Laito Sakamaki se encontraba vagando por las oscuras calles de la ciudad. En medio de su búsqueda de diversión, un olor a alcohol y tabaco se filtró en su nariz, atrayendo su atención hacia un vagabundo repugnante que le abordó con palabras intrigantes.
"¡Buenas noches, apuesto jovencito! ¡Espera, espera! Estoy seguro de que tienes una novia, ¿verdad? ¡Aún no te vayas! Tengo algo que le podría encantar."
El vampiro, acostumbrado a interactuar con humanos de todo tipo, arqueó una ceja con desinterés, pero algo en la curiosidad del momento lo detuvo de inmediato. El vagabundo, con ojos desorbitados y ansiedad palpable, sacó de su gastado saco un pequeño frasco de contenido desconocido, ofreciéndoselo a Laito con un entusiasmo casi desesperado.
"¡Es un afrodisíaco que hará que cualquier chica caiga enamorada a tus pies! ¡Te lo aseguro, jovencito! ¡Te lo aseguro!"
El vampiro se encontró riendo internamente ante la declaración del vagabundo, sin embargo, algo en su mente le llevó a jugar con la idea. La idea de probar este afrodisíaco en su "enamorada", como lo llamaba el vagabundo. Por supuesto, Laito no tenía problema en seducir a nuevas presas, pero la perspectiva de experimentar con alguien ya conocido como Bitch-chan le intrigó de manera distinta.
Entre risas y pensamientos juguetones, Laito soltó una risa burlona para sí mismo y pensó: "Vaya~, los humanos son tan superficiales~".
Mientras el vagabundo seguía tratando de convencer a Laito sobre los efectos de la droga, el vampiro se dejó llevar por el juego, curioso por ver cómo se desarrollaría la situación. El vagabundo lo describía como una sustancia capaz de encender el apetito sexual de cualquier persona que la consumiera.
La impaciencia del vagabundo se tornaba cada vez más evidente, como si su vida dependiera de vender esa droga. Laito, manteniendo su aire desinteresado, tomó el frasco y la examinó con ojo crítico.
"Así que quieres que te pague por esto, ¿verdad?" -Dijo con una sonrisa burlona y una voz cargada de sarcasmo, pero al mismo tiempo, su curiosidad estaba creciendo.
"Sí, pero no cuesta mucho, es decir, me costó conseguirlo, pero no lo robé. Solo sé que tiene un gran efecto y..." El vagabundo hablaba con rapidez, sus palabras mezcladas con ansiedad. Sus ojos delataban su desesperación por vender la droga y conseguir dinero para su propio vicio. Él estaba tratando de persuadir a Laito para que diera la droga a su "novia" o a cualquier joven.
Mientras tanto, Laito ya había desarrollado una idea traviesa en su mente. El afrodisíaco parecía ser solo una excusa para sus propios deseos y juegos.
Laito observó al vagabundo con una sonrisa enigmática mientras sopesaba el pequeño frasco entre sus dedos. El juego de manipulación y deseo estaba en pleno apogeo en ese rincón oscuro. El vampiro se dejó llevar por su naturaleza juguetona y su curiosidad insaciable, decidiendo llevar a cabo su propio experimento.
"Entiendo..." murmuró Laito con voz suave, sus ojos clavados en el pequeño frasco. "Así que esta es la llave para hacer que cualquier chica caiga rendida, ¿eh?"
El vagabundo asintió con ansiedad, sus ojos llenos de expectativas. No entendía que estaba tratando de persuadir a un vampiro milenario que había visto y vivido mucho más de lo que él podía imaginar. Laito guardó el frasco en su bolsillo con un gesto casual, como si ya hubiera decidido probar la teoría del vagabundo.
"Supongo que podría ser interesante ver cómo reaccionaría alguien a esto", dijo Laito con una sonrisa misteriosa. "Dices que es especialmente efectivo en las chicas, ¿verdad?"
El vagabundo asintió con entusiasmo, desesperado por vender su producto. Laito, sin embargo, parecía estar planeando algo mucho más travieso y sádico. Una idea juguetona estaba tomando forma en su mente, y la expectativa lo hacía sentir aún más animado.
"Quizás debería probarlo primero en alguien muy especial", murmuró Laito para sí mismo, dejando escapar una risita burlona.
El vagabundo, ignorante de las verdaderas intenciones de Laito, estaba completamente emocionado por haber encontrado a alguien interesado en su mercancía.
"En fin, no veo por qué no debería probarlo", dijo Laito con un tono despreocupado, como si estuviera tomando una decisión trivial. Laito se relamió los labios con una sonrisa traviesa y dejó escapar una risa juguetona. Le tiro una moneda de oro al vagabundo y se fue sin más, directo a la mansión.