#2. R

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Lo que prometía ser una magnífica noche de diversión se está convirtiendo en un auténtico suplicio.

                Me pregunto por qué narices me uniría a esta fiesta de pijamas, cuando podría estar tranquilamente en mi casa junto a una taza de chocolate caliente y viciándome a la serie UnReal. Pero Mavis es de lo más insistente:

—Punzie, deberías venir. De verdad, tienes que despejarte un poco antes de empezar el nuevo semestre. Vamos, mujer, te mereces divertirte un poco —me había dicho.

                Ya que esa táctica no surtió efecto desde el principio optó por una más dura:

                —Joh, eres mi mejor amiga. Sin ti la fiesta será un coñazo. Ven porfi, porfi —abrió esos ojazos tan brillantes que tiene... Y como soy una asquerosa sentimental, acepté.

                Ahora estoy cerca de la casa de Jack Frost, el chico más mono del instituto, intentando robarle del  tendedero unos calzoncillos...

                Sé que según como cuente esto en un futuro, pareceré una obsesa o una pervertida como mínimo. Pero la realidad es muy diferente: soy una idiota. No tengo otra cualidad que me defina tan bien. Decidí participar en el estúpido jueguecito de la prenda. Para no meterme en berenjenales, decidí hacer yo la misión, para luego pedirle a Heather que me dejase, durante una semana, su iPad mini... ¡Y por ese maldito cacharro ahora estoy aquí, robándole unos bóxers a Jack!

                Dioses... ¿Y si me ve alguien? Ostras, con los oscuro que está lo más probable es que no me vean... ¿Pero y si en medio de este silencio me raptan, eh? Rapunzel, sé positiva, no te va pasar nada,  me digo a mí misma con fingida serenidad mientras me subo a la tapia.

                Los latidos de mi corazón resuenan en mis oídos con violencia, me cae el sudor a chorros por la frente pese al frío. Espero no aterrizar con los piños...

                ¿Por qué la maldita Tooth vivirá al lado de Jack? A ella sólo le trae ventajas y a mí solo disgustos. ¿Por qué siempre me trago todos los marrones?

                Venga, va. Será rápido. Me bajo del muro y me acerco al tendedero en el que la ropa se balancea al compás de la brisa nocturna, veo unos calzoncillos que bien podrían ser de Jack. Anda, pero si son de Spiderman. Tiro de ellos... y entonces... noto que algo me aferra el pantalón. Me doy la vuelta a cámara lenta y veo un dogo que me mira fijamente. El perro me llega hasta la cintura. Suelto el aire contenido en mis pulmones y a punto estoy de lanzar un chillido pero me contengo justo a tiempo.

                Agarro los bóxers con fuerza. ¡Ras!

                Oh, no. Los he rajado. Estupendo. Fantástico. Tres hurras por mí. Voy de marrón en marrón y tiro porque me toca.

                A pesar de que estoy aterrorizada, echo a correr. El chucho me suelta sorprendido por mi repentino movimiento y me persigue por todo el jardín. Empieza a ladrar; mierda, joder.

                Menos mal que soy muy buena en gimnasia y salto el muro, que me salvará de no acabar en la cárcel por allanamiento de morada. Encaramándome arriba, dispuesta a dar por terminada mi aventura. Pero cuando estoy a salvo, ya fuera de la mirada asesina del perro, caigo en la cuenta de que se me ha  caído una zapatilla en todo este proceso y esa zapatilla está en el jardín de los Frost...

          De repente, una luz se enciende en la casa. ¡Escóndete, escóndete! No, no me quiero esconder, ¡Me quiero morir! Una cabeza se asoma por la ventana del piso de arriba, una pelambrera rubia... ¿la de Jack?

                Sólo me queda una opción: echar a correr a toda leche antes de que alguien piense que soy una fetichista. La adrenalina recorre mis venas como fuego, a mis pies parece que les han salido alas... y el flato aprisiona mis entrañas, robándome el aliento.

                Afortunadamente, llego a la casa de Tooth. Aporreo la puerta como si me estuviese persiguiendo la Gestapo. A los pocos segundos oigo que se descorren los pestillos y al fin entro en la casa. Cuatro pares de ojos se me quedan mirando expectantes.

                —¿Qué? ¿Los tienes? —me pregunta Tooth, impaciente.

                —¿Qué si los tengo? A poco más me muero de un infarto de miocardio —les lanzo la prenda y me tiro rendida en un sofá.

                Mis amigas sueltan un gritito, pero Mavis se me queda mirando.

                —¿Dónde está tu otra zapatilla?

                —En las fauces del perro guardián de los Frost —respondo extenuada.

                Por unos momentos se olvidan de la prenda y escuchan mi relato con atención, soltando carcajadas. ¡No te fastidia! Ellas estaban tan panchos en casa mientras yo me estaba jugando la vida y mi posición social. ¡No hay derecho!

                —Lo que pasa es que no sé si valdrá, te los has cargado —indica Heather, la más morbosa del grupo, señalando los bóxers rotos.

                —Claro que vale, después del agobiazo que ha pasado nuestra Punziella —me defiende Mavis, revolviéndome el pelo. Lo de Punziella ha sobrado.

                —Vale, Heather, déjame tu iPad durante una semana —digo satisfecha.

                —¿Qué? No, querida, mi iPad es sagrado —se queja éste, indignada.

                —Su petición no va en contra de las normas —señala Tooth. Gracias por su sentido de la justícia. Le debo una.

                —Tres días —regatea Heather.

                —Seis y medio —contraataco. A poco más me muero por el puñetero iPad de última generación. La chica refunfuña.

                —Cinco y punto.

                —No, monada, me he jugado el pellejo en condiciones —replico.

                —¡Esta bien! Lo dejamos en seis —accede al fin.

                En seis días ya habré podido cotillear todos los juegos y aplicaciones de fotografía que tiene. Me parece bien, tampoco voy a abusar.

                —De acuerdo, seis —me entrega su joya ceremoniosamente y esbozo una sonrisa—. ¡Gracias Heather!

                ¡Cómo adoro éste aparato de color turquesa! Mientras la morena me enseña donde tiene los juegos, Tooth sigue mirando los bóxers rasgados con demasiado interés.

                —Así que son de Spiderman —comenta divertida—. ¡Qué monada! ¿Creéis que se los habrá regalado Astrid?

                —Sinceramente, no me importa —respondo ya concentrada en el IPad.

                —¡Seguro que sí! Es muy típico de Astrid regalar cositas así  —dice Mavis—. ¡Qué suerte tiene Astrid saliendo con un chico así!

                Todas suspiran imaginándose al lado de Jack. No puedo evitar poner los ojos en blanco. Qué pesadas.

                —Lo curioso es que se los ponga —bromea Heather.

                —¿Queréis parar de dar el coñazo con la ropa interior de Jack? Sois unas perturbadas.

                Las chicas se ponen a reír y empiezan a hacerme cosquillas. Yo intento defenderme como puedo.

TheBestDays [multi-crossover] #PremiosJarida2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora