Trozos De Una Vida.

Felicidad.

Se colocó las botas, su vestido favorito, se soltó el pelo y salió a la calle. Buscaba algo, entre las hojas de los árboles en verano, entre el verde césped, en las personas que caminaban por las calles, en el agua que corría suave por los lagos, entre las olas que se estrellaban con suavidad contra la arena.

Buscaba la felicidad y la encontró. Y descubrió que la felicidad no tenía nombre, no era una persona, no era una consola, no era un libro. Al parecer la felicidad lo era todo, lo era el agua: llevando vida a través de sus gotas infinitas. Lo eran las olas: navegando por el mar llevando libertad entre su espuma. Lo eran las hojas de los árboles: que traían la vida en su oxígeno. Lo era el césped: pintando de color el suelo que pisábamos. Y lo eran las personas, que dentro de ellas se encontraba la felicidad más grande.    

Se fijó en las cosas pequeñas, en unas manos entrelazadas, en las estrellas que aparecen cunado su hermano el sol se va, en el amanecer, cuando el sol vuelve tiñendo el cielo de colores nuevos cada mañana y pintando un lienzo nuevo en cada lugar del mundo. También se fijó en como volaba libres los pájaros y en su libertad, en los libros que relataban historias increíbles en sus páginas.

Se fijó en su mundo, tan mágico, tan maravilloso.

Así que corrió, por todos lados, corrió sin dirección a buscar la libertad de los pájaros, corrió sin temor a que los demás la llamaran loca por querer la libertad que los humanos nos habíamos quitado. Corrió por calles y entre árboles. Por ciudades y por bosques. Corrió hasta que llegó al mar y la brisa marina le impactó en la cara trasladándola a otro mundo.

Respiró el aire más puro de la tierra y se tiró en la arena, dejando que las olas le mojaran los pies, el vestido  la cara, sintiéndose volar.

Encontró lo que buscaba, encontró la felicidad, porque se dio cuenta de que la llevaba dentro todo el tiempo.