La Familia de Piedra.

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Raphael se dirigió hacia la casa del señor Leatherhead, de estilo moderno, pero no era para nada elegante, ni mucho menos acogedora. Apenas y cabían él, su esposa, sus cuatro hijos y Raphael. Esta casa sólo servía para una cosa, que era afirmar lo que Raphael decía, "No sirve para nada".

Esta casa sólo contaba con tres habitaciones y un ático, En una de las habitaciones dormían Leatherhead y su esposa, en otra sus dos hijas, llamadas Irma y Chloe. Después estaba Casey, el hijo primogénito dormía en el ático, y por último el pequeño Mikey, de apenas doce años de edad, él tenía la peor habitación de todas. Raphael, en cambio, debía dormir en cualquier rincón, siempre cambiando de lugar.

Un ejemplo de esto es cuando Casey decidió tejer cestos, tejió bastantes, formando pilas y pilas de estos, dejando sin ningún rincón al pobre Raphael. Raphael había visto tristemente su alrededor, con la mirada baja y temeroso por no tener donde dormir... Pero se le ocurrió una gran idea. Se acurrucó dentro de uno de los cestos, eran incluso más cómodos que dormir en el suelo, y si llegaba a darle frío en la noche simplemente se cubría con otro cesto.

Esto no era lo peor, el pobre Raphael apenas y comía un trozo de pan al día. El señor Leatherhead siempre le recordaba a su esposa, La señora Mona Lisa, que alimentara a Raphael, pero esta cruel señora si se acordaba le daba sólo un trozo de pan o una que otra sobra de la comida.

Aquella noche, Raphael nuevamente se había acurrucado en los cestos... Estos hicieron ruido, estaba frente a la puerta de la habitación del hijo más pequeño, de entre estos se asomó la naricita y los ojos de Raphael.

Hey, Mikey... ¿Estas despierto? –Preguntó Raphael entre susurros.

El pequeño Mikey se enderezó al escuchar la voz de su amigo Raphael, y talló tiernamente sus ojitos, soltando un bostezo y una ligera risa. –Cielos, Pareces una conchita Raphie.

N-no digas eso... –Dijo con pucheros Raphael, y salió de sus cestos. –Mira, te traigo esto. –Se acercó al pequeño de doce años, y en su manita puso aquella moneda de plata que le había obsequiado Donatello. – Me la dio un buen hombre, hermano de Tyler.

Los ojitos azules del pequeño de doce años se iluminaron al ver la moneda con un alto valor, y sin pensarlo dio un gran abrazo a su amigo. –¡M-muchas gracias! He estado guardando todo lo que me has dado... te lo agradezco mucho Raphie.

Sonrió enternecido por la reacción de su pequeño amigo, lo tomó de las mejillas y robó un par de besos en esas pequitas que adornaban esos cachetes regordetes. –No me lo agradezcas, yo no necesito el dinero... Guárdalo bien, o Mona creerá que es para algún vicio y te lo quitará todo.

El pecosito negó con la cabeza, sonriendo amplio de oreja a oreja. –No, no es para vicios. –Dijo el pequeño con energía– Quiero ser alguien importante en la vida. Si el domingo me dejan ir a Villamojada me compraré una cartilla para aprender a leer... Dicen que el señor Tyler también era pobre cuando era niño, pero él solito aprendió lo que sabe y míralo ahora. –Exclamó– Yo tengo esperanzas, sé que si lo intento puedo llegar a ser como él.

Tal vez lo logres si te lo propones. –Dijo con una sonrisa el joven Raphael, lo llenaba de ternura escuchar sus sueños.

Si no lo hago yo solo, nadie lo va a hacer –Dijo Mikey– Yo no sirvo para estar en las minas, sólo parecemos animales, no personas. ¿Qué clase de persona normal tiene una vida tan miserable? Les ruego a mis padres que me saquen de aquí, que yo puedo ser alguien si me lo propongo, pero siempre responden que somos pobres, y que esta es la vida que nos tocó lidia, que soy muy fantasioso... ¿O tu qué opinas, Raphie?

Raphael se sentía totalmente identificado con las palabras de su amiguito Miguel Ángel, en especial con la parte en la que decía que no servía para eso.

Guardó silencio por un par de segundos, hasta que decidió responderle. –¿Qué quieres que te diga? No soy nadie como para responderte– Pequeñas lágrimas recorrían las mejillas de joven Raphael.

¿Estas llorando? ¿Qué sucede Raphie? –Preguntó preocupado el pequeño Mikey.

Ya es tarde, duérmete ya o van a regañarte. –Raphael limpió sus lágrimas con su antebrazo, y sin que Miguel Ángel pudiera contestarle, volvió a acurrucarse en su cesto que utilizaba como cama. Ante esta acción el pequeño Mikey sólo hizo pucheros, y regresó a su cama para dormir.

Esta familia no es que fuera miserable, lo que la hacía así era obedecer cada mandato de la señora de la casa, Mona Lisa. Ella sólo estaba para cobrar el dinero, cada centavo que sus hijos y esposo ganaban con su esfuerzo, ella se los arrebataba. No les permitía tener sueño y anhelo de una vida mejor y lujosa. Pero nadie se le oponía.

El único con deseos de rebelión era el pequeño Miguel Ángel, Mona Lisa no comprendía aquella aspiración de dejar de ser de piedra. Esta señora tenía una creencia, que era una reverenda estupidez: Debían estar dispuestos a entregarles todo su miserable sueldo, a obedecerla ciegamente y a no tener aspiraciones ni afán de lucir galas, los pobres debían ser pobres siempre. No pretender ser como los ricos y gente de ciudad, que estaban llenos de vicios y pecados.

Volviendo a Raphael... Tal vez él no era inservible, ni un estorbo, tal vez sólo le faltaba algo de afecto y cariño... el cariño de una madre la cual nunca tuvo. Mona Lisa nunca fue para darle un cumplido a Raphael, nunca lo trató como uno más de sus hijos. Raphael comprendió que si lo "alimentaba" y le daba "refugio" no era por quererlo, sino por la lástima que le daba el verlo de esa manera tan miserable. Incluso el gato recibía más afecto, le hablaba con ternura y con apodos melosos, en cambio, él sólo escuchaba de su parte "Morirte sería lo mejor para ti".

Raphael [LeoxRaph]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora