11. Una Espada, Ferrocarriles y Jirafas.

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Una vez me contaron una historia la mar de curiosa, de esas que te comen el coco y te hacen pensar en ello día y noche. Recuerdo como si fuera hoy el día en que me la contaron. Tendría mis diez años y de una cosa estaba seguro, mi vida había sido hasta ese entonces una gran aventura. Tengo tantos buenos, divertidos y malos recuerdos que podría hacer perfectamente mil libros de ello. Este puede ser un buen momento para traerla a mi memoria otra vez.

Tal domingo de algún día de fin de semana de octubre, estábamos la familia al completo en la estación de tren

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Tal domingo de algún día de fin de semana de octubre, estábamos la familia al completo en la estación de tren. Estaba bastante entusiasmado por el viaje, íbamos a ir a visitar un zoo maravilloso del que, mi padre había conseguido unas entradas en el trabajo.

- ¿Y también hay jirafas de esas que vemos en la tele en ese sitio? – Dije mientras le tiraba de la manga a mi padre.

-Habrá todo lo que quieras Jam. Sólo tienes que preocuparte en que no te muerdan, hijo. – Se reía de mí.

La emoción era real. En aquel momento, las jirafas eran mi animal favorito, seguidas de los koalas que tanto veía en los documentales de la tele. Acabo de recordar que mi mochila tenía una jirafa de color naranja dibujada en la parte trasera de ella, pero que pronto recibiría más compañía al coserle mi madre un bonito parche de koala que, tapó maravillosamente el agujero que había conseguido con el paso de los años.

El tren llegó bastante puntual; creo que hasta un poco antes, porque no me dio tiempo ni a levantarme los pantalones y apretarme el cinturón a tiempo en el baño. Esto hizo que, por un descuido mío y de mis padres, acabaran cogiendo asiento y zarpando hacia la aventura ferroviaria sin mí. Menuda cara de susto pusieron ellos cuando me vieron con el cinturón en la mano a través del cristal del vagón, dando saltos para que me pudieran ver; juraría que Julia se estaban riéndose bastante de la situación.

Definitivamente, mi gran aventura se había ido al garete. Si lo hubiese sabido, me habría aguantado las dos horas en tren, sin ir al baño; con la vejiga a punto de explotar, pero dentro del tren, al fin y al cabo.

La cosa parecía ir para largo, así que empecé a andar por la estación en búsqueda de un sitio decente y seguro para sentarme y esperar. Estuve a punto de sentarme al lado de una abuela que parecía ser tranquila y de fiar, pero abandoné la idea cuando aquella señora sacó de su bolsillo un cigarrillo bastante extraño que nunca había visto. Para mi suerte, encontré a una mujer embarazada, que parecía bastante inquieta en su sitio, pero que estaba leyendo un libro de tapa azul bastante de fiar.

- ¿Me puedo sentar aquí señora? – Mientras me adelantaba a los acontecimientos y me sentaba por mi cuenta.

- ¿Cuántos años crees que tengo niño? – Parecía haberse ofendido por mi ignorancia.

-Mi madre dice que la gente casada y con hijos deben ser referidas por señor o señora. Perdóneme de verdad señor; no he querido insultarle.

-Tampoco soy un hombre. Además, no estoy casada. – Sacó una risa entre dientes. No llegaba a captar si acababa de estar ofendida o no.

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