Capítulo 4

132 11 3
                                    

Como sabía que ese pensamiento iba a terminar en un gran peso moral (no me lo podría despegar por semanas, y tendría que preguntarle a alguien. La verdad, era que no quería.), seguí observando a mi compañera  hasta que el timbre sonó.

“Ay chicas, siento que estoy gorda” comentó Erin llamando la atención. Rodé los ojos.

“No estas gorda, tonta” comenté. Siempre que opinaban cosas sobre su cuerpo, yo les negaba lo que estaban diciendo. Era mejor eso que convencerlas de que, en realidad, parecían unas ballenas fuera del agua, y que se armase un escándalo por esa estupidez. Además de que no estaba gorda.

Caminamos hasta la cafetería hablando sobre eso. Por más sorprendente que sonara, yo también participaba en esas conversaciones. Siempre. Debido a mi experiencia, les podía recomendar métodos de adelgazamientos bastantes eficientes.

**

“¿Steven?” Grité al llegar a casa. Juraría que me cansé más subiendo las escaleras del edificio que la caminata del colegio al departamento. Como nadie contestó, supuse que seguiría fuera.

Eran las doce y cuarto del mediodía. Salí del instituto a las 12, como todos los lunes. Me apuré en prepararme un sándwich de lechuga y queso y miré un capítulo repetido de los Simpson. Siempre pensé que, si tuviéramos que presentar a cada miembro de mi familia como un personaje de los Simpson, seguramente yo sería Marge, Robert sería Bart, Sandra sería Homero, Steve sería Lisa y bueno, Tobías sería Magie. Era como si el inventor de esta serie televisiva, se hubiera basado en cada uno de nosotros para crearlos.

Al final habíamos quedado con Barb para que venga a casa el domingo. Podríamos haberlo hecho cada una por separado, pero tenía ganas de conocer a mi compañera. Quería saber que pasaba por su mente y todo lo que tuvo que vivir para llevar el aspecto que llevaba. Ella era una de las historias que estaba dispuesta a escuchar, a opinar.

Cuando se hicieron las 12:45, salí de casa abrigada hasta la médula y con un bolsito en el brazo.  Caminar siempre me había gustado, usaba ese tiempo disponible para reflexionar.

Seguía preocupada por Joanna, que no había asistido a clase. Todas le mandamos mensajes preguntándole que le había sucedido, pero no contestó a ninguna. Ella era buena. La más buena de todas, creo. De su corazón desbordaba honestidad, y para mí, era la más auténtica de mis “amigas”. Su vida no había sido fácil. Su padre y su madre no se hacían cargo de ellas, y varias veces había pasado una noche en prisión por el consumo de drogas. Según lo que se rumoreaba en el St. Green High School, se abastecía con el dinero obtenido con las sustancias tóxicas. Marihuana, más específicamente. Y ese era uno de los rumores en los que más confiaba.

El callejón era oscuro y sucio. Hombres dormían entre los tachos de basura, abrigados, en el mejor de los casos, una fina manta. Cada vez que pasaba por allí y los veía, me preguntaba cómo era que habían llegado a vivir en las calles. ¿Tendrían familia? ¿Quién los habrá criado? ¿Alguien estaría pensando en ellos? ¿Ellos en quién pensarán? ¿Cuándo fue la última vez que durmieron en una verdadera cama? Juzgando a la mayoría, podría decir que hace 5 años no descansaban debidamente.

La puerta del gimnasio era de hierro, pesada. En la recepción se encontraba Nancy Coffey, mi compañera de trabajo.

“¿Cómo andas, Whipple?” Preguntó la recepcionista. La mayoría de los empleados del Manhattan Gym me llamaban por mi apellido. Creo que no sabían que me nombraba Casandra.

“Genial” Contesté pasándola de largo. En la recepción había una puerta, que cuando ingresaba, te comunicaba con otras dos. La de la izquierda era el vestidor de las mujeres, en la del medio se encontraba el gimnasio, y en la izquierda se cambiaban los hombres. Obviamente, ingresé a mi vestidor.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 24, 2013 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

I'm AliveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora