Las palabras, a veces, sobran

350 35 2
                                    

.

Las palabras, a veces, sobran

Xl

La lluvia nos asediaba; sonora y rítmica. No sabía si la monotonía de su caída era molesta o la situación en la cual me encontraba lo era aún más. ¿Me sentía preparado para hablar? ¿Para escuchar lo que aquel niño quería decir? No quería enfrentar algo que me haría daño. Quería huir, pero, ¿dónde? Estaba atrapado, acorralado a enfrentar la realidad.

—Te estas tardando—exhalé ofuscado mientras la abrasiva lluvia descendía ante nuestros ojos. Nuevamente estaban pasando los segundos y, aquello, me estaba crispando los sentidos—... Y no me quedaré toda la noche esperando que hables—vi de reojo como el chiquillo, junto a mí, contrajo sus hombros y luego bajó su mirada como si intentara acomodar las palabras correctas dentro de su cabeza.

—Venía con un discurso aprendido, pero olvidé todo cuando te giraste hace un par de segundos; me sorprendiste—su mirada buscó la mía encontrándola perpleja. Su bonito y humedecido rostro me regaló una sutil sonrisa que se antojó melancólica—. Creí que hoy tampoco hablaría contigo, pero me atrapaste—esbozó una carcajada nerviosa.

—¿Un discurso del tipo "perdóname", junto a un par de lágrimas?—me burlé irónico viendo como este negaba junto a su gesto fresco e imborrable sobre sus labios, la cual extrañamente me hizo sentir mal; a veces no podía evitar verbalizar de más. Normalmente terminaba expeliendo palabras despectivas; era mi manera de bloquear, de hacerme el fuerte cuando me sentía acorralado. Debía admitirlo, estaba lastimado—. Suzuki, ¿qué más nos podríamos decir? ¿Qué más tú podrías decir?—susurré.

—Me confundí—esbozó sintiendo como sus palabras me penetraron; se clavaron hiriéndome como no me lo esperaba. ¿Entonces, esto significaba qué yo había sido el intruso en toda esta historia? Tragué con dificultad. Debía aguardar que terminase de dialogar, pero me vi superado por la ansiedad; él debía hablar y yo no podía, no quería dejarlo.

—Suzuki—exhalé cansino dudando de mi fría fortaleza—, ¿es necesario todo esto? ¿Para qué debatir más el asunto?—dije mirando un punto inexistente frente a mí—. A veces las palabras están de más—abrí enormemente mis ojos viendo como su cuerpo me aprisionó contra la madera de aquella puerta adjunta a una desconocida casa que nos cobijaba. Su mirada, de un tono verdoso con tintes dorados, me petrificó y el sentir, nuevamente, sus labios acariciar los míos por largos segundos me desvaneció, lentamente, por dentro.

A pesar que la noche estaba fresca, su boca estaba cándida y rápidamente mi temperatura corporal se elevó en aquel invasivo acople de nuestros labios que danzaban al son de la lluvia. Sentí un suspiro placentero escapar de su adictiva boca haciéndome sonreír levemente, me sentía lleno de sentimientos confusos que se negaban por emerger. Me despegué de él queriendo huir; aquel niño me aturdía como nadie y eso me aterraba...

—Si no quieres que hable, entiende aquel gesto—exclamó entre cortado con las pulsaciones desorbitadas tras haber producido aquel reciente acto. Lo miré intentando acompasar mi corazón mientras negaba con mi cabeza y una sonrisita surcaba mis labios.

—Eres un niño—comencé a hablar aún teniéndolo frente a mi—, yo también pasé por estas situaciones. Me confundí incontables de veces. Creí sentir sentimientos por personas equivocadas; elegí mal, caí, me levanté—hice una pausa mirando sus gestos de desaprobación a sabiendas de mis futuras palabras—. Pero aprendí de ellos. Tú no te pierdas esa etapa. ¿Por qué te quieres saltar todo eso?—lo miré con súplica.

—¡Porque quiero aprender todo eso contigo!—dijo con el ceño fruncido—. Ayúdame—me iba a volver a besar, pero aparté mi cara frenándolo al instante.

—¿Sabes?, lo que pasó sirvió de algo. Me hizo caer de bruces a la realidad porque lo nuestro jamás debió siquiera pensarse como una posibilidad de relación—me reí—. ¿En qué cabeza podría caber que algo así entre dos tipos con más de diez años de diferencia funcionaría?—posó ambas manos sobre mis hombros mientras negaba suplicante.

—Ruki, no...—no pudo continuar formulando vocablo alguno, puesto que exhaló de forma frenética cubriéndose la boca mientras lo veía temblar levemente.

—¿Qué tienes?—pregunté cayendo en cuenta que su voz se escuchaba más grave y marchita.

—Nada, un pequeño resfriado—volvió a estornudar repetidas veces al mismo tiempo que yo fruncía mis labios con notorio reproche. Suspiré y en un acto reflejo llevé mi palma hacia su frente encontrándome a esta que ardía de forma anormal.

—¿Un pequeño resfriado?—abrí mis ojos enormemente para luego terminar con mi entre cejo fruncido por su descuido; estaba consciente de su estado y tercamente salió a la intemperie sin pensar—. ¿Acaso eres idiota?, estas ardiendo— hundió su rostro en mi cuello dejándome percibir como su piel estaba acalorada.

—Estuve varios días en cama por terminar empapado al esperarte bajo la lluvia, días los cuales te veía salir a acompañado o solo. Únicamente te observaba, sin más. Intentaba armarme de valor— rodeó mi cintura estrechándome en sus frías y húmedas prendas—, pero los días trascurrían con demasiada presura y me preguntaba: ¿Ya sé habrá olvidado de mí?—murmuró—. No podía sacarte de mi cabeza ni siquiera imaginarte con otros—suspiró—. Me duele, no lo soporto...

—Te sientes culpable, por eso no puedes continuar—dije—. Omítelo, ya es cosa del pasado; dale fin algo que no fue la gran cosa—le quité importancia al asunto tras verlo tan abatido.

—Claro que lo es—levantó su cabeza y me miró detenidamente—. Te fallé—bramó frustrado con sigo mismo—. Sé que lo que te diré sonará un cliché más, pero me enamoré de ti—no pude evitar despegar mis labios ante sus palabras.

—¿Qué?—pregunté algo cortado; debía admitir que me había pillado con la guardia baja.

—Sé que es ridículo, pero—hizo una pausa—... me di cuenta de mis sentimientos hacia a ti al percatarme que había arruinado todo y que, en definitiva te había perdido—terminó tosiendo violentamente mientras yo negué con mi cabeza algo preocupado por su estado.

Extendí mi sombrilla al ver como el agua había amainado tenuemente, sabía que la lluvia no concluiría, al menos en varias horas.

—Toma tu chatarra y camina—me planté en medio de la acera viendo como Suzuki parpadeaba desconcertado—. Mi departamento está a un par de cuadras de aquí. Vamos para que te cambies y tomes algo caliente. No quiero sentirme culpable por la muerte de un crio que ni siquiera sabe como cuidarse de un insignificante resfrío—me di media vuelta esperando que aquel empapado adolescente tomara su moto para colocarme cerca suyo con la idea de protegerlo con mi paraguas en aquel trayecto de agresiva y gélida lluvia. 

¡El chico tiene diecisiete! [Reituki]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora