Llamadas y asecho inexplicable

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Llamadas y asecho inexplicable

IX

—¿Estas bien?—me sorprendió aquel extraño saludo, normalmente Shiroyama llegaba parloteando de más; como si un extraño interruptor se activara al verme la cara cada mañana, pero al parecer también tenía ese otro lado humano; el cual te avisa que algo no anda bien. Lo observé atónito asintiendo en el mismo instante que producía una mueca afable en mi rostro y dejaba olvidado sobre mi escritorio aquel teléfono, el cual minutos atrás, miraba estupefacto como si esperara alguna respuesta a sabiendas que no la obtendría.

—¿A qué viene esa pregunta?—alcé una ceja observándolo introspectivo mientras depositaba sobre mi escritorio mi laptop. Mi compañero de trabajo se sentó percibiendo al instante cuando mi teléfono me alertó que tenía una nueva llamada de aquel desconocido número; rápidamente corté y me dispuse a trabajar.

—¿Por qué no contestas?—me cuestionó tras cinco llamadas seguidas las cuales había rechazado.

—¿Para qué?—sin apartar mis ojos del monitor hablé.

—Debe ser importante si alguien te llama con tanta insistencia—murmuró haciéndome participe del sonido producido por las teclas al danzar sus dedos sobre su computador.

—Shiroyama—suspiré—, no es de tú incumbencia—dije en un tono cansado; el tema me tenía colmado más de lo que yo creía.

—No me digas, ¿es tu novia nuevamente? ¿Aún no hablas con él?—bufé pensando que aquel tema había quedado claro.

—No. Y no es él porque lo bloquee—confesé—... Supongo que es alguien con mucho tiempo libre—murmuraba como si fuese algo sin importancia—. Prefiero cortar la llamada que seguirle el jueguito—terminé de hablar mientras revisaba unos papeles.

Me sorprendí cuando los minutos transcurrieron y aquel azabache frente a mí no emitía consonante alguna provocando que tornase la vista hacia él encontrándome con unos ojos ennegrecidos posados sobre mí como si me estuviese leyendo en cada actuar.

—¿De qué hablas?—me miró preocupado. Rodé mis ojos apartándolos de él mientras fruncía mis labios. ¿Mi error había sido hablar de más?—. Cuando me dijiste "bromeando" que sentías que te seguían por la calle, ¿era verdad?

—¡Ay! ¿Sabes? No sé para que siempre termino contándote cosas. Mejor olvídalo, ¿quieres?—bramé quitándole valor a mis palabras escuchando como Yuu golpeaba levemente la superficie de su escritorio para que lo mirase.

—¡¿Acaso eres idiota?! ¿Y si te pasa algo en la calle?

—¡No me digas idiota, Shiroyama! ¡Sea lo que pase, me puedo cuidar solo! ¿Acaso soy una niñito indefensa?—verbalicé entre dientes

—¡No hablo de eso! Eres un hombre, okey. Pero, ¡cualquiera es más grande y tiene más fuerza que tú! ¡Ten un poco de conciencia!—masculló molesto—. ¿Desde cuándo te está pasando esto?

—No estoy seguro—murmuré—... Al principio pensé que era cosa mía. Ya sabes, a veces salgo bastante tarde de aquí y no transito por calles muy seguras. Pensé que podría ser eso, pero he cambiado mí recorrido varias veces y continúa pasándome—bufé—. Tal vez hace dos semanas—concluí terminando por contestar su interrogante.

—¡Hey! Les estoy hablando desde mi oficina hace varios minutos—hizo acto de presencia aquel hombre de alto cargo—. ¿Ya están discutiendo de nuevo?—acotó burlesco nuestro jefe—. Parecen matrimonio—terminó con una sonrisilla mientras tocaba el hombro de Yuu para dispersar aquel tenso ambiente. Aparté mis ojos del moreno para desviarlo hacia la reciente voz que surgió en aquella ecuación— . Chicos, basta de cotorreo, tenemos junta en diez minutos—Yutaka tanteo su reloj de muñeca interrumpiéndonos para recordarnos que ya estábamos en la hora de aquella reunión semanal que se llevaba a cabo cada miércoles. Vislumbré a mi amigo quien no apartaba sus ojos lacerantes de mí y tras una mirada de "olvídalo" me alcé junto a una libreta y unos documentos en mano para ir a reunirme con los demás trajeados que comenzaban a llenar aquella amplia estancia.

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Tras salir de aquella banal junta me senté en mi escritorio para ponerme, al fin, a trabajar. No pasaron ni dos minutos cuando ya me encontraba absorto tomando una serie de apuntes que me servirían para mi siguiente artículo y minuciosamente escribía en una vieja libreta las palabras acordes que me ayudarían a armar dicha noticia mientras releía un par de notas que había obtenido en la pasada reunión con mis colegas, pero un sorpresivo ruido me descolocó y de forma distraída comencé a tantear sobre mi escritorio a la espera de poder coger aquel aparato que no paraba de vibrar.

Con presura aparté mis ojos cansados de aquel papel garabateado para terminar de encontrar, de forma asertiva, aquel artefacto que contra la madera arremetía con estridencia. Tras dar con el, olvidado bajo unos folios, lo tomé ignorando el remitente de renombre privado y una serie de dígitos que en mi vida había visto, pero aquellos últimos días insistía en marcarme. Hice una mueca de disgusto esperando que aquel sonido dejase de turbar mi concentración. Cuando la llamada concluyó volví a enfocarme en mis notas anteriores para captar el hilo de aquella historia, pero no pasaron ni cinco minutos cuando el aparato volvió a vibrar dentro de mi bolso donde lo había tirado. Chisteé con mi lengua viendo como la mirada inquisitiva del azabache se adhería a mí tras dejar a un lado sus labores.

—Aló—tras un bufido, y esta vez sin ver el remitente, tomé la llamada, pero el sonido de una respiración sutil al otro lado de la línea me asustó; esta vez aquel extraño ser no había cortado la comunicación al oír mi voz como era de costumbre—. ¿Quién es?—hablé obteniendo como respuesta nada más que silencio de mi receptor. Shiroyama atento a mí, seguro, desconcertado rostro, me hizo señas con sus manos para que le diese mi teléfono, pero decidí ignorarlo frunciendo el ceño molesto por su entrometida actitud—. ¡Hola!—volví a insistir sin oír vocablos y sin más obstinación corté quedando absorto mientras mi ágil mente comenzó a formular posibles finales para una corta vida a manos de un asesino en serie; psicótico e inestable que me tendría en sus filas como próxima víctima. Jamás nadie sabría de mí ni del paradero de mi cuerpo inerte y frío depositado a la orilla de un inhóspito río...

—Matsumoto...—me sobre salté cuando sentí una mano tocar mi hombro tomándome desprevenido provocando que aquel compañero de trabajo me mirase extraño.

—Lo siento, estaba distraído—excusé mi extraño comportamiento—. ¿Qué necesitas?—hablé algo cortado y por qué no, paranoico.

—Necesitabas sacar algunas copias, ¿cierto?—asentí—. Te quería decir que acá te las dejo— terminó tanteando unos papeles sobre la madera de mi escritorio—. ¿Seguro que estas bien?— me cuestionó aquel joven que con suerte sabía su nombre.

—No te preocupes. Estoy bien—acoté viendo su rostro poco convencido de mi estado para luego marcharse dejándome atrás junto a un suspiro cansino. Era un idiota con mucha imaginación. ¿Cuál era el afán de leer tantas novelas de terror? Debía dejar de lado aquel mal pasatiempo.

—Asumo que no debo meterme en tú vida—habló mi amigo—, pero esto ya no es divertido, esas extrañas llamadas me dan mala espina. ¡Debiste pasarme el teléfono!—le sonreí a mi vecino de labores.

—Mientras no me envíe mensajes amenazantes de muerte—balbucee—, estaré bien—acoté mirando al moreno quien me observaba con los brazos cruzados notablemente preocupado.

—Yo no te veo nada bien—concluyó tras un mohín con su boca; estaba intranquilo—. Termina rápido. Te llevo a casa—ordenó mientras negaba con mi cabeza.

—¿Qué?—murmuré—. Tú me das más miedo que el sujeto que me llama—me reí.

—Quieras o no te meteré a la fuerza a mi auto, Matsumoto.

¡El chico tiene diecisiete! [Reituki]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora