7. Calentones, Dragüedades Ochenteras y Subterráneos.

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Me había besado. Aquel pequeño segundo e insignificante momento había estado rondándome toda la noche. Había soñado tantas cosas buenas que era mejor no recordarlas. Quería dormirme todas las noches y volver a imaginarme sus labios en mi mejilla como si fuera la primera vez, todos los días de mi vida.

El sol presumía de su día. Me sentía como si hubiese dormido muchas horas, creo que más de las que debería. Abrí los ojos para contemplar lo que me esperaba. Ropa destartalada por la habitación, el saco de dormir aplastado por los pies de Leo, algún que otro cojín debajo de la cama y Dan tan risueño besando a la pared fría de la cama.

Cuando justo iba a dormir cinco minutos más, me acordé de que mi teléfono seguía por ahí en manos de Dios sabe quién. Tenía la esperanza de que aquella chica rubia y anima fiestas me lo había puesto a buen recaudo. Sin pensarlo dos veces, pegué un brinco del saco haciendo que los pies de Leo se pusieran de nuevo en la cama. El reloj marcaba las dos de la tarde; tampoco era tan tarde para ser domingo.

Me dirigí hacia el baño. El pasillo se notaba tranquilo. Me extrañaba que mis padres y mi hermana siguieran dormidos.

El espejo estaba a dos palmos de mí. Los remolinos castaños se me caían a los lados y casi tapaban mis ojos verdes oscuros; mi abuela solía decirme que los tenía más verdes que un campo de olivos. Abrí el grifo; el agua estaba fría. Mi cara caliente por el sol de la ventana agradecía el fresco. Me sentía tan feliz que empecé a contarme los lunares de la cara y el cuello; una manía extraña pero que no hacía desde el día que fui a ver la película de Superman. Tampoco es que mi cara fuera tierra de lunares pero había los suficientes como para contarlos; mi madre dice que me dejan la cara más mona de la que es, pero es mi madre, no puede decir lo contrario.

Volví a la habitación a interrumpir el querido sueño de aquellos amantes de la cama.

-Habéis visto el maravilloso día de domingo que hace. – Suspiré de felicidad.

-Van ya dos semanas que hace buen tiempo. No te hagas el sorprendido y cállate. – Dan no tenía la mínima intención de levantarse.

-Vete a ser feliz por ahí y deja que los demás lo sigan siendo. – Leo giró la cabeza para seguir durmiendo.

Por lo visto, era el único con fuerzas de levantarse y hacer algo con su vida. Quería arreglar todo el estropicio de la habitación y encontrar a la chica de la noche de ayer pero no quería hacer tantas cosas solo. Cogí el colchón de la cama y como si fuera un mantel lo tiré al suelo mientras Dan y Nardo caían junto con él.

-Una mierda que os vais a quedar aquí sin hacer nada. – Les solté con todo el poderío de quien se había despertado antes.

Se levantaron sin ninguna queja del colchón y me ayudaron a arreglar todas las cosas. En cuanto no pusimos a arreglar las cosas en su sitio me di cuenta de que la mitad de la faena la habían hecho ellos por lo que les dejé solos arreglando todo mientras iba a buscar civilización humana en mi silenciosa casa de domingo.

Fui a la habitación de mis padres, pero no había nadie. Bajé las escaleras a ver si había alguien en el salón o en la cocina; nada de nada. Me estaba empezando a preocupar. Normalmente, si van a salir me avisan o algo así. Subí otra vez; se me había olvidado ir a la habitación de Julia. Para mi suerte, ahí estaba ella mirando algo en el ordenador y en la cama.

-Buenos días dormilón.

-¿Qué hora es?

-Las dos pasadas ya, por eso digo.

-La fiesta de ayer, me fue genial con Cas.

-Ya lo sé. Tan bien que ha roto con su novio.

Me quedé de piedra. Yo que me había despertado con todas las buenas vibraciones del mundo, parecía que la gente quería arrebatármela de mil maneras.

Destéllame JamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora