°Prologo°

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La joven luna recorrió con la mirada cada rincón de ese asqueroso y mundano parque central, contemplando impaciente las nocturnas calles de Suecia.

Su postura elegante se removió sobre la banca, incómoda por el tirón asfixiante al rededor de su cuello. El peso de su sentencia en forma de cadenas le pesaban a través de las extremidades; renegando su osadía por haber bajado a tierra en una noche tan insignificante como esa.

Ni siquiera podía apreciar un mínimo de atención por parte de aquellas bestias camufladas entre los humanos al otro extremo de la calle en aquel bar de mala muerte. Permanecía inadvertida pese a su extenso cabello blanco.

¿Qué hacía ahí en primer lugar? Ni siquiera ella lo sabía, pues el portador del mensaje dijo que era urgente su presencia.

Justo en ese instante el airoso aterrizaje de un hombre flacucho a su lado le recordó el asco que sentía por lo ruidoso que podía llegar a ser en ocasiones el mundo mortal. Y así, tan nervioso como siempre, Destino mostró una sonrisa chueca ante la deidad.

—Ya está aquí —admiró mientras recuperaba el aliento—. No esperé que fuese a ser tan puntual, luna mía. Los dioses no acostumbran a serlo.

La exótica mujer ni siquiera se dignó a mirarlo.

—¿Nos está llamando insolentes, Destino?

Sintió el helado poderío de la diosa profanar su alma a través de esos orbes color plata. El pobre por poco y pierde la coloración en su rostro.

—¡N-no! Yo jamás me atrevería...

Sus ojos rodaron con evidente fastidio.

—Ya pare de balbucear —lo interrumpió—. Agradecería que se ahorrara el protocolo y me enseñe de una buena vez lo que me interesa.

El hombre de cabellos dorados no dudó en buscar rápidamente el pergamino entre su bolso, a penas disimulando su fascinación por la escasa cortesía con la que tal majestuosidad se dirigió hacia él.

Sin más atrasos Destino extrajo el amplio pliego de un movimiento elegante, extendiendolo en el aire en acompañamiento de tenues estelas doradas. Mismas que se entrelazaron hasta adquirir la forma delicada de múltiples hilos sobre el papel, ondéandose con la misma sinfonía de un dulce caudal.

Nada más ni nada menos que los famosos trazos del destino.

—¿Y bien?

—¿Bien qué? — el portador quiso arrancarse el cabello por la estupidez que dijo —¡Ah, sí! Por supuesto.

Se apresuró en buscar el hilo qué unía las hazañas de los dioses. Sus actos en el pasado y como su narcisismo llevó a la mayoría de ellos a confrontar finales terribles, condenados a vivir con sus traiciones por la eternidad.

La diosa de la noche no era una excepción. Y los hilos revelados de su castigo se estrellaron como un montón de vajilla fina, quebrando su pasividad.

—¿Qué demonios significa esto? —espetó.

—Por favor, le ruego que conserve la calma.

—¿Calma?— se mostró ofendida. Destino sintió el mal presentimiento treparle por su columna vertebral — No estamos hablando de una simple falta de respeto. ¡Se trata de mi hijo!

—No puedo imaginar la angustia que debe estar sintiendo. P-pero su sentencia. No debe olvidar que tiene prohibido...

Sacrilegio —su voz iracunda hizo estremecer al portador de los hilos —No lo permitiré.

El enigma de la bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora