Capítulo 5 - Pesadilla

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Abrí los ojos. Una luz cegadora era lo único que veía. La luz se fue disipando y pude ver al fin con claridad. Estaba en un bosque, en medio de un camino, iluminado por la luz del sol que entraba por las copas de los árboles. Fijé más mi vista hacia adelante, y me percaté que un hombre con capucha negra estaba parado frente a mi. Fue entonces que se dió la vuelta y entró por una especie de cueva, más bien, un agujero, al que la luz no llegaba. Miré a mi alrededor. Estaba perdido, y no tenía nadie más al que pedir ayuda que a ese hombre. Con una mezcla de miedo e intriga, me agaché y entre por esa cueva, esa cueva que momentos después me hizo sentir que caía por velocidades enormes, en una especie de túnel negro. ¿Dónde me había metido?
Caí. Afortunadamente, y como ya lo sospechaba, la caída no me causó ningún tipo de dolor. Estaba en una sala con pantallas azules. Era una sala gris, en la que lo único que parecía que podía interactuar era esa especie de pantallas azules. Me di cuenta que el hombre con capucha ya dejaba ver su rostro y se encontraba apoyado en una especie de vara. Tenía unos lentes negros, y me miraba con una expresión neutra. Me dijo:
-Adelante, úsalas.
Una de las pantallas azules tenía el símbolo de una mano dentro de un círculo, indicando que se pusiera la mano encima. Puse la palma de mi mano encima de la pantalla, y las rayas que avisaban el desbloqueo pasaban por la pantalla.
Al instante se proyectó una pantalla azul gigante. No era una pantalla real en sí, estaba proyectada, se notaba. Empezaron a aparecer miles de algoritmos, números y letras que no paraban de cambiar. Entonces pararon. Empezaron a aparecer mombres, nombres muy familiares. Y por extraño que suene, este escena ya me resultaba muy familiar.
-Vamos, amigo. Léelos. Que para eso están.
Con terror sin saber porque, leí los nombre de uno en uno.
Michael Gonzales
Joseph Rutherford
Abajo aparecían varios nombres más, los cuales no conocía.
Alessia Beretta
David Malcom
Danielle Thomas
Ethan Brown
Entonces aparicieron varias palabras en color rojo al costado de los nombres. Y todas decían...lo mismo.
Muerto
Retrocedió unos pasos. Era imposible. No podía...Sabía que era posible, pero lo que no era posible era que yo aceptara esto. Entonces me surgió una posibilidad, una...esperanza.
-¿Esto es un sueño no? Lo sé. Es uno de esos sueños en que estás consciente de que estás soñando. Sueño lucido creo.
El hombre no contestó.
-Lo digo porque, porque si es un sueño, toda esta....pantalla, todo lo que dice en esta pantalla, ¿no es cierto, verdad?
El hombre se animó a contestar:
-No amigo, todo lo que dice en la pantalla es real. Nunca miente, es algo que deberías empezar a aceptar.
-¡¿Qué, qué?!-no tenía palabras, quería preguntar muchas cosas, quería preguntar que demonios era este lugar, que pasó en verdad con mis amigos, que paso con la universidad, quienes eran los malditos responsables. Miles de preguntas rondaban mi cabeza, y no era capaz de preguntar ni una.
-No estás en condiciones de saber que es esto en estos momentos. Sólo quiero que sepas, que a partir de ahora tendrás que cambiar. Porque aunque no lo quieras, habrá un cambio, es la realidad. Vive tu realidad, Alexander. Afuera en el mundo te esperan un montón de cosas, y no te puedes derrumbar por algo tan simple.
-¡Algo tan simple?! ¡¿Algo tan simple?!-estaba al borde las lágrimas, y nisiquiera sabía si era posible en este lugar.-¡¿Quién eres tu para decirme esto?!
-Digamos que soy tu consejero espiritual.-contestó con una leve sonrisa.-Sé fuerte, Alexander. Sé fuerte.
Empecé a sentirme mareado, no me podía mantener en pie.
-Una cosa más, Alexander. Volveremos a vernos, no te preocupes.
Sentí como mi cuerpo se desvanecía. No estoy seguro que pasó, solo perdí la consciencia.
Desperté en una cama de hospital. El suero estaba inyectado en mi brazo izquierdo. Era una noche iluminada por las estrellas. El cuarto tenía un aire tranquilo, con un balcón a la mano derecha, en el cual se veían árboles y un área verde, y escuchaba a los grillos a las alturas de estas horas. Extrañamente, no sentía nada, ningún tipo de dolor.
Entonces oí un rugido, un rugido horrible, espantoso. Era como el de una bestia, un dinosaurio... algo enorme. Entonces, atravesó la puerta que se encontraba en frente mío y ese ser enorme, negro y horrible dejó verse. Se acercó a mí, clavando sus horribles ojos verdes en los míos y haciéndome sentir su aliento. Abrió su boca y dejó ver sus dientes horriblemente juntos, con puntas que daban terror. Esbozó lo que parecía ser una sonrisa. Entonces grité, grité como nunca lo había hecho. Pero no sonó nada, no sonó nada, no sonó nada. Me arranqué el suero y rodé de la cama, cayendo al suelo. La bata de hospital me hacía ver todavía ver más diminuto frente a esta enorme bestia. Sus enormes ojos verdes no dejaban de mirarme, causándome terror a cada segundo. Se preparó para lanzarse hacia mí. Corrí hacia el balcón, no me importaba el suero, era lo de menos. Corrí con todas mis fuerzas, y salté por el balcón, al mismo tiempo que la bestia sacaba su cabeza por el balcón y abría sus fauces para devorarme.

Abrí los ojos. Esa luz cegadora dorada no me dejaba ver con claridad. Era la señal que estaba despierto. De verdad. Estaba sudando, y mi respiración era agitada, podía sentir como el corazón latía con rapidez. Intenté calmarme. Miré alrededor. No podía creerlo, pero estaba en la sala de hospital. Entonces sentí como giraban el cerrojo de la puerta. Me quedé mirando a la puerta, fijamente. La puerta se fue abriendo, haciendo el chillido típico de las puertas viejas.

-¡Hola! -suspiré. Una alegre enfermera. -¿Alexander Hamilton, verdad?-me preguntaba con su tranquilizante sonrisa.

-Sí, sí. -contesté, sin saber que decir. Todo esto era tan...buf. No estaba seguro de lo que me diría la enfermera. De lo que estaba seguro, es que tenía un miedo. Miedo de algo, algo que no quería saber.

-Señor Alexander, ha sobrevivido usted a una explosión increíble. -sus ojos tenían un brillo especial. Era muy bonita, ahora que me fijaba. -Estoy segura que...debe sentirse agradecido-dijo dudando las últimas palabras. Yo mismo no sabría que decirme a mí, en esta situación.

-Señor Alexander, usted... ¿siente algún dolor en particular?

Tenía un molesto dolor en mi cabeza, como si me hubiera golpeado una bola de básquet o como si despertara después de haber recibido una serie de golpes.

-Sólo dolor en la cabeza, señorita...

-Smith -me contestó con una sonrisa. -Belén Smith. Su mirada tranquilizaba.

-Gracias, Belén.

Entonces pensé y...volví a la realidad. De nuevo un montón de preguntas surcaron mi mente.

-Señorita Smith, ¿en qué hospital estamos?

-En el Hospital Westlin, señor.

Estaba en un hospital. ¿Quién pagaría mi estancia en este? ¿Robey estaba enterado que estaba aquí ?Más bien ¿estaba enterado del atentado?

-Señorita, ¿alguien ha venido a verme?

-Oh sí, señor Hamilton. Un señor llamado Robey. Estuvo mucho tiempo esperando en la recepción. Y parece que también estuvo aquí.

Suspiré aliviado. Robey al menos ya estaba enterado. Seguía preguntándome las miles de cosas que podrían haber pasado mientras yo estaba inconsciente, y no quería llenar de preguntas a la enfermera, pero una pregunta rondaba mi mente, esa pregunta que me llenaba de miedo. Pero no estaba seguro que esta enfermera me la pudiera responder. Hice una pregunta indirecta:

-Señorita, las personas que estaban conmigo... en el accidente...-no sabía como hacer esta pregunta. - ¿están bien, verdad?

-Alexander. -dijo bajando la cabeza. Me llamó por mi nombre. -Yo no estoy segura ni informada de todo exactamente. Sólo escuché la noticia en la radio. Siempre estoy ocupada, sin alardear. Yo por lo que sé...murieron todos.

Sentí un...dolor en mí. En mi corazón. No sabía como procesarlo. No sabía.

-Me encargaron a usted en la tarde. Yo no esperaba tener a mi cargo a uno de los sobrevivientes.

-¿A uno de los sobrevivientes?

-Señor Alexander, como le digo, yo no estoy informada. No sabría decirle con exactitud lo que pasó. Estoy seguro que cuando salga estará mucho mejor informado.

-Sí, claro. -dije bajando también la cabeza. -en este momento, no me importaba nada. Había tenido una ilusión en mi corazón, una ilusión de que aún mis amigos, estaban vivos. Pero no lo estaban. Era la duda que había estado teniendo, ese miedo que tenía desde que vi la pantalla azul que tanta intriga me causaba. Y ahora, estaba enfrentándome a ese miedo. Y lo estaba confirmando.

-Señor Hamilton, yo lo dejo un rato. Estoy segura de que necesita descansar. Cualquier cosa que necesite, puede presionar el botón rojo. -se dio la vuelta, abrió la puerta y se fue.

Estaba roto. Decepcionado. Demacrado. Roto por dentro. No puedo explicar como me sentía. Una sensación de vacío inexplicable. Me eché de espaldas en la cama. Mientras pensaba cada minuto, cada segundo de lo que pasó en ese lugar, en ese maldito lugar. Odiaba todo. Lo odiaba todo. ¿Porqué la vida es así? ¿Porqué así, conmigo?

Lágrimas derramaron por mi rostro, y yo no era capaz de soportarlo. Dí gritos de tristeza, mientras golpeaba la almohada de la cama. No me importaba mojar la almohada. No me importaba si alguien entraba y me veía llorar. No me importaba nada. Lo había perdido todo. A mis amigos...que nunca pensé perder. Deseaba...que todo fuera una pesadilla. 


MERCURY El Destino de DetroitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora