Con tu blanca palidez

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—No puede saberlo nunca, sé que ninguna de las dos merece esto y quizás nunca debimos hacerlo.

—Pero así fue.

—Perdón, perdoname. Quiero, en serio quiero, pero no puedo.

—Ya discutimos esto antes, no me siento mal por lo que hago. Vos sabés lo que siento por vos, lo que seguís provocando en mí y te lo demuestro todas las noches aunque sea solo con un sutil abrazo, pero no creo que vos puedas seguir con esto.

—¿Es esto un ultimátum? ¿Vos, me estás dando a mí un ultimátum? ¿Vos, que hiciste lo mismo que yo estoy haciendo ahora, te atrevés tan descaradamente a decirme qué puedo y qué no puedo hacer? —Marco estaba incrédulo, sabía que ella tenía razón pero él no iba a admitir que estaba equivocado, no ante eso, no esta vez.

—¡Te quiero Marco! Pero no podés manejarlo, tu esencia no es así, sos muy bueno y no te atreverías a herir a nadie y así es que siempre terminas mal vos, y no quiero que estés mal por algo que esta vez no puedo manejar.

—Entonces te atribuyo la culpa, por haber vuelto, por haberme provocado, por haberme herido y seducido, por haberme forzado a estar con vos cuando sabías perfectamente que no te había olvidado, y aún así te presentaste ante mí con tu rostro pálido y tus labios rojos, y ese cuerpo luciéndose en aquél vestido, aún así lo hiciste, ¿con qué propósito? ¿Me extrañabas? ¿Tu vida en Londres fue tan miserable que preferiste volver conmigo, el hombre que cambiaste? ¿Y qué, cada vez que dejas a alguien ese lugar se vuelve prohibido? ¿No podrás pisar Italia o Inglaterra porque son recuerdos constantes de tu inmunda personalidad, tan controladora y manipuladora, que no podés con vos misma de lo miserable que te vas a sentir? Lo sabés perfectamente, sabés lo que hiciste, completamente consciente, y aún así te atreves a darme un ultimátum. Que descaro de tu parte.

Marco se dio vuelta y abrió la puerta, para dejar la casa, aunque sabía que iba a terminar volviendo porque siempre lo iba a hacer. Consciente de que era volver a sentir dolor, volver a ser manipulado e infeliz, pero él siempre iba a elegirla, no importaba a quién le pusieran al lado. Aytaç es y sería siempre la predilecta.

—¡No te atrevas a irte!

Aytaç sentía como si la hubieran apuñalado por la espalda, ella había cambiado a Marco y para mal, no estaba feliz con eso. Nunca le hubiera hablado así, nunca creyó que él le pudiera guardar tanto rencor, y que tuviera tanto para decirle porque sabía que eso no era todo.
Marco golpeó la puerta luego de escucharla, y se fue. Aytaç seguía sin poder creer lo que acababa de suceder, escuchó el auto encenderse e irse segundos después.

Estaba sola, ahora sí que estaba sola.

Retazos de sueños |Marco Reus| SD2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora