Parte 14

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Alma comenzó a sentirse sola y extraña en la casa de su padre, en la casa de su niñez. Lajos había ido construyendo su propio nido, personal, singular e intransferible. Toda la casa hablaba de conciertos, de música, de literatura y de ajedrez. Toda la casa hablaba de pequeñas manías, lugares recónditos con un uso propio para una cosa específica, hablaba del orden que un hombre acostumbrado a mandar, y a crear había impuesto a su entorno. Hablaba de él, sólo de él. Era el gran mausoleo Lajos. Y cuando ella caminaba entre sus cosas, su tablero de ajedrez con dos sillones de oreja enfrentados, su viejo piano de cola negro, sus cuadros, sus carteles enmarcados de sus conciertos, sus fotos con grandes intérpretes o con sus amigos, su estantería de libros en nogal recio, Alma sentía que paseaba por el museo Lajos de Lausanne.

Se planteo la posibilidad de irse a vivir con Adrian, y en una de sus visitas evaluó sus sensaciones. Adrian notó su mirada distinta aquella tarde, evaluadora, escrutadora, examinadora. La casa de Adrian era grande pero sencilla, una bonita casa suiza con vistas al lago Leman, con jardín y flores, pero su interior combinada el orden de un jugador de ajedrez, la cabalidad de un rico empresario y el toque femenino de una mujer que lo dispuso a su gusto hasta el mínimo detalle. En el salón, al otro lado de la mesa de ajedrez, un atril alto frente a un espejo, y en una mesita un violín arropado por un leve paño. Alma no pudo evitar el sentirse celosa. Contemplar aquel violín era como contemplar el alma de alguien que aún no había dejado ese lugar.

"Nunca podría vivir aquí" se dijo.

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Y Adrian se dio cuenta. Adrian comprendió que todo era una profanación, que los lugares no son neutros, que no permiten la injerencia de cuerpos extraños, que los espacios se amoldan a sus inquilinos y que cada modificación que ella hiciera sería como un estallido en medio de una callada sinfonía de Mozart.

Adrian miró su cama, la cama de matrimonio, la gran cama junto al ventanal desde el que se veía el Mont Blanc y el lago Leman con sus brumas matutinas, la cama que había sido de otra mujer, la cama que había sido de otro amor. "Nunca podrá vivir aquí" se dijo.

Y sin pensarselo dos veces le soltó: "Construyamos nuestra propia casa".

El domingo 17 de abril de 1955 Alma Trapolyi y Adrian Troadec se casaron y se fueron  a vivir a su nueva casa. La llamaron "Los años perdidos".

Al día siguiente moriría Albert Einstein  en Princeton, Estados Unidos. Marilyn Monroe terminaba de rodar La tentación vive arriba.

El violín de la antigua casa Tim de Viena fue guardado  con su estuche en el sótano de su nueva casa. Arriba, ahora, el grave sonido del chelo inundaba todas las habitaciónes.

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Alma Trap le escribió una dulce carta a la joven Eleonor diciéndole que se había casado con Adrian y que ahora, por fin, era feliz.

"Cuando seas mayor tienes que venir a conocer está tierra, la tierra de tus padres, la tierra más bella del mundo, y a mi querido Adrian ." le escribió

Alma se sintió bien tras escribir aquella carta, imaginó que se dirigía a su querida hija que estaba lejos. Tomó su bicicleta y bajó a la oficina de correos. Tras dejar la carta en la estafeta, Alma Trap tuvo un accidente con su bicicleta y murió al instante de un fuerte golpe en la cabeza.

Casi un mes después, cuando Rebeca, George y Eleonor recibieron la carta, celebraron su boda con champán, se rieron y se abrazaron. Para entonces, Alma llevaba enterrada ya veinticinco días.

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Adrian pensó en el suicidio. No como un hecho cruento ni como una vengativa  y desesperada acometida contra la vida, sino como una simple desconexión, un acabar ahí mismo, un dejar de gozar y de sufrir, una asunción de que ya había visto suficiente, de que ya había vivido suficiente. Pero en el entierro de Alma, viendo allí presentes a todos los trabajadores de su fábrica, colaboradores con los que había puesto en pie un proyecto que les había unido y dado vida durante tantos años, gente con la que había construido un devenir, se dio cuenta de que Alma, al contrario que ellos, que eran una realidades, no había sido más que en producto de su imaginación con el que llenar las nostalgias de los días de lluvia, un bálsamo, un anéstesico  ante la soledad. Y volvió a llorar porque se supo de nuevo solo. Solo y sin esperanza de compañía.

Entonces, recordando que tras la muerte de sus amigos vino Elena y que tras la muerte de Elena vino Alma, pensó que todavía podían ocurrirle nuevas cosas que llamaran su vida de sentido. Y por curiosidad, sólo por curiosidad, decidió seguir viviendo.

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Eleonor tenía 15 años cuando su padre recibió una carta de Adrian Troadec diciéndole que Alma había muerto.

Eleonor no lloró, por que hacia casi dos años que no la veía. Y dos años para la joven Eleonor eran mucho tiempo. Sólo le preocupaba el pensar que ya no tendría excusa para viajar a Europa cuando fuera mayor.

Rebeca sí lloró. Lloró mucho. Había muerto su amiga, su amiga Alma Trap.

George se encerró en un largo silencio que duró varios días. Se avergonzaba de no saber ponerse triste como su mujer y llorar, de no sentir dolor por aquella muerte lejana. Sólo sintió miedo. Miedo a perder la vida tan de repente, miedo ante la comprensión de que su vida también debía acabar como la de ella. Que ya no eran los mayores los que morían, que ahora les tocaba a ellos.

Eleonor llevada por un infantil plan, no quiso rendirse a la pérdida de la posibilidad de su viaje, y decidió escribir a su tío Adrian Troadec.

Escribiéndole, y sólo por adulación  interesada, comenzó a decirle lo mucho que ella había significado en su vida. Y entonces se dio cuenta. Se dio cuenta de que había sido su verdadera madre, su gran amiga, su modelo, la persona que la había hecho creer en ella misma. Y entonces sí, se puso a llorar. Mojó el papel con su llanto y terminó la carta diciendo: "Querido tío, comencé está carta sólo para que supieras que existo y para que algún día me invitaras a visitar Europa, pero escribiendo sobre mi tía Alma me he dado cuenta de que soy una niña egoísta que nunca se ha parado a pensar en lo que los demás han hecho por ella. Perdóname. Ahora sé que quise mucho a tía Alma y comprendo mejor tu dolor. Escríbeme."

SABOR A CHOCOLATEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora