(Esta pequeña historia se desarrolla un poco de tiempo antes de los acontecimientos que muestran el libro, el musical y la película. Erik ya es maestro de Christine, pero ella todavía no lo conoce en persona)
Había un intruso en su casa.
Despacio, cuidándose de no hacer ruido, Erik bajó de la pequeña góndola y se internó en las sombras. Desde allí, estudió el lugar con la mirada, en busca de algo fuera de lugar.
Había alguien allí; lo sabía.
Erik había descubierto que tenía un sexto sentido para detectar ese tipo de cosas; un sexto sentido que le había ayudado a sobrevivir en Persia, por ejemplo. Un ligero cambio en el aire, un juego en las sombras, uno sonido apenas perceptible; todo aquello le advertía cuando alguien no deseado se colaba en su domicilio.
Pero, muchas veces, no era necesario prestar atención a estos minúsculos detalles, justo como en ese momento; el invasor no estaba siendo muy cuidadoso en pasar desapercibido, realmente.
El hombre enmascarado contempló, con algo de asombro, como una chica joven salía de uno de los dormitorios con cara de estar algo aburrida. Era prácticamente una niña, a decir verdad. No debía de superar los dieciocho años. Casi como Christine.
¿Cómo en la tierra había logrado pasar todas las trampas de los túneles ella sola?
Pero no fue eso lo que hizo que Erik se tensara, lo que convirtió su sangre en hielo y lo volvió de piedra, quitándole todo el oxígeno de su cuerpo. Erik observó como la chica cuyo rostro le era tan familiar—presente en sus sueños, en sus recuerdos y en sus pesadillas--pasaba sus dedos por las teclas del órgano, tocaba los candelabros, y se dirigía finalmente a la biblioteca. Se puso el pelo oscuro tras la oreja mientras elegía algún libro del estante; al sacarlo, no pudo evitar que otros cayeran detrás de él en el suelo, lo que hizo que la intrusa emitiera un pequeño ups.
Pero ese ruido fue suficiente para sacar a Erik de su estupor. Avanzó hacia la luz, y cuando estuvo a una distancia cercana con la chica, se aclaró la garganta. Esta, sobresaltada, soltó el libro y volteó, sus ojos encontrándose con los de él.
—Dios, casi me das un infarto—dijo, alisándose el vestido—. ¿Eres Erik, no es verdad?
Este, atónito, preguntó a su vez:
—¿Cómo se supone que llegó hasta aquí, Madeimoselle?
—No fue muy fácil, a decir verdad—contestó, mientras se agachaba para recoger los libros. Se apartó el pelo de la cara, con cara de molestia—. Primero fui con una mujer que no me ayudó mucho, en realidad. Parecía que le iba a dar algo cuanto le pregunté por ti—dijo, acomodando los ejemplares otra vez en la biblioteca—. Pero luego me topé con un hombre de ojos verdes de lo más simpático, y él no tuvo problema en guiarme hasta aquí.
—Nadir—masculló Erik, prometiéndose a sí mismo que mantendría una seria conversación con ese persa acerca de no meterse en lo que no le importaba.
—Sí, él. Bueno, teniendo en cuenta que le dije quién era y qué quería, no vio por qué no cumplir mis deseos—continuó ella, levantándose y quitándose el polvo del vestido.
—¿Y quién se supone que es usted? —Erik intentó que su voz sonara amenazante, aunque la chica no parecía fácilmente intimidable.
Al contrario de lo que esperaba, esta sonrió.
—Soy Maddie—dijo, tendiéndole la mano—. Soy tu hermana.
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