Parte 4.

173 38 34
                                    

Ya no puedo seguir caminando, el dolor es insoportable. Me tiro en la nieve, rendido por el cansancio. Sé que no debería hacerlo, pero no puedo dar un paso más.

La tormenta ha dejado de ser tan intensa, ahora sólo caen diminutos copos que van cubriendo mi cuerpo, despacio, sin ningún tipo de prisa. El cielo se despliega frente a mi repleto de pequeñas estrellas, que a la distancia se confunden con los copos de nieve que se precipitan. Si no estuviera tan concentrado en el dolor, disfrutaría del espectáculo.

Desperdiciamos nuestro tiempo en los sitios equivocados. Buscamos tesoros invaluables, maravillas nunca antes vistas, en los lugares más inhóspitos con la esperanza de encontrarlos algún día, y no notamos que todo el tiempo estaban a nuestros ojos. Y cuando finalmente nos damos cuenta de ello, nuestras vidas están por terminar. La ironía con que ocurre es perfecta en todos los sentidos.

La cabeza me da vueltas, me siento débil. Mis párpados se sienten pesados como rocas, cierro los ojos por lapsos a causa del letargo que me provoca el frío. Estoy poniendo todo mi esfuerzo para permanecer consciente. No quiero morir, no todavía; aún tengo que contar la historia de cómo terminé aquí.

Tengo que contar mi historia, aunque nadie la oiga. Quiero que mi memoria permanezca, quiero rememorar cuáles fueron las causas que me orillaron a este instante. No podré dar un testimonio, la historia de mi partida estará fragmentada de forma irremediable. Sólo mi cuerpo quedará. Y quizá, funcione como una señal de advertencia que evite que nadie más tenga que volverse loco de la forma en que lo hice, que asegure que ésta tragedia no vuelva a ser cometida nunca por otro desdichado.

Tal vez son nervios, o tal vez el cansancio, o la necesidad que siento de relatar mi historia a mí mismo. Sea cual sea la razón, logro acumular la poca energía que me queda, y con ella me enfoco en lo que sucedió ese fatídico día que regresé a mi hogar.

El Sol estaba ocultándose, y yo seguía en el aeropuerto. Estaba muy preocupado. Algo grave debió de haber ocurrido para que no hubiesen llegado. Imaginé cada escenario posible: contemplé cada alternativa, por más ridícula o desesperada que pareciera. Primero pensé en un accidente de mi padre. Luego tuve la idea más optimista de que hubieran confundido las fechas. Otra conjetura fue que el tráfico les hubiera impedido llegar. En verdad deseaba que alguna de esas fuera la causa de su tardanza, pero la realidad resultó ser mucho peor.

Una pareja buscaba con desespero en la sala de espera; eran los padres de Max. Se acercaron corriendo hacia mí, estaban muy conmocionados. De inmediato supe que algo terrible había ocurrido.

—¿Qué pasa? —les pregunté.

La madre de Max me miraba con unos hinchados por el llanto. Entre sollozos intentó articular las palabras. No pudo comunicarme mensaje alguno. Fue su esposo quién me dijo la cruda realidad.

—Daniel, tus padres... tuvieron un accidente. Ellos... ellos... —no pudo terminar la frase, la voz se le quebró.

No fue necesario que lo dijeran. Lo veía en sus ojos. Y en cuánto dijo eso, mi mundo entero se derrumbó. No estaban compadeciendo al hijo de sus amigos, estaban compadeciendo a un huérfano.

Las cosas ocurrieron como explicaré a continuación. Mis padres y mi hermana iban a bordo de un taxi que los llevaba al aeropuerto. En casa no nieva durante el invierno, pero sí llegan a haber tormentas bastante fuertes. Una de esas estaba cayendo a la hora en que se suponía debía aterrizar mi vuelo, y que fue también la razón de que éste se retrasara.

La carretera estaba tan húmeda que las ruedas resbalaban en el pavimento. En una de las curvas, el conductor del taxi no observó a tiempo un vehículo que derrapaba sin control hacia ellos. Alcanzó a cambiar su dirección, pero no evitó la colisión. El automóvil en el que viajaba mi familia dio violentos giros en el aire. Los taxis de mi hogar no suelen contar con cinturones de seguridad, y en el que viajaban ellos no eran la excepción. El servicio forense encontró que los cuerpos recibieron múltiples fracturas y contusiones. El desangrado interno que tenían causó que murieran a los pocos minutos. Ninguno sobrevivió.

Recuerdos de un hombre muerto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora