15. Barcelona, El Manso Caballo Azul y La Llamada.

54 5 0
                                    


Julia permaneció con una sonrisa discreta durante el camino de vuelta a la estación. De vez en cuando llegaba a soltar una pequeña carcajada, mientras nosotros sólo podíamos hacer otra cosa que aguantarnos la risa.

-Se te vez feliz hermanita, muy feliz. – Le dije en cuanto me disponía a abrazarla.

-Es como si me hubiese quitado un peso de encima. – Suspiraba de felicidad.

-Sí, así es.

Era alucinante el estado emocional de mi hermana; juro que en años se le había podido ver así. Parecía una niña risueña, soñando en voz alta, mientras jugaba a las muñecas con su futuro con Leo. El plan era demasiado feliz y perfecto y por alguna razón, me daba mala espina.

Al fin, llegamos a la estación de autobuses. No había pasado tanto tiempo como para echarla de menos, por lo que nos limitamos a esperar en los mismos bancos de los que hace unas horas estuvimos despidiendo al que íbamos a reencontrarnos. Llegamos con bastante adelanto ya que habíamos comprado de camino los billetes por internet. Cas estaba distante, o tal vez cansada. El caso es que acabó apoyándose en los regazos de Julia, dejando al descubierto una pequeña herida en la oreja que no había visto antes. Hace unos días le habría preguntado el por qué a su herida en la oreja, pero las cosas no estaban lo suficientemente claras entre nosotros como para hacerlo.

-Jam, te noto raro.

-Como para no con tanto desastre. – Bufé discretamente.

-Sí, pero tú no sueles abalarte por estas cosas. – Dan repicó a mi insuficiente excusa.

Y tenía toda la razón. No era un chico fácil de abalar, a veces llegaba a parecer implacable. Resulta que, desde pequeño, a pesar de la afectividad que pudiera tener con mis cercanos, nunca dejé que notaran cuándo estaba mal. Supongo que la acumulación de sentimientos guardados durante todos estos años empezaba a aflorar o a transbordar de mí.

-Estoy haciendo esto por Julia. Su pasión me levanta el ánimo un poco.

-Hablando de ánimo. Me han contado la escenita que montaste en el instituto. – Se rio de manera burlona.

-Es lo que sentía. Tú no me comprendes. – Le aparté la mirada de manera depresiva.

-Ah, claro. Y el señor Cicatrices sí, ¿no?

- ¿Cómo lo sabes?

El autobús que abría sus puertas no nos permitió terminar nuestra conversación.

Dan decidió no sentarse a mi lado y él ya había agarrado del brazo a mi hermana, por lo que, a duras penas me tocó compartir asiento con Cas. No me hacía para nada ilusión y creo que ella sentía lo mismo debido a que nuestra exagerada educación nos delataba.

- ¿Te molesto si pongo mi mochila debajo? – Decía yo con tono refinado.

-En absoluto. Yo iba a preguntarte lo mismo. – Respondió con semejante tono.

Definitivamente, iban a ser las ocho horas más largas de mi vida, así que saqué un libro viejo que tenía guardado en la estantería de la habitación, que se estaba muriendo del asco por mi falta de viajar o dejármelo en casa sin querer. Este no era nada más ni menos que El manso Caballo Azul de Gabo, que pretendía en aquel trayecto terminarme, y estuve en ello hasta que una voz emanó del asiento izquierdo.

- "Ni llores por cosas que no han pasado, ni te alegres por cosas que ya han sido". – Recitó Cas una de las mejores de la novela, cuando Caballo Azul está a punto de saltar de un barranco y recita tales palabras.

Destéllame JamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora