1. La llegada a Springdale

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Era un bonito día de verano cuando llegué a ese pueblecito. El ambiente no era ni muy frío ni muy caluroso, se estaba genial.

Me sentía como una pequeña golondrina que acababa de emigrar hacia otro lugar. Cuando mis padres aparcaron el coche no pude evitar bajarme corriendo y ver cómo era nuestra nueva casa. Sorprendida con los dos pies en la lisa acera, pude contemplar nuestro nuevo hogar.

Había un caminito de tierra que desembocaba en el porche de nuestra casa. Ese caminito partía perfectamente en dos nuestro enorme jardín, perfecto para Peluche.

De repente mi hermano mayor me recordó que seguía con los pies en el suelo, contemplando espléndidamente la casa sin descargar el equipaje del maletero del coche.

-Anne. ¿Podrías ayudarme a descargar todo y dejarlo en el suelo? Nuestros padres tienen que dar otro viaje a casa para coger lo que queda.

-Ahora iba, perdón.

Di marcha atrás y ayudé a mi hermano a descargarlo todo. Nuestros padres nos dijeron que tardarían un poco más porque esta vez tendrían que cargar lo último en un camión, ya que era evidente que algunos muebles no cabían en nuestro coche.

-Mamá, ya que estamos aquí, déjanos entrar y montamos algunas cosas. Escogemos habitación y nos familiarizamos con la casa.

Dije con una amplia sonrisa de niña buena. Mamá me dio las llaves de casa y fui corriendo, dejando a mi hermano atrás con todo el equipaje que había que entrar dentro. Él me vio muy animada y me dejó que fuese a investigar la casa, como una niña pequeña cuando le dan un nuevo juguete.

Crucé el caminito y llegué a las tres escaleras que había en la entrada. Las subí despacio contemplando el porche y abrí la puerta marcada con el número 48.

La puerta se abrió y entré dentro con curiosidad. Me encontraba en un recibidor bastante amplio. A mi derecha había unas escaleras en la pared que daban a la primera planta.

Investigué toda la planta baja, y, por mi sorpresa, hallé un bonito jardín con árboles. Era más pequeño que el de la entrada. Ese era más acogedor y se escuchaba el claro canto de los pájaros.

Decidí subir esas escaleras de la entrada e investigar la planta de arriba.

Una vez arriba entré en la habitación más cercana a las escaleras. Era muy bonita y grande, pintada con un claro color azul cielo. Estaba vacía, pero se podía apreciar lo bien cuidada que había estado. No había ni una marca en la pared, ninguna mancha, y el cristal de la ventana estaba limpísimo.

Salí con una sonrisita de la habitación y entré en la segunda y última. Al abrir la puerta supe que esa sería mi habitación.

En ella se encontraba un pequeño estante de madera que estaba colocado en la pared. La habitación estaba pintada de un azul marino oscuro y el techo era de madera. El suelo era de madera blanca, y la ventana estaba en el mismo buen estado que la anterior.

-Supongo que querrás esta.

Me giré y vi a mi hermano apoyado en la puerta.

-Si no te importa mucho, esta quiero que sea para mí. Es preciosa...

-Las vistas son las mismas, y las habitaciones son muy parecidas. Supongo que tendré que pintar mi cuarto y acostumbrarme.

Le sonreí a mi hermano y le di las gracias por ser tan amable.

Si soy sincera, pocos adolescentes están así de bien educados como nosotros. Nuestros padres son unas bellas personas y nos han enseñado muy bien desde pequeños. Mi hermano Will es nueve años mayor que yo, tiene veinticinco años.

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