Parte 3.

250 48 27
                                    

Los brazos y las piernas se me empiezan a entumir, no puedo sentir los dedos de mis extremidades. La ventisca sopla cada vez más fuerte contra mi rostro. Me duele cada paso que doy para seguir avanzando, la nieve en el suelo es tanta que mis pies se hunden, mis ojos no tienen visibilidad. Estoy caminando a ciegas en este bosque atrapado por la tormenta. No tengo idea de qué hora es. He perdido la noción del tiempo, ni siquiera recuerdo en qué momento me fui adentrando en este lugar.

Evito pensar en todo esto. No me ayudará a mantenerme cuerdo, y quisiera estar lúcido hasta el último instante. Paso mi mente a otros pensamientos. Vienen recuerdos de cómo llegué a Inglaterra en primer lugar. Un país del que no conocía nada, solo, persiguiendo un sueño de locos. Vaya, si la historia de mi vida ha sido toda una aventura hasta ahora, ni se imaginan lo que sigue.

Los seis meses anteriores a mi llegada a Londres fueron de lo más agitados. En ese tiempo tuve que mantener un promedio excelente, acudir a mi curso de inglés por las tardes, practicar las técnicas artísticas y tramitar diversos documentos que eran indispensables para viajar.

Costó muchos ahorros y sacrificios de parte de toda la familia. Incluso tuve que laborar en una tienda de abarrotes durante ese lapso, mientras mis padres cumplían jornadas dobles de trabajo. Todos estábamos exhaustos del esfuerzo que implicaba mi viaje. Pero finalmente lo conseguimos, y pude viajar a la Real Academia de Arte.

Como no tenía muchas cosas, me fue fácil mudarme, aunque extrañaba mucho mis libros. Arribé al Aeropuerto de Londres-Heathrow al amanecer. La cantidad de personas a mi alrededor era impresionante. Como pude me dirigí a la salida más cercana.

Tenía que llegar a la Academia antes de las doce del día. Estaba algo agotado por la diferencia de horarios, pues en mi hogar apenas serían las diez de la noche. Tenía la ventaja de haber dormido en el avión.

Con el cansancio reflejado en mis ojos, busqué la estación de autobuses. Según mi mapa, había una ruta que me dejaba prácticamente enfrente del colegio. Abordé uno y contemplé la ciudad. Las casas cercanas al aeropuerto eran muy estilizadas. Tenían un diseño práctico y hogareño, se veían muy acogedoras.

Después de una hora de viaje, llegué a la Academia. Quedé asombrado. El lugar era prácticamente un castillo. Un arco del triunfo me recibía en el patio principal, donde varios estudiantes pasaban su tiempo libre. Personas de todas las razas y todas las edades estaban presentes, todas hablaban el inglés.

Me las ingenié para encontrar la dirección escolar. En ella me recibió el subdirector encargado de los estudiantes extranjeros. Me recibió de una forma cordial y atenta. Me guió por las instalaciones mientras me explicaba sobre el funcionamiento de las clases. Tendría dos clases al día, lo cual fue sorprendente para mí. "Pronto entenderás por qué" me avisó el subdirector.

Al final del recorrido me condujo a mi apartamento. Era mucho más pequeño que la habitación de mis padres, pero acogedor, al fin y al cabo. Increíblemente, no tenía que compartirlo con alguien más. El espacio de la Academia era más que suficiente para recibir estudiantes foráneos y darles cierta comodidad. Lo único que debía hacer era mantener mi beca.

El subdirector me dejó solo para que me instalara. Mis clases iniciarían hasta el día siguiente, así que tenía toda la tarde libre. Lo único que hice en ese tiempo fue dormir. Así fue mi primer día en Londres.

Un año después ya me había acoplado a mi nuevo estilo de vida. Era un alumno sobresaliente, todo gracias al tiempo y dedicación que invertía en mis estudios. Lastimosamente, tenía el mal hábito de la impuntualidad.

—Llega tarde nuevamente, joven Daniel.

—Lo siento, profesor Stevenson.

—Las disculpas, como las promesas, no se hacen realidad con sólo decirlas. Tome asiento, que ya se perdió la mitad de mi clase.

Recuerdos de un hombre muerto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora