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Ya no había nada que hacer, sólo dejar las horas pasar.
En el trabajo, pensaba en Stef. En la casa, pensaba en Stef. Con sus amigas, pensaba en Stef. Stef,¿cómo demonios dejé que esto pasara?; se repetía una y otra vez. ¿Cómo iba a saber que esto pasaría?; la reconfortante idea la hacía sentirse mejor, pero más tarde volvía la culpa. Y rompía a llorar. Otra vez.
Sus amigas la sermoneaban todos los malditos días; ¿Estás bien?, perder a una hija siempre es duro, se te pasará. ¿Quiénes eran ellas para decirle aquello? Ellas no habían sufrido como ella, no habían regresado a casa después de una fuerte discusión con su hija para disculparse y encontrársela allí, muert...no podía pensar en esa palabra sin sentir un nudo en el estómago.
Siempre recordará las últimas palabras que se dijeron cuando Stef se había sincerado con ella, abriéndole su corazón para que luego ella, en plena discusión se lo pisoteara. Mamá, soy lesbiana; le había cofesado. Eso es antinatural y no puedes volver a decir algo parecido jamás, ¿me oyes?. Stef había llorado con todas sus fuerzas para refutar lo que su madre le había dicho. Pero, mamá, es lo que siento y es lo que soy, no puedes hacer nada por eso. Y allí, en ese momento exacto, su madre había notado el corazón de su hija partirse en mil pedazos..Si sigues con esta tontería, para mí estarás muerta. Y así fue horas más tarde, sólo que estaba muerta tanto para su madre como para el resto del mundo. Lloraba recordando cada rasgo de su hija, hasta la última peca, sorbiendo de ese whisky barato que había comprado aquella vez a escondidas. Y allí se quedó, sentada en la cocina, con medio cuerpo apoyado en la mesa, mientras bebía, y bebía, y bebía. Cuando el vaso se hubo vaciado, se quedó observándolo, pensativa. ¿Y si el ladrón había hecho bien? Mi hija estaba enferma, y ella creía que aquello era natural, ¿cómo iba a curarse sino? Quizá era un enviado de Dios, alguien que debía ocuparse de esas cosas. Cosas, había pensado que su hija era una "cosa". Qué poco se conoce a alguien, ¿cierto? Se cree que, por vivir bajo el mismo techo o compartir parte de la vida, se conoce a la perfección a alguien. ¿Acaso uno mismo llega a conocerse a la perfección? Ya no dolía, en su interior, no había más que paz. Había muerto porque no debía formar parte del plan del Señor. Después de quedarse durante máa de media hora divagando, se rellenó la copa satisfecha, lo había entendido por fin. Cuando el vaso estaba rozando sus labios y el amargo olor de aquel mejunje hubo llegado a sus rosas nasales, un ruido que venía del jardín, la arrebató de su trance. Dejó la copa algo fastidiada y fue al patio. Nada más salir, descubrió de qué era exactamente aquel ruido tan extraño; era como alguien estuviese cavando y moviendo tierra. ¿Quién estaría haciendo hoyos en el terreno? Ese maldito perro del maldito vecino que no dejaba de cavar sus huesos en su jardín, lo odiaba, a él y a su dueño.
Pero no, no era un perro, era su hija.
Emma estaba cavando un hoyo grande y profundo, con forma de óvalo. Habrá muerto algún gato o perro del barrio. Se acercó a la pequeña y le acarició el pelo. La reacción de la niña fue darse la vuelta con la pala en la mano dispuesta como arma pero, cuando se dio cuenta de que era su madre, la bajó y sonrió.

-¿Qué sucede, mami?
-¿Qué haces cavando ese agujero tan grande, cielo?
-Me encontré en la carretera un perro enorme, mami, y quería que Dios lo dejase entrar al cielo, y tumbado en la carretera no lo dejarán entrar, ¿verdad, mami? -Su voz era inocente, pero sus ojos dictaminaban otras cosas turbias, difusas pero para nada inocentes.
-Haz hecho bien, cariño, muy bien.-Se sintió orgullosa de que su hija tenga esos pensamientos, la había educado bien.-¿Quieres que te ayude con eso?
-No, mami, yo haré yo, tú ve a descansar.-Y le sonrió tan amablemente que incluso el cadáver putrefacto que se encontraba en la bolsa, también se lo hubiera creído.

Su madre la dejó hacer su trabajo tranquila. Terminó de cavar, canturreando felizmente mientras el montoncito de tierra se hacía más grande. Cuando creyó que era suficiente, colocó cuidadosamente el cuerpo inerte y comenzó a cubrirlo de tierra.
Después de una hora más tarde, había acabado de hacerlo, dejó la pala en el cobertizo y, antes de entrar a casa, se sacudió la tierra de los zapatos y parte del vestido. Silbaba alegremente mientras entraba a la casa, y su madre la escuchó.

-¿Cuándo has aprendido a silbar, cariño?-Le gritó desde la cocina.
Emma sonrió ante el comentario y miró por la ventana al patio trasero, donde se encontraba la tierra removida.
-Me enseñó una amiga...-Contestó dirigiéndose a la cocina.-Se llama Gloria.-O por lo menos así era, antes de abrirla en canal y arrancarle el corazón de un simple tirón.


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