Mi abuelo? Un hombre de sesenta y cinco años, muy bromista, le encanta picar a la gente y con muy buena salud. Él me ha ayudado a superar lo de mi padre y ... Mike. Mike fue la pareja de mi madre durante siete años y medio. Prefiero no recordarlo.

—¡Papá! Vomitaste porque una hora antes te zampaste cuatro hamburguesas.—Dice mi madre simulando estar enfadada. Todos reímos a la vez que nos acercamos a nuestra nueva casa, nuestro hogar a partir de ahora. Siento escalofríos al pensar en mi nueva vida en California. He dejado atrás a Lucas y Anna, mis mejores amigos. Anna es como mi hermana. Cuando me enteré que nos mudábamos, sentí una presión en el pecho, no se que voy a hacer sin ella a mi lado. Siempre nos quedará Skype ... Y luego está Thomas, lo echo de menos aunque me engañara con otra. Pero nunca volvería a estar con él. Yo lo quería mucho y el imbécil va y se tira a una en mi fiesta de despedida. Exacto, en MI fiesta. En parte, me alegro de estar aquí. Quiero olvidarme de él y no derramar una sola lágrima más.

—Desde fuera se ve bastante grande.— Comenta mi hermano refiriéndose a la casa. Tiene razón. Hemos pasado por un mini-jardín para llegar a la puerta principal. Según mi madre, tenemos dos jardines y piscina. Nunca hemos tenido problemas de dinero, es más, mi hermano y yo trabajamos para pagarnos nuestros caprichos. Mi madre es juez, una de las mejores en Aspen, y tuvieron que trasladarla. 

—Y lo es.— Responde mi madre mientras abre la puerta principal y enciende las luces. Y tanto que lo es. En Aspen vivíamos en un piso en el centro de la ciudad. Es muy moderna, está amueblada y con nuestras pertenencias colocadas. Dios, es preciosa. Dos plantas. En la primera se encuentra el salón, comedor, cocina, un baño y un ventanal para pasar al jardín. En la segunda, las habitaciones y un baño para cada uno, por fin. 

 —Bueno, ya es hora de irnos. Os dejamos en vuestro nuevo hogar. Tenéis que descansar, mañana ya iréis a visitar todo lo que queráis.— Dice mi tío. Se despiden de nosotros y se marchan. 

Cojo mis maletas silenciosamente y voy subiendo por las escaleras hasta que me tropiezo y caigo al suelo de cara. ¡Mierda! 

Mi hermano se da cuenta de mi plan y pasa por encima mío para escoger la mejor habitación. ¡Doble mierda! Me levanto lo más rápido posible y voy hacia la habitación de la derecha. Dios mío. Se me había olvidado que tenemos el mar a una calle. Hay un ventanal con vistas a la playa de Los Ángeles. Esta habitación es el sueño de cualquier adolescente en sus cinco sentidos. Dos de las paredes son blancas y las otras dos son grises, un escritorio blanco, una televisión colgada a la pared, la cama es blanca nuevamente y por último,  hay un armario enorme empotrado. Podría hasta invernar ahí dentro. Nadie, nadie, nadie me va a mover de esta preciosidad de cuarto. 

¿SIN ATADURAS?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora