Parte 2.

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Estoy empezando a sentir frío, aunque no debería de sorprenderme. La nieve empieza a cubrir todo de un blanco brillante. Hace escasas doce horas no era así.

Hacía algo de frío en la mañana, pero no tanto como ahora. Estaba lloviendo. Según lo que dicta la ciencia, para que haya una nevada es necesario que llueva durante mínimo veinticuatro horas, así como una temperatura por debajo o igual a los cero grados. Es curioso cómo la ciencia lo arruina todo con explicaciones que a nadie le importan.

Nunca he sido particularmente bueno para la ciencia. Tampoco soy malo, porque puedo comprenderla, pero me desagradan a más no poder. Hay verdad en cada palabra de lo que dice, en eso estoy de acuerdo; pero se impone cómo una verdad absoluta, y todo lo que la contradiga está automáticamente equivocado.

Está en nuestra naturaleza, no podemos aceptar otra idea que vaya en contra de lo que creemos. ¿Por qué nos limitamos? Podríamos crear tanto si tan sólo viéramos que aprendemos más de nuestras diferencias, y la ganancia es mucho más enriquecedora que la obtenida bajo una verdad absoluta.

Esta forma de pensar me trajo muchos problemas a lo largo de mi vida, especialmente cuando era niño...

-Levántate ya Daniel, se te va a enfriar el desayuno.

-Voy enseguida, mamá.

Tenía seis años por ese entonces. Como sólo había una recámara en el apartamento, yo dormía en el sofá cama de la sala. No me molestaba. Solía pasar insomnio, algo que había heredado de mi madre. En un lugar tan vacío como mi hogar, era muy entretenido mirar por el ventanal, por el cual tenía una vista perfecta del parque.

-¿No te has cambiado aun? - Dijo mi madre cuando observó que seguía con mi pijama puesta.

-Lo haré después de desayunar - le respondí.

-Buenos días -saludó mi padre en cuanto entró a casa. Traía el periódico bajo su brazo. Le gustaba estar al día con los sucesos que ocurrían cotidianamente.

-Buenos días - contestamos mi madre y yo al unísono.

Continué desayunando. Era pan tostado calcinado acompañado de un intento de huevo estrellado, que se asemejaba mucho a huevo revuelto. La cocina no era el fuerte de mi madre, pero lo hacía lo mejor que podía, y eso era más que suficiente para mi padre y para mí.

-Y Alex? - preguntó mi padre con curiosidad, mientras hojeaba la sección de noticias nacionales del periódico.

-Sigue dormida - fue la respuesta de mi madre.

Alex era mi hermana menor, nacida dos años después de mí. Heredó los ojos claros de mi madre, y el cabello castaño oscuro de mi padre, su piel era caucásica. Contrastaba enormemente conmigo, tanto en su físico como en personalidad. Era alegre, y risueña, también era quien sonreía más de la familia, incluso más que mi madre, y ella sonreía mucho de por sí.

Yo parecía una mezcla homogénea de mis padres. Tenía los ojos más oscuros que hayan visto jamás, tan tristes y perdidos como los de mi madre. Mi cabello parecía una tonalidad intermedia entre ambos progenitores; un extraño castaño brillante, no lo suficiente para ser rubio, ni demasiado oscuro como para ser café; ondulado, mientras que el cabello de mis padres y mi hermana era lacio. Mi piel era de color aceitunado, bastante similar a la de los habitantes del mediterráneo. No oscura, pero tampoco clara, un tono intermedio.

A diferencia del resto de mi familia, yo no sonreía. Parecía que cargaba un aire de melancolía conmigo, y en cierta forma, así lo era. Aun cuando nuestra familia vivía un tiempo de prosperidad, yo no me sentía entusiasmado.

Mi padre pasó su tiempo buscando empleo desde que nací, hasta dos años después. El sueldo de mi madre era lo que nos daba algo de estabilidad, lo suficiente para subsistir. No fue hasta que mi padre consiguió un trabajo de transportista local que conseguimos crecer, económicamente hablando. Lo que hacía era simple: conducía un camión de carga llevando mercancía a los comercios de la ciudad.

Recuerdos de un hombre muerto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora