Seven

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Emma podía escuchar las risas y murmuros de sus compañeros a su alrededor; sin embargo, intentó ignorarlos y caminar hasta su asiento con la cabeza agachada.

—No hubiera tenido que traer este horrible suéter sino fuera por ti —dijo a regañadientes; hablándole a la nada.

Dejo su mochila a un lado y se sentó en su butaca mientras se acomodaba la falda azul marino. Su abuela tenía la culpa, sabía que esto pasaría. Nadie quería un suéter color marrón lleno de círculos de colores deformes.

—¡Maldición! —esbozó en voz baja tratando de quitarse el horrible suéter—. ¡¿Por qué... no... puedo...?! —lo soltó y azotó su puño sobre la butaca produciendo un estruendoso ruido—. Es imposible —se llevó las manos a la cara.

—¿Necesitas ayuda? —un pequeño niño apareció detrás de ella. Tenía el cabello castaño y los ojos color avellana. Emma lo ignoró; podía hacerlo sola, no necesitaba la ayuda de nadie—. Me llamo Chad —le tendió la mano—, ¿cuál es tu nombre? —sonrió.

—Soy Emma —hizo una mueca—. Ahora, ¿qué es lo que quieres?

Hasta a mí me hubieras caído mal.

Déjame, pudo haber sido un detective... o un violador... ¡algo peor! Pudo haber sido un secuestrador de gomitas.

¿En serio? Que trágico.

¿Eso es sarcasmo?

—Bien, solo quería ayudar —dijo mientras regresaba a su asiento dando pasos largos durante el camino. La niña pudo observar su sonrisa torcida y la peculiar manera en su caminar; la ropa holgada y que los zapatos le quedaban demasiado grandes para un niño de su edad—. Adiós, Emma.

—Adiós, Chad —contestó desviando la mirada.

Sacó su cuaderno, sus lápices de colores y se dispuso a dibujar a una mujer de cabello blanco y estatura mediana, los ojos azules y la cara afilada. Era su abuela; el día anterior se había presentado en la casa del lobo como por arte de magia y le había jurado ser su familiar; dijo que le había traído un regalo.

—Que horrible regalo —miró el suéter nuevamente. Aún sentía las miradas de sus compañeros en ella, aún podía escuchar las risas en el fondo del salón. Contuvo las lágrimas de amargura y sin darse cuenta quebró la punta del crayón azul. Observó la mitad del color rodar por su butaca y caer al piso mientras que con la otra mano seguía sosteniendo la parte contraria.

—Yo... —escuchó una voz hablarle a sus espaldas— te puedo prestar colores, pero solo si tú quieres —sintió la mano de alguien posarse en su hombro. No había que ser adivino para saber de quién se trataba.

—Chad —resopló la chica. El niño sonrió, se le veía tan inocente. El brillo en sus ojos y el cabello revuelto—, ¿tienes azul? —el chico asintió y buscó en su mochila. Emma observó que se mordía el labio mientras intentaba concentrarse en lo que hacía.

—¡Aquí tienes! —le tendió la mano con el color mordido y descuidado.

—¡Gracias! —dijo Emma dedicándole una cálida sonrisa.

Tal vez eso no significaba nada y era demasiado tonto. Pero para Chad lo era todo. Para Chad ella era hermosa.

¡Esto se puso bueno! ¡Trae las palomitas!

¡Espera, no sigas leyendo! Voy por ellas.

No es otro cuento de hadas. [LAR #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora