Capítulo 14

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Capítulo 14

Antonella

Bruno decide que bajemos a tomar desayuno al restaurante del hotel, y por supuesto, tengo que sacar su ropa de la maleta, y dejarla sobre la cama, porque él, es un pobre estúpido. Mientras espero que se dé un baño, me siento en el sofá de la suite, y me dan deseos de ponerme a leer, pero tengo tantas cosas en la cabeza, que perfectamente podría escribir mi propio libro. Una sonrisa boba se posa en mi rostro y me pongo a pensar en el nombre que le daría a mi novela, no se me ocurre nada, pero si tengo los nombres de los personajes, él sería Diego, y ella Antonella...

«¡Uy, sería genial!»

Antonella sería soltera, con un gordito malhumorado rogando que fuera su novio, mientras lo humilla diciéndole que no sirve para nada. A Diego lo pondría como un soltero codiciado, con un hijo pequeño...

—¡Esta camisa no me gusta!

«¡Claro! en el dialogo pondría a Antonella diciéndole al gordito malhumorado que la camisa no le gusta... ¡Buena idea!»

—Gracias ─digo.

—¿¡Qué no escuchas, estás sorda!?

«En ese caso, no pondría sorda, pondría sordo»

Un profundo dolor en un brazo me saca de mi trance, y miró a Bruno, que extrañamente se parece mucho al personaje de mi libro, con la típica línea marcada entre las cejas.

—¡Ay me duele! —grito al salir prácticamente volando del sofá, cayendo en cuanta de que no estoy dentro de mi libro, y es mi vida real─. Lo siento, lo siento ─logro decir.

—¡No me interesa que te duela! quiero que me pases otra camisa..., esta no me gusta.

«No me estaba ayudando con mi dialogo, y en realidad, esa parte no tendría sentido para mi libro»

Le muestro dos comisas más, y gracias a Dios elije una de su agrado, para por fin bajar a tomar desayuno. Al llegar al restaurante, Bruno se sienta en la mesa, y yo, detrás de él.

«Me encanta lo caballero que es»

Por supuesto, cuando nos sirven el desayuno, no puede faltar su estúpido pan con mermelada, mientras solo espero, que el cocinero haya puesto su ración de escupitajo.

«A solcito le gusta mucho»

Me quedo observando cómo un poco de mermelada chorrea por su pera, pongo los ojos en blanco, y no hago nada por ayudarlo, parece menso, pero siempre lo ha sido, ahí yo no tengo la culpa.

─Hoy tendré que estar toda la tarde fuera —comenta.

«¡Ay, que tristeza!»

—¿Puedo salir de compras? —me atrevo a preguntar, mientras lo miro con cara de súplica, aunque ni con eso se inmutará, por lo que recurro a otra táctica—. Quiero comprar camisas nuevas, para deshacernos de las que te quedan mal...

Bruno me mira a los ojos, mientras pone las manos en el mentón como pensando, y para mí desgracia, se da cuenta que tiene mermelada, por lo que coge una servilleta para limpiarse.

—De acuerdo, pero no gastes mucho.

«Tacaño»

Me quedo observando su prominente panza, y diría que está más gordo que antes, y es lógico, se ha comido el pan que le han traído, luego el que no me he comido yo, y después, el que volvió a pedir. Tengo deseos de preguntarle para cuando es el parto, si es niño o niña, pero con este hombre no se puede bromear. Me quedo esperando a que termine de comer, pero se demora tanto, que ya tengo las nalgas cuadradas en la silla, aunque no puedo negar que es cómoda, pero sin duda, cualquier persona se cansa de tanto estar sentada. Doy un suspiro de frustración, pero, extrañamente me siento observada, hasta que lo veo, y mi corazón sale desbocado, Diego está en la mesa del frente, y me da una sonrisa maliciosa, de esas que te invitan a abrir las piernas; bebe de su taza y se pasa la lengua por los labios, una y otra vez, que, sin duda, me pararía a pasarle la lengua yo misma, pero eso significaría estar muerta. Doy un suspiro, hasta que Bruno chasquea a lengua y se levanta para ser seguido por una tontita, o sea yo. Pasamos por la mesa donde esta Diego, y a pesar de que agacho la mirada, igual distingo en él, las cejas unidas, demostrando que no le gusta que este con Bruno.

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