Sintió el deseo de correr y ponerse a su lado para probarse que aún había audacia en su interior.
No fue el comentario de su amigo el que gatilló esa acción, fue el impulso, las ganas intensas de tener que romper con la inercia que la mantenía sujeta a cadenas que se auto-imponía.Así que, más que sentir rabia, nostalgia o tristeza, pudo notar como la impulsividad ganaba terreno en su cuerpo y como esta mandaba sutilmente adrenalina a sus extremidades. Pronto se hallaba en camino a hablarle a aquel sujeto que le había causado tanta acidez con su sola presencia.
¿Qué iba a hacer?, ¿qué le iba a decir?, ¿cómo empezar?, ¿por donde empezar?, ¿a donde tiraba el autocontrol?
Eso ya no importaba, o eso se decía mientras sentía como su cuerpo entero funcionaba fomo un autómata desquiciado, como un títere vilmente manipulado por el deseo abrumador de tener que hacer algo al respecto.
Le pareció una eternidad alcanzarlo. El pleito que se había armado en su cabeza no hacía más que subir los decibeles, mezclando todas las voces que anteriormente se preguntaban y respondían sin llegar a un acuerdo racional. Todo había empezado con aquellas voces, de hecho. Los susurros incesantes que le incitaban a poner fin a la situación tortuosa y gélida habían sido los titiriteros originales, los responsables del desastre inminente.De repente, silencio.
Su presencia nuevamente la dejaba muda. Claro, porque la discusión en su interior de repente había decidido acobardarse, esconderse y guardar silencio.
Como si existiera un botón mute en su cuerpo, con acceso personalizado, que lamentablemente, él había alcanzado a atisbar. Sin embargo, y contra todo pronóstico, la audacia se instaló firme y lentamente en su postura, en su voz, en sus entrañas, en su órgano palpitante. Sin esperar tampoco, la verborrea que acompañaba siempre a sus pánicos escénicos salía de su escondite y le ayudaba a sacar esa montonera de pensamientos, el desborde y desorden de sus sensaciones y sentimientos. No le agradaba, pero era la carta que su subconsciente había jugado.
Era el juego que su parte más oscura había organizado, una movida, sin lugar a dudas agotadora, arriesgada y efectiva. Si la impulsividad y la verborrea no lograban poner en orden el revoltijo que llevaba, entonces las demás opciones serían inútiles.Porque situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.
"¡Sal de ahí!"
Y las luces se apagaron, porque el show había comenzado.
...
Y ocurrió.