Estas acorralada bajo tus propias cadenas, gritas por ayuda y suspiras de la frustración. Nadie te escucha y lo único presente es la incertidumbre del olvido cambiando tus susurros a inaudibles aullidos lastimeros sobre el llanto de tus ilusiones comprendiendo que no hay salida existente para tu propia destrucción.
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Un swing con la preocupación y una vuelta con la ansiedad que lleva a un desliz de dolor haciendo que la seducción de un tango horroroso se vea excepcionalmente artístico. Bailas con la muerte y te dejas enamorar por la cuchilla que parece generar una melodía cada vez que se desliza en sincronia con la piel como lo hace un violín con cuerdas gastadas y casi inservibles generando un sonido infernal acompañado de esa sinfonía cruenta.
El salón dorado en el que te encontrabas de pronto se desvanece y se convierte en un escenario de opiado dolor tirando las escenografías que tanto te tomó volver a construir, supones que se trata de un acto de brujería o de magia negra pero sigues bailando ya que la figura de la crueldad y de la soberbia te acorrala por la cintura y jala de ti frenando tus esfuerzos por salir de ahí.
Dejas de moverte y te congelas pero la quimera que te tiene prisionera te balancea hasta azotarte con lo que queda de tus columnas de voluntad, el golpe de tu sueño te despierta y te encuentras en el mismo teatrito de aparentada felicidad y fuerza. Tienes las manos ensangrentadas y encuentras la desgarradora figura de tu reflejo en un roto cristal que como tu cansado cuerpo, muestra lo imperfecto y lo irreparable desencadenando chillidos que rechinan y hacen eco en las paredes.
Te quedas quieta aunque el hierro de tu propias venas sigue en tus manos y tratas de recuperar el aliento pero sabes que pronto, ese episodio liderado por el pánico y la paranoia se repetirá y como cada vez, peor se sentirá.