Por oportunidades, por casualidades, sangraba sola en su trono cubierto de minúsculas, casi microscópicas espinas, sin nada más de lo que preocuparse que del humo de su propio cigarrillo. Se erguía allí, sola, en ese mundo medio monocromático que había levantado con el pasar de las experiencias, sin embellecer ni cambiar, siempre tarde, nunca suficiente.
Su lenguaje era simple, su silueta apenas proyectaba sombra - a pesar de la toda, poca y nada oscuridad que podían albergar sus pensamientos y sentimientos -, sus insomnios eran largos y aún así, ¿qué sabía con certeza? Nada, pues nada era seguro en su existencia patética, vacía... Mucho menos cuando la altura de los edificios y precipicios le parecían atractivas.
Pero le daba poca importancia a su vida, así que dejaba a su alma volar lejos de su incompleta mente, para disasociar a eso que le llamaba su extensión somática. Entonces, cuando su batería se iba y no le parecía tan estúpida la idea de saltar, sabía que era hora de caer en ese trance tan suyo que la mantenía siempre en estado vegetativo, con aparente máscara etérea.
Más siempre llegaba el momento de romper en colapsos y convulsiones que ni sus propias manos, acostumbradas a aguantar y mantener, podían controlar. Eran momentos elípticos que la envolvían suave pero tortuosamente, intentado llegar siempre al fondo de su taladrado corazón, haciéndose camino por las variadas rupturas que presentaba la mente de la joven.
La confundían manifestándose de vez en cuando como múltiples deja vú's, y sin embargo, mucho más allá de toda esa enredadera que brotaba de aquel mareo, existía el eterno placebo depresivo de la culpabilidad y el sufrimiento.Ella sabía que culparse era la manera más fácil de llevar las cosas, y que esa culpabilidad la llevaría siempre a sufrir, cumpliendo con un círculo interminable de realidades exacerbadas y falsas.