Capítulo 17

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XVII

Un frío que penetra hasta mis huesos me saca de mis ensoñaciones y me devuelve a la realidad. Abro los ojos con algo de dificultad, forzando la vista para enfocar mejor . Lo primero que llama mi atención es el rayo de luz que entra por entre las aspas de un enorme y mohoso ventilador. El aparato funciona, aunque desearía que no lo hiciera,  pues el chirrido que produce al moverse resulta en extremo irritante. 

Mi cuerpo se siente muy resentido, con la espalda y las extremidades entumecidas. No es para menos, pasar la noche durmiendo en el suelo, sin siquiera una frazada para apoyar la cabeza, tiene esos resultados. Me incorporo trabajosamente y estiro la columna elevando los brazos por encima de la cabeza. Me pondría en pie, pero apenas siento las piernas. «Será mejor que espere a que se les pase el agarrotamiento», razono. De otro modo, me tomo el riesgo de caer reventada sobre mi trasero.

Un olor penetrante a hongo y a humedad se cuela por mis fosas nasales. Me pincho la nariz, a ver si así logro deshacerme del hedor.

—¿Clara? ¿Josh?  

Para mi total desconcierto,  la única respuesta que recibo es el eco de mi propia voz. Mi corazón se dispara.  «¿Dónde demonios estoy?», me pregunto. «Y mis amigos, ¿qué paso con ellos?»  La posibilidad de que les haya sucedido algo me atormenta,  al punto que comienzo a hiperventilarme. «Calma, con desesperarte no ganas nada.» Hago memoria, en busca de una pista. Lo último que recuerdo es la conversación que tuve con Josh.

...¿no será mejor ocultarnos en otra parte y contactar a Reed en secreto? Los del Consejo ya deben saber que nos fugamos y seguramente ya les informaron...

 Sacudo la cabeza de lado a lado. Esta no puede ser su idea de un escondite. Hasta los indigentes de la cuidad escogerían un mejor lugar para dormir. El piso pegajoso y mugroso me asquea, al igual que las paredes de ladrillos recubiertas de oscuras capas de lama verde. Motas de polvo descienden lentamente de las altas vigas del techo, cual diminutos copos de nieve. Para colmo no hay calefacción. Estamos a principios de otoño, por Dios; en algunos estados para estas fecha las temperaturas no suben de los 60 grados Fahrenheit.

El ruido de las bizarras de una puerta me pone en alerta. «¿Quién está ahí?» , me dan ganas de preguntar, mas me abstengo. Si estoy en manos enemigas me conviene que piensen que estoy inconsciente, así que me tiendo sobre el concreto y trato de reprimir el asco que me provoca el contacto de mi piel con la sucia superficie del piso.

Regulo mi respiración mientras trato de descifrar en qué dirección vienen los pasos.  Las pisadas se acercan, lentas y pesadas, y tengo que luchar con el impulso de tensar mi cuerpo. Se supone que esté dormida y ese detalle podría delatarme.

 «Que sea Josh, por favor. Que sea Josh», digo para mis adentros. La poca claridad que se cuela a través de mis párpados cerrados es ensombrecida, lo cual significa que los tengo cerca, quizá a unas pulgadas de distancia. «Rayos. De seguro se dieron cuenta de mi farsa.»

—Ally, despierta.

Abro los ojos. La imagen de Josh agachado sobre mí me da tanto alivio que me arrojo sobre él. Lo abrazo como si mi vida dependiera de ello.

—¡Josh! Gracias a Dios. Pensé que nos habían atrapado los proscritos.

Josh no me rodea con los brazos, sino que los mantiene pegados a los costados. Me extraña su frialdad. «¿Estará molesto conmigo por algo que hice?» Me separo de él, preparada para cuestionarlo, pero una voz a mis espaldas me detiene.

—¿Esa es la mujer de Thomas? No parece gran cosa.

  Un grito ahogado se atora en mi garganta cuando volteo a ver al dueño de la voz. «¿Bruce?» El mundo se me viene abajo. Comienzo a temblar descontroladamente mientras me arrastro por el piso alejándome lo más que puedo de él. Si pudiera traspasar la pared que tengo a mis espaldas, lo haría.  

The Exiled [Dangerous Minds 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora