Capítulo 10

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El viaje de vuelta a casa no iba tan bien como todos habían planeado. El carro estaba tan viejo y destartalado que se sacudía violentamente cada vez que cogía un bache. Habían llegado a temer que se desmoronaría de un momento a otro lanzando a Legolas al suelo sin ceremonias.

Cada vez que cogían un bache o pasaban por encima de alguna roca, el príncipe se chocaba con las paredes que tenía a izquierda y derecha. Keldarion y los gemelos se habían apresurado a poner mantas y paquetes a su alrededor para suavizar los golpes, pero a Legolas no le importaba demasiado. Agotado y débil, había caído en el olvido nada más acostarse en la dura superficie de madera.

Pero no era el viaje accidentado lo que estaba dándole a los elfos el dolor de cabeza, sino la mula que tiraba del carro y que era el animal más terco con el que se habían encontrado.

"¡Ay! ¡Maldito animal! ¡A la derecha, he dicho!" –gritó Elrohir por enésima vez mientras tiraba de las riendas.

Montado al lado del carro y llevando a los caballos de ambos, Elladan se inclinó y golpeó el trasero de la mula.

"Vamos. ¡Muévete, tonta!"

"¡No soy un tonto!" –gritó Elrohir.

Elladan puso los ojos en blanco.

"Lo sé. ¡Le hablaba al animal!"

Cabalgando detrás del carro, Keldarion los observaba con una pequeña sonrisa, divertido a pesar de lo frustrado que se sentía por el lento avance. La mula había resultado más ser una molestia que una ayuda desde que habían dejado el bosque. Se movía más despacio que un caracol, se metía en todos los agujeros que intentaban evitar, iba a la izquierda cuando le decían que fuera a la derecha y viceversa. Pero lo más exasperante era esa costumbre de detenerse de repente en medio de la nada cuando algún arbusto le llamaba la atención.

A pesar de todo, Keldarion no podía evitar ver el lado cómico de todo. Imagínense, ahí estaban, a varias leguas de casa con un compañero terriblemente herido, llevado nada menos que en un viejo carro que había visto años mejores y por el animal más obstinado de la Tierra Media. En resumen, un desastre total.

Tras escuchar un repentino gemido de Legolas, Keldarion se acercó con su caballo. Inclinándose sobre el carro, alargó una mano para tocar la mejilla de su hermano.

"¿Legolas? ¿Estás despierto?"

Entonces abrió los ojos y hubo un atisbo de pánico en su mirada antes de ver a Keldarion.

"¿Kel? ¿Qué... qué ocurre? ¿Un terremoto?"

Keldarion se rio y luego le apretó el hombro, tranquilizador.

"No hay terremoto, hermano. Solo es este maldito carro viejo. ¿Te duele?"

"En realidad no, estoy bien –Legolas sacudió la cabeza y apretó los brazos alrededor de Bobo, el oso de peluche que le había dado la niña esa mañana-. ¿Dónde estamos?"

"Acabamos de cruzar la frontera del Bosque Negro. No tardaremos mucho ya. Estaremos en casa antes de que te des cuenta."

Legolas se estremeció involuntariamente, viéndose muy débil. Al ver esto, Keldarion lo abrigó mejor.

"¿Todavía tienes frío?"

"No, no es eso –Legolas contuvo una mueca mientras le sonreía débilmente al príncipe mayor-. Me pregunto cuál será la reacción de padre cuando me vea en esta condición."

Keldarion hizo una mueca.

"Ay. No me lo recuerdes. No va a hacerle ninguna gracia."

"Eso es un eufemismo. Estará furioso."

¡Humanos Desagradecidos!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora