Poco importaba al mundo lo que ella eligiera, por lo que su decisión de distanciarse y tomar al menos una vez el valor que tanto le faltaba no iba a influir en la vida que fluctuaba a su alrededor, mucho menos a él, que tanto daño le hacía sin siquiera acorralarla.
De alguna manera u otra, él siempre iba a ser su perdición, la última gota que rebalsaba siempre el vaso de su estoísmo.
Pero él no era el punto de su existencia, de la gran pregunta que siempre se encontraba hundida en su alma y en su cabeza, era más bien, la respuesta latente que albergaba en su dolorido y temporizado corazón lo que corroía sus venas, dejándola sin mucha opción más que la de vaciarse en hojas perdidas de cuadernos que alguna vez tuvieron importancia en circunstancias superfluas.
Sabía que si podía entender las cosas diminutas entendería la majestuosidad del universo entero y sus detalles hechos a propósito. Sin embargo, al escarbar en el espejo, en esos apagados ojos, entendía la complicación de su estado, la muerte de su esencia: Ella era un recipiente que podía ser llenado única y temporalmente por las sinfonías propias del paso de los años.
No había perfección alguna en su química, en su física, pero vaya que sabía apreciar el milagro del azar que se encontraba frente a sus ojos, la casualidad innata de un orden incomprensible.
Empero a su incapacidad de sensación -propia de sus yermas sinapsis-, intentaba sin mucho esfuerzo, sin demasiados resultados, extraer del ambiente cada mínima partícula de placer de esos gestos insignificantes, de esas sonrisas a medias que la gente dejaba flotando en el aire, de ese nerviosismo apagado por la colectividad urbana y el sonido del movimiento.Y mientras más pensaba, mejor se le hacía aquel juego ilógico del que todos participaban, ignorando reglas, transgrediendo lo nunca se había establecido. Todos desconocían sus roles, su participación. ¿Cuantos podían reconocer en ellos mismos al personaje principal?, ¿al secundario? Aún peor, ¿al episódico?
Habían múltiples realidades, conexiones longitudinales que terminaban siempre por anclar a todos a una misma corriente. Así como solo el río desembocaba en el mar, como la luna sabía observar a todos aquellos que la omitían, la vida siempre terminaba entrelazándose en un vaivén constante de alternados azares, destinos pre-definidos tomados por otros, abriendo, cerrando puertas, continuando con un interminable ciclo de transformaciones, de extensiones y redes innumerables que, de alguna manera u otra, llevarían al fin, al comienzo y al ahora, a la explosión y brote de todo.
Una continuidad se acumulaba en su interior, alterando comúnmente su percepción de la realidad tal y como debería de verse, más ¿No era eso lo divertido de la cosas? Los puntos de vistas eran la disasociación de todo, la conjunción de la nada. Porque ni ella ni él tenían la razón. Porque ni el tiempo iba a impedir la trascendencia de su paso inexistente por el torrente de esa gran variable. Porque la suma de todo siempre iba a ser nula... Y era algo que las personas solían no apoyar: la contradicción propia de las palabras de una chiquilla malcriada.
Era demasiado. Era magnífico y aún así, absurdo.
Cigarros era el pensamiento liberador de su cabeza y sus agitados pulmones, la salvación a tanta simpleza en medio de tanta grandeza, tanta complicación.
Habían un sin fin de cosas en las que pensar que a veces sentía que la presión en esa caja de masa encefálica era puramente etérea y falsa, haciéndola sospechar de su ya confirmada inconsistencia. No obstante, había algo allí dentro, pues dolía tras un rato, necesitaba oxígeno después tanta mierda indescifrable.
El mundo era el mejor criptograma a resolver, con interrogantes estúpidas y banales, con respuestas aún peores, pero con equivocaciones y preguntas mucho más que interesantes, entonces, ¿por qué no aventurarse a caer?