Prólogo.

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24 de diciembre del 2011

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24 de diciembre del 2011.

No sabía que sentir ante tal hallazgo, ¿debería estar feliz? No, nunca. ¿Triste? Quizá. ¿Enojado? Un poco. ¿Frustrado? Sí, eso era la emoción que estaba buscando para describir lo que pasaba por su desastre de mente.
¿Era real? Esa era la incógnita, porque últimamente había dudado de lo que veía y lo que hacía. No podía controlarlo y eso le frustraba como mil demonios. No podía controlar su mente y eso es el peor castigo para un ser humano.

Para él, la mente era la más poderosa de las armas. Y la única arma que yacía en su poder desde que nació empezó a perderla desde el momento que la vio por primera vez.

Su belleza lo impactó como abeja que encuentra la miel, como un busca tesoros que tras años de esfuerzo, noches en vela y caminatas sin final, encuentra su tesoro y sabe que tiene una historia tras el, pero aún así lo conserva sin importar que. Había encontrado su pelirrojo tesoro y la quería solo para él.

La enamoró como un caballero, poemas, flores, postres que él mismo hacía la cautivaron. Aquella dama le cedió el corazón y éste lo aceptó con entusiasmo, las voces que empezaron desde que la vio le decían que no, pero las ignoró como joven rebelde. Él igual le dio su corazón sin candado alguno, libre de cadenas. Algo que creyó que jamás haría.

Y ahora, ahora estaba frustrado por que ella había dejado de respirar, su piel se veía a un más blanca y había ensuciado su alfombra favorita.

Se había llevado el corazón de ambos a la tumba, y él que aún estaba vivo se sentía vacío.

No podía perdonarla por que se suicidara justo un día antes de que él le iba a pedir matrimonio. Y un día antes de navidad. Y de su cumpleaños.

¿Qué iba a hacer con toda su fragancia impregnada en la casa? ¿Su anillo?

Ni estaba seguro de como, o porque lo había hecho y si en realidad se había suicidado o alguien la había matado.

Estaba en duda y eso lo frustraba tanto.

El no saber como murió, el no poder revivirla, el que no dejó una nota.

Tomó una libreta y un lapicero, necesitaba desahogarse cuanto antes mejor.

Escribió:

Debería odiarte, más no puedo.
Debí detenerte, más no pude.
Complicaste todo, como siempre solías hacerlo.
¡Mira! ¡Mira lo que haz hecho!
Me has abandonado, me has dejado.
Oh querida, sin darte cuenta me has matado.

Duele el saber que ya no volveré a verte.
Duele recordar esos momentos de felicidad en los que en ti no había más que bondad.

¿Por qué? ¿Por qué justo hoy te has suicidado?

Me has dejado plantado, con tu regalo ya preparado.

¿Qué más puedo hacer?

Exacto, nada. Nada, solo mirar como toda mi cordura queda devastada.

Dejó de escribir, las lágrimas estaban empezando a quemarle las mejillas y ya no podía más, las voces lo estaban maltratando por llorar.

Su navidad fue oscura ese año.
Los siguientes no la celebró.

No podía sacar de su cabeza,
que ella se suicidó.

Cordura en decadenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora