9. Rosas Rojas, Un Brazo Roto y Un Ascensor.

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El suelo se sentía bastante frío. De vez en cuando, ello producía un escalofrío que traspasaba mis zapatillas y los calcetines hasta llegar a mi piel erizada. El único calor que recibía era el de la cabeza de Dan sobre mi hombro.

Entre tanto, Julia volvía con su vaso marrón claro de la máquina ya por tercera vez.

-Tanto café acaba pasando factura. – Leo le miró con media sonrisa en la cara.

-Haré lo que quiera. Como siempre he tenido que acabar haciendo. – Julia parecía no bromear.

Habían pasado ya dos horas desde que pisamos aquel blanco y desalentador hospital. En la sala de espera estaban una mujer de ojeras profundas, que parecía estar aquí desde hace bastante tiempo y un señor mayor que, con un ramo de flores, parecía esperar a alguien de la zona de operaciones.

-En lo bueno y en lo malo eh, Jam. – Dan me miró mientras se incorporaba.

-En la cumbre de una montaña rusa o en una heladería tomándote tu helado preferido.

-Si me encuentro en mi lecho de muerte, quiero que me visites tío.

-Te traeré flores, tranquilo. Si espero a que te las traiga una mujer, te mueres antes.

La inocencia y el humor de Dan era tan verdadero que muchas veces era capaz de contagiármelo; sobre todo, en los momentos más difíciles. No sé por qué no conocí a Dan antes; la de enfados e histerias que me habría ahorrado.

Todos intentaban esquivar el tema por el cual, estábamos aquí. Papá y mamá habían tenido un accidente de esos que es difícil salir ileso. Todo esto me extrañaba muchísimo; mi padre suele conducir con bastante cuidado y más aún si lleva a mi madre de copiloto.

La tensión entre mi hermana y yo era evidente. Ella me echaba indirectamente en cara el que me preocupara más en encontrar a Cas que en saber lo tan importante que me tenía que decir. Sinceramente, no sé lo que hubiese hecho si lo hubiese sabido antes; solo habría servido para que estuviera más horas esperando vagamente en el hospital.

-Son ya sesenta años de casado; qué rápido pasa el tiempo. – Dijo el señor de las flores.

-Son ya quince años de hijo; espero que aún lo sigan siendo. – Me acerqué al señor, mientras hablaba con un nudo marinero en la garganta.

- ¿Qué le ha pasado a su mujer señor? – Dan se añadió a la conversación.

-Cáncer de páncreas. Empezó hace unos meses. – Suspiró.

-Dicen que el amor es la mejor medicina. – Intenté alentarle de su reciente desdicha.

-Y el peor de los males. Es un compromiso querer y saber hacerlo todos los días tu vida. Le dio un ataque mientras discutíamos sobre todos los gastos y cuentas que habíamos acumulado estos últimos meses... ¡Estúpido dinero! Quiero que las últimas palabras que oiga sean "te quiero" y no un "deja de gastar como una insensata".

De repente, las puertas de la zona de urgencias se abrieron de par en par, mientras el médico salía de ella. Nosotros y el señor de las flores nos pusimos de pie a la espera de buenas noticias y respuestas referentes a nuestros respectivos seres queridos.

El médico pasó de largo de nosotros y se puso delante del señor con el que estuvimos hablando. Se alejaron a unos metros de nosotros. La cosa no tenía buena pinta. La cara de los dos fue decayendo poco a poco hasta que el ramo de flores cayó al suelo y se desparramó por el suelo. El señor se desplomó al intentar apoyarse en la pared.

-Te... te... quiero. – Las lágrimas empezaron a caer de sus ojos.

No pude contenerme. No suelo llorar frecuentemente; suelo ser bastante fuerte emocionalmente, pero esto me sobrepasó. La vida le había acabado de quitar lo más precioso de su vida, un trozo de su corazón, el motor de su sonrisa. Era tarde para decir cualquier cosa; se había ido. Los enfermeros y espectadores que presenciaron tal noticia se unieron al luto de las lágrimas del señor; todos dábamos nuestras flores rojas del pésame con nuestros ojos.

Destéllame JamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora