7.- Manecilla descompuesta.

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La absorbente oscuridad lo atrapaba, quitaba cada mascara, cada disfraz que la luz le hacía llevar. Podía ser el mismo, solo él. Amaba y odiaba a la oscuridad.

La odiaba, porque al no haber máscaras, había pensamientos. Esos estaban presentes en luz u oscuridad. Pero cuando la ausencia de la luz era notoria, llegaban. Como moscas a la fruta y hormigas al pan. De a montones, sin importar nada y todo. Solo buscando lo que querían. Saciar su hambre. Destruirlo, ahogarlo, asfixiarlo, ahorcarlo, quemarlo.

Había un sonido en su habitación. Solo un maldito sonido. El tic-tac del reloj. Quería tranquilizarse, si lo lograba los pensamientos disminuirían, pero ese sonido no se callaba. Ya había relojes digitales, ¿por qué habían puesto un reloj antiguo que hacía mucho ruido, en el cuarto de alguien que no estaba bien mentalmente? ¿A que persona cuerda se le había ocurrido? Eso no era relajante. Y quería escuchar su música pero... Primero tenía que acabar con su reloj.

Encendió la luz de su habitación, había pintado el foco rojo para que fuera roja. No era tan luminosa pero era roja. Fue a la pared donde estaba ese reloj. Nunca se había tomado tiempo de apreciarlo, pero cuando estaba viéndolo, le recordó algo. Ya había visto un reloj así, de madera tallada, con una casita pintada, de techo rojo y paredes blancas. Tenía pintados a mano mucho detalles en color negro, florecillas, enredaderas. Y sabía que salía de la casa, ¡sabía que iba a salir cada hora! Un... Pajarillo....

‡‡‡‡

—Qué agradable sorpresa, Mariana mucho gusto. —Exclamó el castaño con la perilla de la puerta en la mano aún. Viendo a su querida Mariana en la entrada de su casa, con su habitual paraguas y una bolsa negra grande, eso no era habitual.

—Oh chico, te he extrañado. —Respondió Mariana dándole un cálido abrazo. —¿Dónde está Ly?

Ryan cerró la puerta e invitó a Mariana a tomar asiento.

—Está tomando una ducha, en un momento sale. ¿Qué es eso que traes cargando? —Preguntó con intriga, le gustaban los regalos de Mariana y esperaba que fuera uno.

—Te lo daré cuando Leylen venga. —Dijo de una manera cortante fingido. Eso era característico de su Mariana, fingía hacerse la mala cuando Ryan quería mucho algo pero sabía que debía de esperar.

—Ya casi viene... Pero iré a avisarle que viniste a visitarnos. —Le sonrió y fue a su cuarto.

Abrió la puerta y ahí estaba ella, saliendo de la ducha, con su cabello envuelto en la toalla con su sostén y sus bragas. Había pequeñas gotas de agua en su piel aún, lo cual para Ryan la hacía ver más hermosa.

—Cariño, Mariana vino. —Dijo desde la puerta mientras la chica seguía cambiándose.

—Oh, en un momento salgo pajarillo, la sangre estuvo difícil de quitar, por eso me tardé bañando. ¿Todo bien contigo? —Lo miró de reojo mientras se colocaba una blusa holgada.

—Bien, bien, no siento culpa. Y como tu dices, si no hay culpa, es que está bien. Así que todo bien.

—No repitas tanto las palabras pajarillo, así te vez nervioso. Tranquilo. Ya, ven, vamos con Mariana. —Ni si quiera se había maquillado ni cepillado el cabello, Leylen salió con su vestimenta habitual del domingo.

—¡Ana! ¡Que bella estás hoy! Parece que los años no pasan en ti. —Mariana se levantó del sofá con una risilla para saludar a la novia de su pequeño.

Cordura en decadenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora