Desperté con una terrible resaca. Mi cabeza daba vueltas y no recordaba cómo había llegado al baño. Parecía que había tenido mi propia fiesta, ya que toda la casa estaba hecha un basurero. Me arrastré fuera del sanitario, llegué a la mesita al lado de mi cama y tomé el celular. Apenas eran las dos de la tarde. No había comido nada en todo el día, lo que explicaba el martilleo en mi cerebro.
Traté de ponerme de pie y noté que estar cerca del inodoro no había servido de nada porque estaba llena de vómito. Comencé a quitarme la ropa para meterme en la bañera. Ya desnuda, me di cuenta de que no tenía razón para vivir, que simplemente existir me parecía tan terrible como permanecer consciente. Me adentré en la bañera y me sumergí en mis pensamientos, repasando todo lo que hacía bien y lo que me habían hecho para llegar hasta aquí. Entonces, todo volvió a mi mente.
Años atrás, cuando aún estaba en la universidad, sacaba tan buenas notas que parecía que solo vivía para enorgullecer a mis padres. Todo estaba bien: una chica lista sacando buenas notas, era tan peculiar como cotidiano, hasta que apareció él. Un chico realmente sexy, con cabello largo hasta los hombros, despeinado y despreocupado de su apariencia que daba envidia. ¿Cómo es que todos los días se veía tan perfecto? Era alto, alrededor de uno ochenta, con ojos café oscuro tan hermosos como una noche fresca, su tez morena con destellos perfectos que le daban esas pequeñas pecas alrededor de sus mejillas y esa nariz romana. Pero lo que más recordaba era su olor, ese olor a menta fresca y madera.
Oliver era atractivo a la vista de cualquier mujer, pero siempre rechazaba a cada chica que se le acercaba. Los rumores decían que solo le gustaban las mujeres mayores, que le gustaba el dinero que le ofrecían, o que solo le gustaba verse cool, pero a mí siempre me pareció tan misterioso y lleno de algo que no encajaba.
Siempre traté de acercarme a él, pero nunca me miraba, siempre tenía la cabeza observando el piso, así que no podía acercarme de manera sencilla. Lo había intentado tantas veces, hasta que perdí la cuenta, y pronto dejé de intentarlo. Se volvió tan tedioso que mi interés se perdió por completo. Un día pasé a su lado con mis audífonos a todo volumen para ignorar todo el balbuceo, y él me miró. Tenía esos enormes ojos café oscuro.
Desde ese momento, él comenzó a acercarse a mí. Me escribía pequeños papelitos, luego fueron textos, llamadas, hasta que, por fin, una noche, dejó que estuviéramos juntos, y no solo para hablar ya que eso lo habíamos hecho durante seis meses sin parar. Esa noche no mencionamos ni una sola palabra, solo nos miramos, y comenzó a tocarme lentamente. Tocó mis manos, mis piernas, rostro, espalda; todo mi cuerpo fue recorrido por sus manos. La forma en la que me tocaba estaba llena de magia.
Esa noche fue la primera vez en que descubrí el amor, el verdadero significado de sentir emociones tan fuertes por otro ser humano, tan letales cuando se van por el rumbo equivocado. Cuando van en picada, te orientan a consumir el alcohol, ese veneno con sabor tan peculiar que no sabes lo que realmente te hace hasta que te ves sumergida en un mundo de porquería.
—Hola —susurró a mi oído mientras se escuchaba una hermosa canción de fondo.
—A —fue la primera palabra que se me ocurrió decir.
—Estoy seguro de que no te decepcioné, ¿cierto? —dijo mientras se acercaba más a mi oído.
—No, claro que no —murmuré con una urgencia letal. No pude ocultar mi nerviosismo, traté de despejar mi mente con un sorbo a mi refresco de dieta.
—¿Quieres ir a otro lugar donde pueda prestarte completamente mi atención? —Me quedé pasmada por un momento. No habíamos hablado desde aquella noche. Quería llamarlo, buscarlo, pero siempre pensaba que, si él no lo había hecho, probablemente el momento tan especial para mí había sido una decepción para él.
Asentí y tomó mi mano mientras nos dirigíamos hacia la puerta de salida. ¿Cómo podía tener tanta confianza en sí mismo al grado de no mirar hacia adelante al caminar? Salimos del pequeño edificio. Me tomó por la cintura, me atrajo hacia él y, en un minuto, sin darme cuenta, sus labios estaban sobre los míos. Siempre me había preguntado qué pasa con tu cuerpo cuando hay esa conexión, y parecía que mi respuesta se estaba formando.
Sus labios suaves eran una adicción; no quería separarme de él ni un minuto. Habíamos pasado todo el día en mi casa, haciendo alguna tarea, besándonos, comiendo algo, besándonos, jugando un poco en la consola, besándonos. En algún punto de la noche, mis labios estaban tan rojos que me hormigueaban.
—No quiero que esta noche termine —mencioné mientras me incorporaba de su pecho para ver su rostro.
—Sabes que mañana nos veremos en clase —dijo en un tono bastante frío y calculador.
—Sí, pero algo me hace pensar que no será lo mismo —intenté no parecer una niña tonta, pero ya me sentía tonta solo por formular la oración. No entendía por qué de pronto parecía que estaba con otra persona totalmente diferente.
—Será como nosotros deseamos que sea —dijo y se incorporó de la cama. No podía leer su expresión, no la entendía. Hace solo un par de minutos me estaba besando con una pasión descontrolada y ahora me veía como si fuera una extraña.
No sabía cómo actuar. Salió de mi habitación mientras azotaba la puerta a su espalda. Me sentía tan tonta. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Ir tras él? ¿No dejar que se fuera? ¿Había hecho algo mal para que se fuera de esa manera? No entendía nada.
No pude dormir ni un poco esa noche. Mi cabeza daba vueltas una y otra vez, analizando cada acción que había hecho, cada movimiento, cada palabra. No entendía qué lo había molestado.
Tomé mi celular varias veces, intentando formar un mensaje, algo que parecía que me gustaba pero que tampoco me urgía su amor. La verdad es que mientras más pensaba en qué escribir, más me daba cuenta de que estaba comenzando a enamorarme de alguien con la peor fama del colegio.
¿Y si no le había gustado tanto? ¿Y si era un tipo de apuesta? ¿Por qué ahora se fijaba en mí? Toda clase de preguntas bombardeaban mi cabeza hasta que caí rendida en mi cama, atrapada por un sinfín de pensamientos.
"¿En verdad creíste que te haría caso? ¿A ti? Solo era un juego en el que quería conseguir lo más puro de ti y dejarte. Nunca significaste nada para mí, solo un premio que tenía que poseer antes de que fuera para alguien más."
Sus últimas palabras me despertaron con un golpe en el pecho. Mi respiración estaba agitada y parecía que había sufrido una lesión en la noche, ya que me dolía todo el cuerpo. Dolía como si se estuviera desgarrando desde dentro.
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Azúcar Y Sal
RomanceCuando comienzas en la mágica depresión del romance, es cuando suceden las elecciones mas importantes en tu vida, o por lo menos así las sientes. Esta es la historia de un romance inconcluso, un romance totalmente inapropiado y lleno de malas decis...