El buen vecino - Capítulo IV (4)

1.6K 19 0
                                    

IV

La pesadilla quedó como un mal recuerdo aunque cada vez que Adriana y su amiga pasaban frente a la casa del señor Galera, se le ponían los pelos de punta. No entendía el porqué de esa sensación. Las visitas para comer pastas Turcas y beber refrescos se espaciaron cada vez más. Sin ningún motivo ni ninguna explicación, simplemente las dos chicas empezaron a tener otros intereses.

Un día que hacía mucho frío, las dos chicas salieron del colegio antes de lo previsto y se detuvieron en el parque que está cerca de sus casas con el fin de hacer un poco más de tiempo antes de la hora de comer.

- Si voy a casa mi madre me pondrá a hacer deberes. –Dijo Clarís-.

Adriana levantó los hombros.

- Pues veamos si los chicos están en el parque. –Propuso alzando los hombros y los bajó de golpe-.

Los chicos eran dos jóvenes que trabajaban en la tienda de ultramarinos del barrio. A esa hora, solían almorzar su bocadillo de chorizo, tomarse su cervecita fresquita y fumarse un par de cigarrillos a toda prisa. En verano les veían a menudo pero durante la temporada escolar, rara era la vez que coincidían.

- Vaya… vaya… pero si son las princesitas. –Dijo Mario que era el mayor-.

- No nos llames así. –Dijeron al unísono y se rieron al darse cuenta que pronunciaron la misma frase a la vez-.

Empezaron a charlar, a contar anécdotas y a reírse, alargando el almuerzo un poco más de lo normal. Adriana y Clarís, como ya se sentían mayores y no entendían porque sus padres no les dejaban beber cerveza, aprovecharon la ocasión y tomaron unos cuantos tragos. Pero si es la bebida con menos alcohol en el mundo. ¿Qué puede hacernos? –Dijo Clarís con un tonillo desafiante y extraño-.

Cuando el almuerzo acabó, las dos chicas se encontraron confusas y con remordimientos. El sofocón que les apretaba la cara y les encendía el cuello, aunque agradable al principio, empezó a resultarles molesto. No controlaban su propio cuerpo y las piernas se les doblaban un poco con cada paso sintiendo que perdían el equilibrio. El vientecillo helado que les acariciaba las cejas y las puntillas de las orejas, ya no les parecía tan frío y hasta les resultaba liberador.

Casualmente, el señor Galera vio a sus dos jóvenes amigas y se percató de lo ocurrido. Cargado con dos bolsas llenas de comida y artículos de la tienda de ultramarinos, se detuvo cerca de ellas y rebuscó en las bolsas de la compra en busca de una botella de agua.

- Venid conmigo para que os prepare un café. Tampoco es muy bueno tomarlo a vuestra edad, pero os espabilará y así puede que evitéis la bronca de vuestros padres.

Están desparramadas en el sofá. –Pensó el buen vecino-. Tan jóvenes, tan dulces. Su mirada por fin podía recorrer libremente sus cuerpos de seda sin llamar la atención. La sonrisa que se le dibujaba en el rabillo del labio derecho, era lasciva y sucia. El vello imperceptible de los brazos de las niñas, le obligaba a acercarse a ellas, a olisquearlas y a sacar su lengua, acercándola todo lo posible a la joven piel pero sin tocarlas. Tomaos el café. –Dijo perturbado y se sentó frente a ellas-.

Bajo sus pies, en el sótano recién construido, una criatura extraña percibía la excitación de su dueño. Con sus plateados y afilados dientes, se mordía las patas para extraer un poco de su propia sangre para calmar su sed. Las cucarachas con las que se alimentaba, crujían en su boca mientras les succionaba el poco líquido de vida que poseían. Las ratas, los gatos y los perros eran más suculentos, pero no abundaban.

Calma demonio que me pongo cachondo. –Musitó hacia sus adentros-. Tomó un sorbo de café y siguió relamiéndose.

- Me tengo que ir. –Dijo Adriana levantándose-. ¿Te vienes Clarís?

No era capaz de distinguir muy bien lo que sucedía a su alrededor y al estar en un lugar que ella consideraba seguro, no se preocupó demasiado.

- Primero me acabaré el café. –Contestó Clarís-.

- Vale como quieras. Adiós señor Galera… y gracias.

El buen vecinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora