Parte 1.

506 70 42
                                    

La nieve cae lentamente sobre mí, de la misma forma que un telón desciende al final de una obra teatral, marcando el fin de un mundo al que nunca volveremos, dando paso a la cotidianidad de la realidad.

Este telón de blancos y fríos copos están siendo un problema para mí. No es que me queje; amo la nieve, pero está cayendo en un momento muy inoportuno. He pasado más de doce horas en este bosque, caminando, buscando no perder calor, y esta ventisca no me ayuda a conseguirlo.

Sé que voy a morir. No me asusta la muerte. A mi forma de ver, sólo es el principio de la vida. ¿Qué haríamos si viviéramos eternamente? Probablemente nos aburriríamos de la monotonía hasta enloquecer. Cuando algo dura para siempre, dejamos de tratarlo tan extraordinariamente. Se vuelve común, insípido, nos acostumbramos a su existencia.

Lo mismo ocurre con la vida. La muerte nos ofrece esa oportunidad para cambiar nuestra perspectiva por completo. Al saber que tendremos un final, podemos actuar con plenitud. Dejamos de postergar asuntos pendientes, y comenzamos a actuar en cuanto nos percatamos de que la muerte, tarde o temprano, nos alcanza, haciendo que repentinamente la vida se vuelva lo más valioso que poseemos.

Lo siento, estoy divagando, es algo que suelo hacer cuando estoy nervioso. A pesar de saber que mi muerte está cerca y que es inevitable, no puedo evitar sentir un escalofrío al pensar en ello. ¿Existirá una forma de aceptar el final, tranquilamente? No lo creo.

Hay tantas cosas por hacer, tanto por conocer, tantos sueños que no se realizarán. Dejaré muchos asuntos pendientes. Era consciente de eso antes de empezar a deambular sin un destino, antes de adentrarme en la espesura de este bosque, e incluso cuando el primer copo de nieve empezó a descender sobre mi cabeza.

Ha sido un camino largo. Me siento cansado. No he parado de caminar ni un solo momento. De vez en cuando me encuentro con una ardilla descuidada que se refugia de la ventisca en el árbol más cercano. Desearía poder hacer eso, pero tristemente no hay árboles lo suficientemente grandes como para ser un refugio. Así que me resigno a seguir andando, continúo la marcha sin parar de cuestionarme, ¿Cuál es mi camino?

Tal vez se pregunten sobre cómo terminé aquí, perdido y a punto de morir. No es una historia que sea particularmente larga, o interesante. Algo trágica, irónica, quizá. Creo que eso describe de manera perfecta la forma en que mis pasos me han dirigido a este momento. El diccionario define la ironía como una burla sutil y disimulada, una situación o hecho inesperado, opuesto o muy diferente a lo que se esperaba, una burla descarada del destino. Bueno, pueden irse dando una idea de a lo que me refiero cuando hablo sobre mi vida.

Mi nacimiento se dio en un catorce de octubre. Mi madre me decía que fue un día gris, de esos donde el cielo está tan repleto de nubes que éstas ocultan el Sol. Los haces de luz crepuscular fueron los primeros resplandores que llenaron mis ojos. Era más pequeño que un bebé normal. Supongo que fue consecuencia de la vida que llevaron mis padres antes de mi nacimiento.

Se conocieron dos años antes. Mi padre fue, sin duda alguna, la persona más dedicada y creativa que haya conocido en mi vida entera. Trabajaba de obrero en una fábrica durante jornadas exhaustivas. Tenía un físico admirable. No como el de grandes atletas olímpicos, pero el trabajo de obrero tiene sus beneficios a largo plazo.

Su piel era un tanto bronceada al calor del sol, y tenía un cabello de color castaño tan oscuro que muchos juraban que era negro. Poseía unos ojos marrones, intensos y profundos como la mirada de un oso, aunque siempre curiosos y vigilantes, parecía que brillaran de vez en cuando. La expresión de su cara era dura, el rostro un poco cuadrado, con la barbilla partida, inapreciable bajo la espesa y tupida barba.

Recuerdos de un hombre muerto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora