Despierta desorientada, no recuerda mucho donde está durmiendo. Sin embargo, la respiración tranquila y el calorcito en su brazo le traen a la mente la madrugada donde bebió ron, cayendo rendida y mareada a las 7 am en una cama que desconocía.
Se desespereza, restriega sus ojos y bosteza en silencio. Entonces, solo entonces, decide mirar a su lado y encontrarse con ese aura que tanto le fascina. Está medio dormido aún, sus facciones se ven relajadas. Se ve mucho más lindo de lo que recuerda, así que decide largarse al baño a mirar su encañada figura.
Observa su cuerpo y luego su cara. En esta última nota unas profundas ojeras que enmarcan sus ojos disminuidos por el sueño, la marihuana y el alcohol.Luce bien.
Abre la llave y deja que el agua refresque sus recuerdos. Las lagunas comienzan a llenarse y estancarse de acuerdo a la nebulosidad de las drogas. Pero ese velo ya no le importa, tiene la historia principal y decide archivarla como una agradable noche.
Vuelve sobre sus pasos hasta la cama y entibia su cuerpo con el ajeno. A pesar del calor constante que ha acechado sus tierras urbanas, el frío ese día se cuela por la ventana y no le deja otra opción más que agazaparse sutilmente al cuerpo que tiene a su lado. Tras eso, revisa la hora y se da cuenta que ha dormido nada más tres horas. Es soportable, piensa, más al menos que las ganas de enroscarse en la piel morena del joven que descansa a su derecha. Guarda el celular y nota movimiento, un par de parpadeos confusos, un quejido y un brazo que rodea sus hombros por encima.
Oh no.
Si que si, dice el destino ese día.
Prontamente las palabras entrelazan una conversación amena, sin sentido, cómoda, vulnerable. Las caricias sutiles se hacen presentes y palpan territorio incierto. Las manos curiosas registran su cabeza pequeña, su cintura, sus hombros, sus mejillas. Dulcemente recorren las extensiones y se pasean sin descanso, haciéndola dudar de esa amistad tortuosa y cercana.
Para contextualizar, habían sido amigues desde un inicio. La historia propiciaba sus momentos a solas y las primeras impresiones cada vez eran mejores. Se habían conocido por casualidad para tocar en una banda improvisada y habían sentido de inmediato un magnetismo extraño. Instantáneamente le habían gustado sus ojos almendrados, sus pestañas largas y esas manos venosas que tocaban maravillosamente el bajo y la guitarra. Su voz también, su voz grave y dulce que hablaba por tramos, comentando cosas de manera aleatoria. Nunca sabía que iba a salir de esa boca, así que siempre estaba atenta a lo que diría (o esa era su justificación para escucharle, mirarle y bueno, suspirar con su presencia).
Poco a poco iban acercándose, armando un puzzle extraño a destiempo, que parecía completarse y desencajarse cuando quería.Tenían tiempo y había sintonía.
Así que la bajista tomó la decisión, el riesgo que le causaba el impulso, que le quemaba en los labios, en la garganta. Cuando el valor se arremolinó en su interior, él desarmó la valentía con la barrera del compromiso.
Había empezado una relación hace poco y se le notaba feliz, menos preocupado.
Entonces, sintiendo como algo en su interior se trizaba contenidamente, se hizo a un lado y regó la felicidad del otro con buenos deseos y preguntas constantes.
Si, le había dolido y si, le repugnó haberse ilusionado. Se sintió tonta, inmensamente tonta. El puesto de amiga se lo había ganado a pulso y le frustraba no haber llegado más allá.Pero en fin.
Siguió en lo suyo. Estudiando, bailando, tomando, fumando, rompiéndose la cabeza, intentado enamorarse y riendo, riendo sobretodo para encubrir su depresión. Siguió con su amistad también. Se preocupaba por él, reían y bueno, inevitablemente se acercaron más.
Fuera de eso, ella salió del estado eterno de la culpa. La montaña no había dejado de empinarse, mas entendió su propio ritmo y que los descansos le permitían ver el avance y el paisaje que se iba formando tras ella. La cumbre estaba lejos, eso podía sentirlo. Empero, el desánimo ya no le expropiaba el alma, sino que le invitaba a fumarse un pito mientras hablaban de cosas extrañas y tomaban un té.
Resilencia, así le había llamado a aquel avance.
Entre otras cosas, su país había despertado. La desobediencia civil se había vuelto costumbre, la revolución comunitaria había devuelto la vida a toda una sociedad infinitamente maltratada y harta de tanta mierda. La rebeldía había vuelto para quedarse e instalarse en el desastre urbano. La resistencia y la contención eran íconos de lucha que dejaron huella profunda e intacta en cada individuo, transformándoles, incitando el cambio que cada une necesitaba.
La dignidad empezó a exigirse en cada ámbito.
Y así ella decidió exigir su dignidad, su esfuerzo y sus ganas en esa relación extraña que tenía con el guitarrista principal.
No era correcto, lo sabía, y dejó que esta fuera la excusa para tomar su puesto sin forzar nada. La rebeldía interna, subconsciente por supuesto, fue la detonante, aquella que movió hilos de manera imperceptible para que todo se diera. De hecho, fue esta misma quien le llevó a hablar hasta las 7 am en el primer carrete con él, en una ventana casi de manera clandestina.La trampa que había puesto sin darse cuenta. La tela que la transformaba inevitablemente en araña.
Los mimos le trajeron devuelta al momento. Se dio cuenta rápidamente de todo lo que sucedía y cayó en cuenta de lo íntimo que era.
No, no están borraches. No, no están drogades. Hay somnolencia, y una extraña intimidad que le hace buscar sus ojos para tener de donde aferrarse en caso de trastrabillar con su propio sentir.
Sus extremidades se acomodan y sus rostros rozan con peligro. Siente todo su cuerpo junto al de él. Sus piernas que sin esfuerzo echan raíces en el cuerpo ajeno, los brazos que siembran manzanillas, lavandas y melisas en su estómago, en su palpitar incesante. La ansiedad que se transforma en incertidumbre cálida al notar su respiración mezclarse con la suya.
Sus labios, al fin, se juntan tentativamente.
Ella se aleja un poco y le cuestiona su relación. En el fondo, sigue respetando la norma, el afecto ajeno y las reglas románticas que siguen sin romperse en su cabeza.
Él, por otro lado, la envuelve con sus largos brazos y deja que se acurruque en su pecho. La joven nota que huele bien y que allí puede esconderse cuando las cosas vuelvan a ponerse difíciles. Devuelve el abrazo, conteniendo el desborde ilegítimo de sensaciones y sentimientos que todo esto estaba significando. Entonces, siente la caja torácica del muchacho vibrar y escucha, escucha atentamente como siempre lo que tiene que decir."Eres una muy buena persona"
La frase termina por colapsar su paciencia y sus límites. Quiere besarle, necesita besarle.
Colmada en dulzura, mira directo a sus pupilas e intenta mantener la locura a raya.
"Sé que estoy en algo, pero quiero hacerlo"
Algo se remueve en su interior, algo que le refresca, le alivia. La sequía le estaba exhumando el alma y él era el oasis que había estado deseando su corazón. Era real. Estaba ahí. Solo tenía que dejar su cuerpo caer en el caudal abundante de agua que le ofrecía el chico en sus labios.
Y por fin, se lanzó. Tenía su consentimiento y sus ganas, ¿qué más necesitaba?
Con timidez, se acercan y terminan con la escasez. Ahora todo abunda. Las semillas crecen en su estómago y el olor de sus flores atraen a las abejas. La miel se hace presente, empalagándole la lengua, embalsamándole la amargura de todo lo experimentado.
Todo es muy suave, el derroche de todo lo acumulado es la explosión más mansa que ha vivido. Por eso, siguen deshaciéndose en besos, ríos eternos que jamás son lo mismo.
Las caricias siguen, proyectando la espera que la paciencia había sabido domar.Surreal todo, se dice a sí misma mientras permite que sus manos vayan quedito desde el cabello hasta los hombros del chico. Luego las descansa en su quijada, queriendo atesorar ese momento irremediable.
Ahora siguen en lo suyo. La declaración del gusto a destiempo que les descoloca y les hace reír. La atmósfera cálida que no se desvanece. El hechizo efímero que les ondea en el cuerpo.
Que maravilla, piensan, haberse descubierto así.