Las Sombras que Habitamos

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Este es la pequeña historia que comencé escribiendo en un principio, y que da el nombre a esta serie de one-shoots. Me demoré en escribirla porque, para ser sincera, no me resultó para nada fácil. Toma como base el libro Fantasma, de Kay, aunque con algunas alteraciones. Me gustaría leer sus opiniones al respecto. En multimedia les dejo una canción que TIENEN que escuchar. -R

  El viento golpeaba con fuerza la ventada del dormitorio, produciendo un ruido constante y bastante molesto. Afuera, las nubes cubrían todo el cielo, ocultando el brillo de las estrellas y la luna; seguramente, no tardaría en llover.

La luz de la vela titiló, amenazando con apagarse, y recordando que ya era tarde para seguir despierto.

Madame Giry apartó la mirada de su libro, sobresaltada, cuando escuchó que llamaban a la puerta; la puerta de servicio, claro estaba. La Ópera Garnier, para esa hora, ya se había cerrado al público, y sólo los miembros residentes se encontraban allí en ese momento, a esa altura profundamente dormidos.

Extrañada, la mujer se envolvió en su bata, y tomó uno de los candelabros que había en su cuarto. Salió al pasillo, y comprobó con alivio que el dormitorio de las bailarinas seguía cerrado.

Madame Giry dudó antes de abrir la puerta; ya pasaba de la medianoche, y no era día de función. ¿Quién podía estar allí, que no fuera un ladrón o alguien con malas intenciones? Volvió a escuchar que llamaban con insistencia y, suspirando, abrió la puerta, antes de que toda la Ópera despertase.

Bonne nuit, Madame.

Giry tuvo que hacer un gran esfuerzo por distinguir a la mujer frente a ella. Iba vestida elegantemente, o eso podía percibir, por lo que no era una mendiga. Podía ver que en su juventud había sido hermosa, no había duda. La recién llegada no debía de superar los cincuenta y cinco o sesenta años. Sin embargo, no era eso lo que le llamó a Madame Giry la atención, lo que la hizo estudiarla tan exhaustivamente.

Había algo en su postura, algo en su forma de estar, que le resultaba sumamente familiar.

La maestra del cuerpo de ballet se obligó a dejar esos pensamientos de lado; había comenzado a llover, y era sumamente descortés dejar a un huésped esperando en el umbral.

Fuera quién fuere.

—Por favor, pase usted—Madame Giry ayudó a la señora a cargar su bolso de mano, mientras la invitaba a entrar.

Merci.

Ambas mujeres recorrieron en silencio el trayecto hacia el dormitorio de Giry, donde esta cerró la puerta y depositó el candelabro en la mesa. Preparó dos tazas con té, y le llevó una a la desconocida, quien la aceptó, agradecida.

—¿Qué asunto la trae hasta aquí, Madame, a estas horas de la noche? —preguntó, tomando su lugar en la mesa y envolviéndose con fuerza en su bata. Tal vez sólo estaba siendo algo paranoica, pero había algo en su huésped que no le gustaba del todo. La mirada en sus ojos, sobre todo.

Era la mirada de un condenado, de alguien quien se ha visto obligado a cargar con un gran peso por las mismas profundidades del Tártaro.

—Me gustaría disculparme, para empezar—dijo la mujer, depositando la taza en la mesa con una elegancia que denotaba que había sido bien educada—. Sé que no es adecuado presentarme a estas horas en cualquier lugar, pero me vi obligada a dejar de lado los modales, al haber sido mi viaje adelantado para mañana.

—Por supuesto—coincidió Madame Giry, mirándola fijamente—. ¿Entonces quería usted conocer el Palacio Garnier antes de partir de la ciudad?

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